Por Jesús Michel Narváez
Esta noche, cuando suene la última campanada del reloj anunciando la llegada del nuevo año, habrá iniciado otro que no pinta bien, aunque el popular refranero señala que “años nones, año de dones” y “años pares, años de pesares”.
Nada que discutir del 2020: no solamente fue de pesares, fue de tragedia. Fue el año del horror. El año que no está para olvidarse, sino todo lo contrario.
Porque se juntaron los elementos: la pandemia y el mal gobierno.
Nada de que los astros se alinearon a favor de la cuatroté y mucho menos de millones de mexicanos y cientos de millones en otros países en donde la Covid-19 atacó implacablemente y le quitó la vida a un millón 100 mil personas, de las cuales México aportó el 10.8 por ciento.
No es para olvidar lo ocurrido a lo largo de 10 meses y recordar, por el contrario, el desdén con el que fue recibida la pandemia. “Hay que abrazarse, salir a comer a la fondita, besarse”, decía el presidente en marzo cuando ya se evidenciaba la crisis sanitaria. Tampoco se puede olvidar que 2020 fue el año en el que más periodistas fueron asesinados y la violencia a nivel nacional no cedió.
Cómo dejar que la mente borre la muerte de queridos compañeros con los que compartí no solamente la información, el pan y la sal, sino acontecimientos que marcaron el cambio de rumbo en el país y en el mundo.
Porque sin diferencia de lo que decía Herbert Marshall McLuhan de la “aldea global” y su visión de las nuevas tecnologías incluida la Internet, el mundo dejó de estar aislado y ahora es un “mundo global” en el que nada se pierde, nada se olvida, todo queda registrado en la conocida “nube” y es imposible no saber qué pasó hace un siglo o hace un minuto.
El filósofo, científico, erudito y docente, generó el materialismo mcluhaniano que es determinista, toda vez que le atribuye el papel de la infraestructura a las tecnologías de la comunicación.
Se va el 2020 y muchos lo festejarán aduciendo que “la pesadilla ya terminó”. Nada más falso. Porque ahora sabemos el daño que hace una pandemia y el manejo que de ella hace un mal gobierno que no recula, no admite desaciertos, no salva vidas. Un año en el que la pobreza se incrementó en 12 millones de personas según las cifras del INEGI, pero el gobierno, su cabeza, el presidente López, tilda de conservadores a quienes realizaron los estudios y por ello designó a Graciela Márquez Colín comisionada en el organismo para, como usted supone, maquillar las encuestas.
Un año en el que el crimen organizado encontró caminos pavimentados y abandonó las brechas y mantuvo un desproporcionado crecimiento del trasiego y fabricación de drogas duras.
Un año, el 2020, que como la carabina del mismo calibre utilizada en la Revolución Mexicana, se “embaló” no para avanzar sino para no disparar.
Cómo arrojar al pozo de los olvidos el maniqueísmo político que enfrentó a los buenos con los malos y aún nadie conoce el resultado de la batalla. Imposible dejar de contar las mentiras surgidas un día sí y otro también, entre las que destaca ante la crisis económica aquella “vamos requetebién”.
Nada se puede ni se debe olvidar. México no merece el trato que su gobierno le da a sus gobernados. Y aunque desde antes de la victoria del presidente López se advertía que su llegada sería “un peligro para el país”, el primer año de gobierno pareció el espacio adecuado para moderar la violencia verbal. Sin embargo, conforme pasaron los meses, la política dejó de ser el arte de lo conveniente y del diálogo para convertirse en eco del monólogo.
La pandemia nos enseñó que somos más disciplinados de lo que parecemos. Es probable que se haya revido el concepto de temer a lo desconocido. Y ante la ignorancia, el abuso del poder público. La manipulación. Los “otros datos”. La razón de la sinrazón y la convicción de que Dios lo envió para castigarnos.
Y en mesa de amigos, la frase se hizo común: “Dios debe estar enojado con nosotros. Porque nos da un presidente ignorante y nos manda la pandemia. ¿Qué te hicimos, Diosito para castigarnos así?
Un 2020 en el que periodistas de mi generación, aquella que arrancó entre los años 60 y 70, están no pasando a mejor vida sino perdiendo la que amaban. Una generación que camina rauda a la extinción. Y con ello, da paso a la improvisación profesional demostrada en las llamadas mañaneras.
Son miles las cosas de las que quisiera escribir en esta entrega. El espacio no lo permite. Acaso tomemos como buena la versión de que años nones, años de dones, y confiemos en la sabiduría de quienes lograron el concepto.
Por lo pronto, a los lectores, anunciantes y sobre todo a los amigos, mis mejores deseos porque cuando toque la última campanada o aparezca en el digital reloj el 0, el agradecimiento de todos los que hacemos posible Misión Política.
A todos ¡ABRAZOS! A sana distancia. Felicidades.
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