Claroscuros, Inercias y Modernidades Alrededor del T-MEC

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

La semana pasada llamaba la atención en torno al libro de Eduardo Galeano, “Guatemala. Ensayo general de la violencia política en América Latina” (Siglo XXI, 2020), en el sentido de que el intervencionismo estadounidense ha provocado durante más de un siglo una violencia política que se ha traducido en golpes de estado, adiestramiento de organizaciones paramilitares y contrarreformas constitucionales las cuales siempre han contado con el respaldo de las élites económico-sociales en el subcontinente.

Pero en sentido opuesto y como característica de la relación paranoica que tenemos ellos y nosotros, han sido los intereses y compañías estadounidenses quienes últimamente han empujado que semejantes elites latinoamericanas se vieran obligadas a mejorar las condiciones de trabajo, salubridad y vivienda de aquellos trabajadores mexicanos o del Perú, los cuales cosechan artículos para el conjunto del pueblo estadounidense. Un ejemplo de lo anterior sucedió hace años cuando bajo el marco del entonces TLC en tiempos de Zedillo, asesores de la cadena más grande de supermercados en los Estados Unidos vinieron a nuestro país para conocer de cerca las condiciones de vida de aquellos campesinos mexicanos que con sus manos manipulaban los jitomates, aguacates, piñas, melones, mangos y demás frutas y legumbres cuyo destino final eran los supermercados americanos. Los “gringos” se percataron que los empleados agrícolas en el campo mexicano no tenían agua corriente, lavamanos, WCs y comedores colectivos con la suficiente higiene para, que de una manera moderna pudiesen manipular las fresas cuyo destino último era la mesa de una familia estadounidense en Kentucky. La firma les señaló a los patrones mexicanos -no son realmente empresarios- que para continuar con dicho contrato comercial de productos agropecuarios debían: modernizar las condiciones de trabajo referidas a los campesinos mexicanos. El ordenamiento, porque eso fue, no era una conspiración comunista ni tampoco una locuacidad de un empresario americano con sueños altruistas. Era simplemente la exigencia para los empleadores mexicanos de poner en su rancho, su fábrica y su mina, facilidades laborales a un nivel semejante a lo existente con las contrapartes comerciales de Canadá y Estados Unidos, con quienes habíamos firmado un tratado comercial y soñábamos parecernos. ¡¡¡Qué triste desilusión!!!

Pasaron los años, transcurrieron sexenios, se sucedieron guerras, se alternaron demócratas y republicanos en los Estados Unidos, liberales y conservadores en Canadá y llegó Donaldo Trump quien impuso la necesidad de renegociar el TLC, TLCAN para hacerlo más acorde a los intereses, ganancias y proyecciones de empresarios y gobierno de los Estados Unidos. Largas fueron las negociaciones, más largas fueron las noches de desvelo de los equipos canadiense y mexicano; la risueña negociadora canadiense se desesperaba, el jefe de los negociadores mexicanos solamente un tantito se le hacía la corbata de lado, pero el pañuelo en la posición correcta. Avanzaron en muchos temas pero al equipo mexicano paralelo, que representaba a la iniciativa privada mexicana le preocupaba un asunto medular: la exigencia del sindicalismo estadounidense por elevar los sueldos de los trabajadores mexicanos y con ello hacer la competencia multilateral del libre comercio más equilibrada (no querían ellos que siguiéramos vendiendo una mano de obra baratísima), aparte de que la elevación salarial era y es un asunto de congruencia ideológica para el sindicalismo, en cambio es un pecado capital para los despachos que desnaturalizaron el outsourcing.

Con gran despecho de los intereses comerciales mexicanos éstos doblaron las manos en el papel que terminó siendo el T-MEC, pero sabían que en la realidad de la república mexicana ellos podrían saltarse lo acordado en el tratado comercial. Estaban al tanto que en Guanajuato, Tamaulipas, Aguascalientes y un lindo etcétera, existen autoridades desde el nivel del gobernador hasta las policías municipales para amedrentar a aquellos trabajadores y sus sindicatos quienes han buscado que lo acordado y puesto en el tratado trinacional sea una realidad.  En  estos días han aparecido (en Tamaulipas) quejas cuyo denominador común es, castigar hasta con prisión preventiva a aquellos que buscan asociarse sindicalmente como lo estipula el T-MEC. En otro caso, la violenta oposición de la parte patronal se regodeó con el pleito entre dos facciones sindicales que luchan por la toma de nota por parte de la Secretaría del Trabajo. En este sentido y pensando en los compromisos resultantes de los tratados comerciales internacionales, la parte mexicana que compone la relación laboral debe entender que, si queremos modernizarnos y “finalmente” ser parte del primer mundo industrializado debemos trabajar como japoneses y que la empresa nos pague como tal, para genuinamente ponerse la camiseta de la compañía. Lo contrario es el subdesarrollo, lo premoderno: hago como que trabajo porque sé que tú haces como que me pagas.

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