Jesmyn Ward.
Esta vez el fuego:
Una nueva generación
habla de la raza,
Ediciones del Oriente
y del Mediterráneo.
Madrid, 248 páginas.
Por David Marklimo
Corría el año 1963 en los Estados Unidos y James Baldwin publicó un libro titulado La próxima vez el fuego, donde se podían leer cosas como ésta: A los afroamericanos de este país –y los afroamericanos no existen, estricta o legalmente hablando, en ningún otro– se les enseña realmente a despreciarse a sí mismos desde el momento en que abren los ojos al mundo.
Baldwin, además de un libro de denuncia, invitaba a ir más allá a sus compatriotas. No quería volver romántico el sufrimiento, pues sería una ofensa para millones de personas en el mundo, pero si les pedía que se atrevieran a mirar más allá del dolor y de la rabia; nos invitaba a ir más allá de eso, no para sustituir la lucha y la denuncia por ideales tan frágiles como la nobleza, sino para asumir nuestra verdadera condición y transformarla de fondo.
Ese llamado es el que ahora ha sentido la escritora Jesmyn Ward al observar como los policías mataban a Trayvon Martin. Ward se dio cuenta que ese caso no era el único, que hay otros tantos que mueren a manos de quien tendría que defenderlos y que poco ha cambiado el panorama desde los tiempos de Baldwin. Así que decidió hablar con otros escritores que, como ella, están sacudidos por la rabia, la impotencia, la frustración y la tristeza. Así nació Esta vez el fuego: Una nueva generación habla de la raza, un guiño en toda regla a Baldwin. Este es un libro que reúne voces en un espacio y que proporciona a dieciocho escritores un foro de disidencia en el que poder exigir responsabilidades, dar testimonio, contar. Aparecen por aquí Wendy S. Walters, Kevin Young, Isabel Wilkerson, Carol Anderson, Garnette Cadogan y la propia Ward. Cada uno presenta sus experiencias en torno al racismo y la discriminación. Se nos presenta no sólo un abanico de temas, sino también de miradas. Y, a pesar de su irregularidad, la potencia del conjunto adquiere una fuerza que demuestra cuán necesarios son estos ejercicios y cuán emancipadora puede ser la literatura.
Veamos lo que dice la propia Ward sobre estos relatos: … de que estamos escribiendo una epopeya en la cual las vidas negras tienen un valor, en la cual los jóvenes negros puedan ir a pie a la tienda y comprar caramelos sin pensar que van a morir, en la cual las jóvenes negras puedan tener un mal día y ser unas bocazas sin que un agente de policía las agreda físicamente, una epopeya en la cual los policías vean a niños negros de doce años jugando con pistolas de mentira como niños bobos y no como maniacos homicidas, en la cual las mujeres negras puedan pararse a preguntar una dirección sin que los propietarios blancos paranoicos les disparen en la cara.
El miedo a la autocrítica es, en el fondo, el miedo a la verdad, a mirarnos como realmente somos. Sin embargo, ¿cómo podríamos comenzar a resolver nuestros problemas fundamentales, aquellos que calan más hondo y a los que calificamos de inexplicables, si no nos miramos como realmente somos ahora? Las respuestas más fáciles a la opresión son el odio, el resentimiento y más violencia. Nada más natural. Con todo, este grupo de escritores –desde el centro de un grupo social que tal vez ha experimentado como ningún otro la violencia, la crueldad y la opresión– nos invita a exigir justicia para trascender el odio y no a actuar desde ese mismo odio porque hemos visto que no resuelve nada y que no tiene futuro. La exigencia del cumplimiento de los derechos humanos de cualquier persona –y en particular de los grupos minoritarios– puede mirarse como una lucha por la venganza, pero también como una oportunidad para exigir justicia y reparación de daños. Esto sin perder de vista que dicha justicia es apenas el comienzo de un proceso que debe terminar en la reconciliación, en la convivencia. Pero está claro que el fin último le corresponde a cada uno; cada uno habrá de encontrar cómo trascender el odio, el resentimiento y la tristeza.
