Por Silvestre Villegas Revueltas
La frase que lleva por título el presente artículo fue expresada por el aspirante al Senado por Illinois, Abraham Lincoln, en la Convención Republicana de junio de 1858, o sea tres años antes de que diera comienzo la Guerra de Secesión en los Estados Unidos tras una elección presidencial que casi, 50 a 50 por ciento de intención electoral, fue ganada por quien encabezó las fuerzas de la Unión en contra de la Confederadas lideradas por el general Robert E. Lee. Lo anterior viene a cuento porque en el momento (11 de noviembre) en que se escriben estas líneas, el presidente Donald Trump ha declarado en la Casa Blanca que la elección presidencial muestra signos inequívocos de un fraude mayúsculo en el número, calidad e importancia estatal (sobre todo en Georgia, Pennsylvania, y Wisconsin) de los votos enviados por correo, antes y después de la elección; ello ha sido subrayado y lo será en los siguientes días por todos los medios de información televisivos y de prensa en los Estados Unidos, México y el resto del mundo. Sin embargo, pocos medios de información tradicionales, pero sí en las redes y a través de periódicos y televisoras locales, muchos estadounidenses subrayan un asunto cardinal: gane o pierda Trump la elección presidencial, amén de la composición del Poder Legislativo, muestra una división profunda en el pueblo estadounidense que evidencia una partición entre rojos y azules en cuanto al territorio geográfico de la nación. Muestra a una mitad de americanos que no soportan las políticas pero sobre todo las actitudes, lenguaje e ideología de Donaldo, pero existe otra mitad que en sus votos respalda todo lo que significa Donald Trump y sus cuatro años de gobierno que van más allá de la Oficina Oval e inundan la vida cotidiana americana en sus esenciales cuerpos de policía, en su cultura popular como la música country, en su cada vez mayor racismo hacia quienes no son WASP, y en este sentido vale la pena resaltar el respaldo decidido del cristianismo evangélico en el Sur Profundo y Medio Oeste americano, como el estado de Wyoming donde el republicano ganó con el 70 % de los votos emitidos.
Estimados lectores, si uno sale del confort de las grandes cadenas televisivas e importantes periódicos como The New York Times, y se adentra en los diarios locales de Tenneesse, o los de Texas que por igual pueden ser de anglos como de lectores hispanos, tal es el caso de El Nuevo Heraldo editado en Brownsville, TX, la elección presidencial del 3 de noviembre y que está materializando una serie de secuelas importantes apunta la discusión en los siguientes temas: la mitad de los estadounidenses aprueba o consciente el tipo de racismo endosado desde la Casa Blanca y que por igual se magnifica en las acciones policiales que en políticas de deportación de inmigrantes o prácticas segregacionistas en escuelas y empleos. En un sentido opuesto, si uno se adentra en la prensa de Arizona y en las entrevistas concedidas por funcionarios locales, el común denominador es que en el estado se fue imponiendo un poder hispano-demócrata que combatió y se enfrentó a integristas blancos como el sheriff Arpaio en el condado de Maricopa, el más importante y poblado de Arizona.
En este mismo sentido de las minorías vale la pena subrayar las manifestaciones de regocijo de la comunidad negra en Atlanta, pero al mismo tiempo el asombro de muchos afro-americanos en estados como Nueva York o el Distrito/Estado de Columbia respecto al enorme apoyo a Trump en muchos estados, condados y regiones del país; una señora decía que los blancos no estaban arrepentidos de lo sucedido en los últimos años y temían un rebrote de intolerancia y violencia aunque no estuviese Trump en la presidencia de la república. Lo último es muy importante porque nosotros los mexicanos estamos acostumbrados al centralismo, pero allá el federalismo va más allá de los siniestros afanes de los gobernadores, en las acciones muy concretas que se cocinan a nivel local, la de los condados con sus cortes de justicia, circuitos escolares, etcétera. El lector debe tomar en cuenta que a pesar de que la Unión ganó la guerra de 1865, y luego vino el liberal periodo de la Reconstrucción que en términos generales terminó en 1875, posteriormente se fue materializando a nivel estatal toda una cultura y un conglomerado de leyes segregacionistas que sobrevivieron con cabal salud hasta el movimiento de los derechos civiles de los negros, y también de los mexicano-americanos, a inicios de los 1970. Ello como se constató en las últimas décadas modificó muchas cosas al grado de que los Estados Unidos tuvieron en Obama un presidente mulato que no negro, pero que asimismo fue considerado como algo demasiado irritante para muchos estadounidenses: Trump ha reflejado semejante sentir.
Finalmente, ¿y en el resto del mundo qué? Todos en el chisme, unos regodeándose de gusto por el galimatías que hasta hoy es la elección presidencial. Otros preocupados porque los intereses son muchos y el enfrentamiento puede ser desastroso; hasta el momento en que esto se escribe ni López Obrador, ni la Merkel, Macron o Putin han dicho algo porque esperan lo que las autoridades estadounidenses señalen sobre quién fue el ganador en la contienda presidencial. Dar un paso en falso puede costar mucho.