Por Nidia Marín
Estrenando año y aun con pandemia, los mexicanos esperamos ayer a unos Reyes Magos o un Santa Claus que llegaron ojerosos y con la ropa parchada, sin camello, caballo, elefante, ni trineo.
Tan afectados llegaron a los países católicos del mundo, que llevaron incienso y mirra, pero el oro se lo quedaron a deber al Niño Jesús por aquello de la pobreza que ha dejado el Covid-19 este año.
Hoy se habla de que había un cuarto rey mago que nunca llegó a adorar al niño Dios. Se trataba de Artabán y también le fue fatal.
Afirman que el fondo de su ausencia fue que usó en el camino los regalos que llevaba para el Niño: un diamante de la isla de Meroe, un rubí de las Sirtes y un jaspe de Chipre.
¿Qué hizo? Se preguntarán ustedes como yo en su momento.
Señala la historia, creada cuando faltaban cuatro años para que concluyera el siglo XIX, por el clérigo, maestro y escritor estadounidense Henry Van Dyke, que Artabán, de barbas largas, quien residía en el monte Ushita y utilizaba el oráculo para enterarse de lo que sucedía a su alrededor, supo del nacimiento de Jesús y tomó camino provisto de tres joyas.
¿Y? dije yo interesada. Lo que le impidió llegar hasta el pesebre para adorar al niño fue que cuando ya tomaba rumbo encontró a un hombre al que habían asaltado y, como sucede diariamente, por ejemplo en México, lo habían despojado de su ropa, además de que por la golpiza estaba al borde de la muerte.
Y sí, hay personas que prefieren ayudar al prójimo que tener la gloria de acudir a ver al pequeño Dios. Eso fue lo que hizo este mago. Ante aquel inmenso dolor, entregó el diamante que llevaba para el pequeño recién nacido. Claro, hoy ni siquiera una piedra de río llevaría porque así están las cosas no sólo en México sino en todo el mundo.
En aquella ocasión, de todos modos emprendió el camino para reunirse con los otros reyes, pero aseguran que en el lugar de la cita sólo encontró una nota que le había dejado su tercia de amigos, en la que le explicaban que no podían demorarse por lo que emprenderían el camino y lo esperarían en Belén.
Se supone que Artabán continuó el viaje, pero acicateó tanto al caballo que montaba que el inocente cuaco murió en el camino.
El hombre llegó a Belén chilapastroso, sucio, chorreado y harapiento. Preguntó por los otros soberanos, pero nadie le dio razón, lo que sí le dijeron fue que Herodes estaba masacrando a los niños menores de siete años, por lo cual cuando un soldado trataba de matar a un pequeñito, simplemente lo sobornó, le entregó otra de las joyas que llevaba para el Niño Dios: un rubí a cambio de la vida del muchachito y por ello en aquel lugar lo detuvieron y sentenciaron a 30 años de prisión.
Pasaban los años y ya sólo le quedaba el jaspe, pero cuando salió de la cárcel, de todos modos siguió caminando para llegar a su destino, sólo que para entonces ya estaban crucificando al Mesías.
En su trayecto encontró que pretendían vender a una jovencita para ser esclava y ahí entregó el otro soborno: el jaspe.
El cuarto rey estaba no solo viejo, sino cansado y enfermo. Apenas terminaba de hacer el bien a la muchachita, Jesucristo murió en la cruz y como consecuencia un temblor azotó al mundo, este rey recibió una pedrada en la cabeza y ahí murió.
Hay que aclarar que Melchor, Gaspar y Baltazar, los tres reyes magos de oriente aparecen en el Evangelio según San Mato.
La del cuarto rey está basada en la obra de Van Dyke, en este caso con toques mexicanos.