Por Raúl Mondragón Von Bertrab
Comienza otro año de suma relevancia para el país, como los hemos tenido en número considerable en las últimas décadas, tras haber transcurrido siete de ellas en una relativa Pax Priísta de claroscuros pero estabilidad, de la gestión de López Mateos, por un lado, y la de Alemán o Echeverría o López Portillo, por el otro. El magnicidio de Luis Donaldo Colosio y el surgimiento del EZLN, a finales del sexenio de Carlos Salinas, oscurecían el horizonte de principios de 1994, cimbrando esa llamada “paz social” y dando paso al gobierno gris pero responsable de Ernesto Zedillo, quien decidió entregar el testigo tricolor de relevo a la oposición. El suscrito sirvió como funcionario de casilla en la elección del año 2000, en el municipio de Metepec, Estado de México. Recuerdo, al cierre de la jornada y con las encuestas de salida dando la victoria a Fox, caminar por las calles empedradas de ese pueblo alfarero y tener esa sensación de posibilidad inconmensurable, de oportunidad única, que deben haber sentido, ilusos también, quienes votaron por el actual gobierno. El primer sexenio panista dilapidó en indecisiones, descoordinación y franca ineptitud, el mayor capital político que el país había visto, dejando ir la histórica ventana hacia un cambio institucional de fondo, un rediseño que los blanquiazules venían plasmando durante años y en la teoría desde sus think tanks como la Fundación Rafael Preciado Hernández, pero que no supieron poner en práctica. Fox desencadenó un desastre que solo se perdió un poco en la historia por el impacto de la violencia en el sexenio de Calderón, con más oficio no obstante, y por la rapiña del sexenio de Enrique Peña. Hay similitudes entre el 2000 y el gobierno del presidente López: enorme capital político, oportunidad histórica, -pero- incompetencia, necedad, agenda oscura, capacidades rebasadas por la realidad.
Este 2021 nos enfrenta con una realidad que ya no puede matizarse. Las elecciones federales intermedias que tendrán lugar en junio definirán el rumbo del país para una década entera, quizá alterándolo de manera permanente en varios sentidos. Las pobres decisiones del gobierno en prácticamente todas las áreas lo han sido de particular gravedad en lo económico y han ahuyentado la inversión. Ahí está el caso controversial de Tesla en Jalisco, que supuestamente prefirió Austin en Texas, dada la política pública mexicana para energías limpias. Si ese fue el fondo de la decisión, se perdió la oportunidad de albergar a la tvanguardista empresa líder en disrupción tecnológica en el mundo. El año postpandemia, en el que seguiremos enfrentando las fortuitas consecuencias de lo que ha sucedido en 2020, será con seguridad el año que vea la degradación de la calificación crediticia del país, esto es, las calificadoras no han igualado al papel del gobierno mexicano con basura, pero lo harán este año, sin duda, de seguir la tendencia en las decisiones de política económica. Y solo eso que el propio secretario de Hacienda llamó “un contexto de ajustes a nivel mundial”, nos ha dado un respiro, pues Fitch Ratings ratificó la calificación crediticia de México en BBB- con perspectiva estable, y si bien Standard & Poor’s (S&P) mantuvo la calificación en BBB/BBB+, también confirmó la perspectiva negativa. Moody’s Investors Service (Moody’s) ha sido cauteloso -en Baa1, perspectiva negativa- pero ha advertido de lo anterior al gobierno de México, así como de una caída en los ingresos de los estados en 2021 y de que la más optimista recuperación de la economía mexicana podría darse hasta el 2023.
Los bonos con grado de inversión son calificados por S&P como AAA, AA+, AA, AA-, A+, A, A-, BBB+, BBB y BBB-. Las calificaciones equivalentes de Moody’s son Aaa, Aa1, Aa2, Aa3, A1, A2, A3, Baa1, Baa2 y Baa3. Cualquier calificación por debajo de esos indicadores denota alta especulación o aún peor, basura.
El antídoto suena de sentido común, pero de lejana posibilidad en este gobierno: la acción proactiva del Estado en la economía y su inversión en áreas de oportunidad que dinamiten la actividad empresarial. Como lo señala Mariana Mazzucato, economista italoestadounidense, en su libro “El Estado Emprendedor”: el papel del Estado no es solo regular u otorgar incentivos a la actividad económica, sino promoverla en donde la iniciativa privada carece de los medios para profundizar. Como ejemplos, evidencia el rol definitorio del Estado en la evolución del Internet, el desarrollo de la nanotecnología y los teléfonos inteligentes.
Cabe recordar que el año pasado comenzaba con notas de optimismo ante el hecho de que surcábamos la era de la prosperidad, ante la evidencia de que el ser humano nunca antes ha sido tan próspero como lo es hoy y que, a pesar de la miríada de noticias negativas que invaden a diario y a todas horas nuestros inseparables medios electrónicos, nuestra especie ha logrado imponerse ante cada reto y tornado en ganancia toda adversidad. Steven Pinker, psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor de origen canadiense, profesor de la Universidad de Harvard, sostiene con fuentes como el Banco Mundial y con simplicidad admirable que la pobreza extrema que afectaba al 90% de la población mundial en 1820, es hoy flagelo de tan solo el 10% de nuestros coterráneos. El número de muertes por hambruna ha disminuido de 1,400 casos por cada 100,000 personas en la década de los 1870s, a contados casos en dicha proporción en la década en que vivimos.
La pandemia trastocó esta noción y muchas más. Somos quizá más dependientes. Por eso es hora de sumar y olvidar la división. En su discurso de toma de protesta, el Presidente amenazaba:
“Por eso aplicaremos rápido, muy rápido, los cambios políticos y sociales para que si en el futuro nuestros adversarios, que no nuestros enemigos, nos vencen, les cueste mucho trabajo dar marcha atrás a lo que ya habremos de conseguir. Como dirían los liberales del siglo XIX, los liberales mexicanos, que no sea fácil retrogradar.”
Este año que despunta, México tiene la oportunidad de evitar que esos “adversarios” sean los mexicanos del futuro.
