Lo que nos Dicen las Heridas

Guardianes de la memoria.
Recorriendo las cicatrices
de la vieja Europa:
Gernika, Chernóbil,
Transilvania, Lourdes,
Auschwitz. Álvaro Colomer.
Editorial Martínez Roca, 2008.

Por David Marklimo

En todo mapa puede localizarse una ciudad cuya historia reciente ha condicionado la visión que sobre ella tenemos. Son lugares donde acaecieron sucesos por siempre grabados en la memoria colectiva. Lo que llamamos heridas. Esto sucedió, fue horrible, debemos cuidar que nunca vuelva a pasar. ¿Quién no está al corriente de lo que pasó en Auschwitz? ¿Alguien ha podido olvidar el accidente nuclear de Chernóbil? ¿No se estremece uno ante el recuerdo de Gernika? ¿Acaso nos deja indiferente la emoción que despierta la peregrinación de miles de personas al santuario de Lourdes o a Santiago de Compostela? ¿No se nos pone la piel de gallina cuando oímos Transilvania y el nombre del conde Drácula?

De todos estos temas es lo que se ocupa el libro Guardianes de la memoria. Las cinco historias aquí recogidas, todas ellas rodeadas de un halo de misterio, rinden homenaje a estas “ciudades o regiones estigmatizadas”. Mediante entrevistas, anécdotas y viejas historias, el autor nos cuenta cómo fueron antes de entrar en la leyenda por derecho propio y nos adentra en el día a día de sus habitantes —que soportan con estoicismo el peso de la historia—, en un apasionante viaje por las profundidades de la Vieja Europa. Guardianes de la memoria no es, entonces, sino una recuperación de cinco extensos artículos, cada uno aludiendo a un infierno. La intención no es otra más que explicar cómo esos fenómenos han condicionado las existencias no solo de los nacidos allí, sino también de cualquier otro hito posterior alcanzado. El miedo a la Bomba, por ejemplo, no se explica sin el horror de Fat Man y Little Boy y su hongo de fuego.

Se puede argumentar que el  origen del horror se convierte en una carga o en una especie de adjetivo definitorio más allá de todo sentido común. Todos estos lugares pueden sonarnos familiares quizá por su omnipresencia, o por su presencia cada cierto tiempo en los informativos de los medios de comunicación, cada 9 de mayo, por ejemplo, o cada agosto. Es evidente que la vuelta a la cicatriz se debe a la creciente curiosidad ante el enorme calado de lo sucedido y cómo en muchos casos son, más que un punto en el mapa, puntos de inflexión en el desarrollo de la realidad del siglo XX. Gernika, por ejemplo, explica los bombardeos masivos sobre Londres, Dresde, Berlín y Vietnam. El temor al aire, a las sirenas sonando en cualquier momento. ¿Cómo fue que se nos ocurrió usar los aviones para destruir ciudades llenas de gente?

¿Cómo explicar un suceso como las apariciones de Lourdes?

Los textos son vigorosamente actuales, por ejemplo: más allá del mito del vampiro, la alusión a Transilvania nos habla de las curiosas costumbres que, en pleno siglo XXI, aún mantienen ciertas comunidades. La Unión Europea, ese brillante experimento de cohesión, se nos muestra aquí rodeada de una oscuridad que resulta inquietante.

Evidentemente, el otro gran tema es el relativo a totalitarismos y fanatismos, permanecen frescos. Ahí no es menor el relato de lo que significó  Auschwitz, donde el silencio y el respeto son mejores que testimonio alguno. Es el relato más tenso, más actual, es el perfecto colofón: se presenta un testimonio de los hechos se convierte en aquello que nos dicen las heridas, el significado oculto de las cicatrices, el peso irreductible de la memoria, garante siempre de que no conviene olvidar la Historia para no caer en la tragedia de repetirla.

El libro recibió el Internacional Award for Excellence in Journalism, uno de los premios periodísticos más importantes a nivel internacional.

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