Los Sonidos del Silencio, se Perdieron

*El Cambio de Rutas Para l Aeronavegación, Responsable

*Los Barrios Originarios de la CdMx, los más Afectados

*En el Sur-Poniente: Competencia de Sonoras Turbinas

Por Joel Armendáriz

Una semana antes: el silencio identificaba al viejo barrio. Por la pandemia, la circulación se autos desapareció. Las dos escuelas que se encuentran en la calle de Madero, cerraron y los vendedores de tamales, atoles y gorditas de chicharrón, se fueron.

En una de las casas, los propietarios colocaron una placa con la leyenda: el Rincón del Silencio.

Ahora es la zona de las turbinas. Esas que ronronean en los altos decibeles.

De un área en donde las calles están empedradas y sin comercio ambulante, sin pandillas de jóvenes que gustan de escuchar los corridos en los que se rinde pleitesía a los jefes de los capos; en donde los vecinos caminaban acompañados de sus mascotas perrunas, hoy la vibración se siente y rompe el amado silencio.

Los sonidos del silencio, aquellos en los que se escuchan los grillos, el trinar de los pájaros, el aleteo de las palomas, ya no están.

En sur-poniente de la capital, existe una fauna silvestre que vivía en el silencio. Las águilas y aguilillas que anidan en los grandes árboles que se encuentran en las instalaciones de la agencia de noticias china Xinhua, vuelan asustadas cuando miran el paso de los aviones y su mundo de silencio se rompe.

Y no es por segundos. Es por minutos. Se oyen los motores desde que el avión no se avista. Lejanos al principio. Se acercan rápidamente. Lo mismo son las aeronaves que despegan que las que siguen la nueva ruta para aterrizar en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez.

Un cambio de ruta sin previo aviso. Una decisión para demostrar que los aviones pueden despegar y aterrizar al mismo tiempo de la Ciudad de México y Toluca, porque Santa Lucía aún no está en servicio. Un experimento fallido al faltar uno de los aeródromos que conformaran la “red” en la capital del país.

Eso no importa. Nadie ha informado si se trata de un periodo de prueba o si ya quedarán las rutas para la posteridad. Los grandes aviones que transportan 500 pasajeros o más, pareciera que perdieron el “mofle” y el ruido se torna ensordecedor.

DEL HELICÓPTERO AL AIRBUS 380

En la zona metropolitana es común escuchar el traca-traca que producen las aspas de los helicópteros. Desde temprana hora, sobrevuelan las agencias de noticias y los privados que trasladan a los altos ejecutivos de las empresas ubicadas en Santa Fe o más al poniente. Muchos vuelan de Toluca a la Ciudad de México y se posan en firmes estructuras lo mismo localizadas en el Sur-Sur o en el Poniente y en algunos casos en el corazón del Centro Histórico.

A fuerza de escucharlos todos los días, solamente entre las 6 y las 18 horas si el tiempo lo permite, se convirtieron en parte de los habitantes del pueblo originario conocido como Tlacopac, uno de los barrios de San Ángel.

De sorpresa cayó desde el viernes 27 de marzo, el cielo retumbaba y no por los rayos previos a los tronidos anunciando tormenta.

No, el estruendo provenía probablemente del Airbus 380 de Air France, el avión comercial más grande del mundo, que posa sus ruedas y su larga y ancha estructura en las pistas del Aeropuerto Benito Juárez.

No fue el único. Cada 2 minutos se escuchaba el sonido que subía de decibeles entre más cerca se encontraba de la zona.

El silencio se rompió y centenas de perros ladraron como en pocas ocasiones. También a e ellos les cayó de sorpresa el mundanal ruido aéreo.

Por el sur-Poniente sobrevolaban los aviones de la Fuerza Aérea Mexicana. No todos los días. Solo aquellos en los que la parada militar es obligatoria de acuerdo con la Constitución. Pocos, porque se podían contar con los dedos de las manos y sobraban pulgares e índices, eran vuelos comerciales de gran envergadura.

Nuestro cielo, el que cubre los pueblos originarios de San Ángel -y suponemos que otros más en el sur-sur y poniente-poniente, perdieron uno de sus encantos: el silencio.

Porque el silencio se disfruta. Encanta. Tiene magia.

El ruido, en cambio, exaspera y desespera.

Más aún cuando en el silencio de la madrugada, el poder de las turbinas de las enormes naves, lo rompe de manera intempestiva.

Adiós sueño. Mal venido el manojo de nervios que se altera por el imprevisto sonido ensordecedor.

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