Por Alfredo Mejía Montoya
Desde hace meses inició la gran batalla por el poder; del poder democrático, del poder político o del poder de poder cambiar las instituciones, modificarlas, hacerlas más eficientes o destruirlas que es lo que esta ocurriendo, y no nos referimos a las instituciones materiales, sino a las verdaderas instituciones jurídicas de carácter formal, que han servido de soporte en el actuar político, social y económico del país. Esas instituciones, por las que ha habido mártires, héroes y mexicanos ejemplares para constituirlas, por la democracia, por el bienestar social, por la justicia, o por los más vulnerables, los pobres, que son constantemente utilizados en el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador, pero no intenta acciones para que salgan de la pobreza, simplemente los utiliza como bandera.
Solo bastó un puñado de individuos ligados unos a otros por oscuros intereses, de hacer un México diferente, sin el menor recato y animo de transformarlo en más grande, más libre, más democrático, no, sino para hacerlo más dependiente de los designios del gobierno, de un partido político o de un solo hombre, ahora llamado el presidente AMLO o el inquilino de palacio, cobijado y arropado por otros hombres menos ilustres venidos de otroras fuerzas políticas contrarias a la que hoy gobierna, llegados de otros organismos con plataformas y políticas diferentes a las que el partido oficial ahora ofrece.
Si alguien se hubiera ido del país hace tres años o dos, o un año antes de la pandemia mundial, y regresara en estos momentos, y echara un vistazo del cómo está nuestro sistema político, nuestro poder económico y el aspecto social, quedaría perplejo de la sensible destrucción que se observa. Sin una lupa de incredulidad, trataría de comprender el por qué nuestro país se ha convertido en una tribuna donde no se hace nada, ni siquiera el nunca jamás, sólo donde no se hace nada, o de lo que se debería estar haciendo, en beneficio del pueblo que ha librado mil batallas desde nuestra independencia, que siempre ha luchado contra lo que sus líderes les han llamado las oligarquías del poder, y de una a una, de las batallas habidas se liberaron y se independizaron de las órdenes del viejo mundo, en un mundo nuevo claro.
Tardamos más de dos siglos para darnos cuenta de que no nos convenía que nos gobernaran desde lejos, así que lo pensaron y lo hicieron. Cien años después, el pueblo se percata de que se liberó de unos y llegaron otros iguales o peores, y de nuevo a la lucha, de nuevo a remar contra corriente, contra los malos gobiernos, los malos gobernantes, con crímenes y traiciones, pasando por varios de ellos. Y el país más bien parecía un botín que una institución a la que debía erigirse y rendirle respeto para sentirse orgulloso de ser mexicano. Pero no, pasamos conversiones, pasamos de una ideología a otra; de una economía cerrada a una abierta; de la primera gran reforma política, administrativa y fiscal de un partido (PRI) homogéneo, que no por ello bueno y democrático; a otros de derecha (PAN); y otra vez, el no homogéneo nuevo PRI; al acual, Movimiento de Regeneración Nacional compuesto en su mayoría de individuos proveniente de los otros partidos medularmente del PRI, PRD. ¡Vaya! el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador militó muchos años en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en dónde no logró convencer a la mayoría de los dinosaurios de dicho partido de sus ideas totalitarias, refugiándose en una coalición proveniente de los “otros” partidos y formando con diversas alianzas el ahora llamado partido oficial.
Y así comienza, supuestamente, la reestructuración del país, con la mal llamada cuarta transformación, de la cual, solo ellos saben por qué cuarta y del por qué transformación, aunque si somos francos, sí están transformando la vida política, económica y por supuesto la social: en consecuencia, lo están destruyendo.
Es una transformación que lentamente va tomando forma hacia un totalitarismo político dirigido por un solo hombre, el presidente Andrés Manuel López Obrador, destruyendo las instituciones que le estorban, rompiendo los contrapesos en los tres poderes federales, ahora en las Cámaras Baja y Alta con una mayoría absoluta, a excepción en reformas de carácter constitucional en la segunda. La más grave, hasta ahora, es la de la autonomía del Poder Judicial de la Federación (PJF), con la ampliación de mandato del ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para que le apoye en los frentes constitucionales que abrió con las reformas a las leyes sobre industria eléctrica e hidrocarburos. Y estará la que probablemente arribe sobre la Ley de Servicio Ferroviario reduciendo de 50 a 30 años las concesiones, rompiendo los principios constitucionales, los acuerdos y tratados internacionales en los tres frentes.
Y si esto no fuera suficiente, el titular del ejecutivo, en un afán protagónico, le solicita al presidente de la SCJN ejerza el facultad de atracción, sobre los casos de inconstitucionalidad, desatendiendo los tiempos procesales de acuerdo con la ley.
Si lo anterior no fuera suficiente, después de la cancelación por el Tribunal Federal Electoral (TRIFE) de la candidatura a gobernador a Guerrero de “el protegido”, vendrá una oleada de manifestaciones e improperios desde palacio nacional en contra del Instituto Nacional Electoral (INE) y del mismo TRIFE, pidiendo la eliminación de dichas instituciones, como ya lo anunció previamente el otrora excandidato Félix Salgado Macedonio. Claro sería en común acuerdo con el inquilino de palacio, como lo hacían desde hace más de dos décadas, cuando AMLO (entonces presidente del PRD) le tomó protesta a Salgado Macedonio como “Gobernador Moral de Guerrero”, tras perder con René Juárez, del PRI, la gubernatura en 1999. ¡Ahora no perdió la Gubernatura… perdió sólo la candidatura!
Y así, a veintinueve meses del régimen, Andrés Manuel López Obrador perfila al país hacia un sistema político dirigido por un solo hombre, sin contrapesos, con la eliminación de organismos autónomos que le estorban a su proyecto, y con los laboratorios que ha implementado mediante sus discípulos, desde la Baja California, Hidalgo, Tabasco, y ahora en la SCJN con la ampliación de mandato del ministro presidente, en la que el apoyo desde palacio nacional fue absoluto, no advirtiendo la inconstitucionalidad manifiesta.
Y que bien valdría pensar que con una simple reforma a la Constitución se permita la ampliación de mandato en vía presidencial, y no sería definitivamente reelección, ya que Francisco I. Madero no lo aceptaría jamás, ¡seguro!
Por lo tanto, el futuro de las instituciones, del estado de derecho, la estrecha vinculación con la democracia, corresponde a los mexicanos, al pueblo defender, y ser el detonante de que los contrapesos prevalezcan en el ambiente político, en beneficio de las mayorías. Esto solo podrá darse si aplicamos la máxima constitucional en el sentido de que “la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno” (sic).
Y cada vez, estamos más cerca del día 6 en el que podamos cambiar la historia y efectivamente hacer historia, por el México que queremos.