Lo Cáustico de los Políticos

*Egocentristas con Ansias de ser el Punto Focal de los Reflectores

*Cínica su Demanda de ser Tomados en Cuenta e Incluso Venerados

*Para Ellos no hay Otra Referencia que no sea su Persona y sus Ideas

*Desprecian y Agreden a Toda Persona que no les Rinde Pleitesía

*Sus Artimañas Peligrosas en la Conducción de la Vida del Estado

Por Ezequiel Gaytán

Lo cáustico tiene al menos dos acepciones, la primera se refiere a algo que quema, corroe y es abrasivo y la segunda alude a las personas mordaces y agresivas. Difícilmente los políticos muestran su rostro cáustico debido a que la mascarada de arte de gobernar los galvaniza y, por lo mismo, deben ser afables, atentos y seductores. Maquiavelo planteó la tesis con maestría al explicar que el político debe ser mitad zorro (astuto y sagaz) y mitad león (fuerte y arrojado). De ahí que el Príncipe moderno debe, sobre todo ante la actual exposición de los medios de comunicación y las redes sociales, ocultar su imagen cáustica.

Sin embargo, por más esfuerzos que esos políticos hagan y por más luces que los jefes de prensa realicen mediante el maquillaje de las ediciones y montajes con los ecualizadores de sonido, la realidad sale a la luz pública, pues existen políticos de toxicidad palpable. En otras palabras, no pueden ocultar su egocentrismo y sus ansias de ser el punto focal de los reflectores, por lo que es notoria y hasta cínica su demanda de ser atendidos, tomados en cuenta para todo e incluso venerados.

También les gusta ocupar el papel de víctimas, por lo que exigen ser atendidos y que les satisfagan todos sus deseos, lo cual puede rayar en que, ante cualquier crítica, aunque sea propositiva, la consideren como un ataque personal. Por si fuera poco, son incapaces de crear empatía e intentar comprender otros puntos de vista, para ellos no hay otra referencia que no sea su persona y sus ideas. La envidia es otra singularidad de los políticos cáusticos, ya que son incapaces de reconocer cualidades en los adversarios.

De hecho, desprecian y agreden a toda persona que no les rinde pleitesía, por lo que su desmedida ambición y ansia de poder son sus únicos móviles. Consecuentemente no se alegran por los méritos de las personas, ni reconocen las virtudes de sus colaboradores, si acaso, sólo de aquellas que les permiten encumbrarlos cada día más. De ahí que no se responsabilizan de sus actos, ni de sus decisiones. En el caso de que algo sale mal lo hacen después de tender una cortina de humo que les permita minimizar sus errores.

Las artimañas de los políticos cáusticos son altamente peligrosas en la conducción del destino de las instituciones y de la vida del Estado, pues responden a la ambición del poder por el poder y a una permanente dosis de vanidad, aunque nos digan que lo que desean es servir, hacer obras de infraestructura y que la nación prospere.

Esos políticos llegan a convencerse de que sus virtudes son muchas y sus defectos pocos, peor aún, se consideran moralmente puros, honestos y decentes, a grado tal que siempre están dispuestos a discutir, incluso acerca de lo vertebrado del humo o si los cocodrilos vuelan, sobre todo porque necesitan controlar o creer que controlan a todos y a todo.

Son muchos los casos de políticos cáusticos que cuando gobiernan llegan a pensar y convencerse de que son indispensables y hacen todo lo posible por mantenerse en el poder, ya sea mediante la reelección, tratar de imponer maximatos o tender redes de colaboradores en los tres poderes y los ámbitos de gobierno a fin de que le permitan seguir influyendo en la toma de decisiones.

Es cierto que todos tenemos ambiciones y, de alguna manera, la vanidad llega a hablarnos al oído, pero ella es mala consejera. Lo sabían los romanos y de ahí que su estrategia era recordarles a los generales victoriosos que toda gloria es pasajera. Pero poco aprendemos de la historia, sobre todo porque el poder trastorna a la gente, más a aquella que es cáustica.

No soy psicólogo y me queda claro que se deben aplicar una serie de exámenes a fin de concluir cuando una persona es tóxica. Pero esos rasgos en los políticos no requieren de un trabajo tan profundo, ya que son observables por los comportamientos, discursos, actitud de sus colaboradores y decisiones que toman. De ahí que cuando un político es cáustico y sus aptitudes miméticas le permiten crear ambientes útiles a su causa y beneficio, estamos ante un príncipe como lo definió Maquiavelo, capaz de engañar, seducir, envolver y, en su caso, saber dar el zarpazo.

Son perfiles complejos, difíciles de desenmarañar, capaces de atraer masas y simultáneamente, de crear fuerte animadversión. Son políticos en toda la extensión de la palabra y, sin embargo, en lo personal, me crean desconfianza porque nunca se sabe acerca de sus verdaderas intenciones, ni de lo que son capaces de hacer por mantenerse en el poder.

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