Por Silvestre Villegas Revueltas
Desde que se constituyeron los Estados Unidos Mexicanos a partir de la Constitución Federal de 1824, el enfrentamiento entre el gobierno central encabezado por el Poder Ejecutivo y los gobernadores estatales ha sido la norma en aquellos periodos políticos que desde el siglo XIX han enfrentado a dos entidades, la una estatal y la otra central que compiten por espacios políticos, por el manejo de las finanzas estatales o de la federación y por espacios de influencia local, regional y nacional. Desde el bisoño gobierno de Guadalupe Victoria hasta el de López Obrador, el presidente y su equipo de secretarios se han enfrentado a los afanes legítimos y oscurantistas de una gama de intereses estatales representados por el gobernador y financiados por las fuerzas vivas muy calculadoras en cada entidad.
Para los panistas que de tiempo atrás han cacareado el federalismo como bandera para conseguir poderes y prebendas, y que algunos de ellos tendrán en sus bibliotecas las Obras Completas de Lucas Alamán, seguramente han tachado la frase de una carta alamanista dirigida a Santa Anna hacia inicios de 1853 donde don Lucas subrayaba que: los conservadores estamos en contra del federalismo porque si bien positivo en la teoría, en la práctica ha resultado en la aparición y empoderamiento de 25 caciques con un número semejante de congresitos estatales que bailan al son que quiere el gobernador y sus adláteres. Hasta aquí el ideólogo conservador.
Claro, no es lo mismo los 1850 que el siglo XXI pero las preponderancias, vicios y virtudes humanas son ancestrales y lo mismo caben en tiempos de Julio Cesar que en el de Donald Trump, porque siempre ha existido un poder central que quiere hacerse obedecer y ejercer actos de poder y control, y otros poderes que legítimamente o facciosamente defienden sus prerrogativas, pelean por cambios que consideran necesarios y en la esfera del continente americano lo mismo produjeron la atomización de los inmensos virreinatos españoles, se materializaron en la separación de entidades como Tejas y Panamá. En la actualidad diferencian la Bolivia indígena de la Bolivia mestiza en Santa Cruz, la oposición Buenos Aires y las provincias argentinas, el nordeste brasileño frente a la próspera y germánica Santa Catarina en el extremo sur del Brasil.
Pero volvamos a México, Santa Anna se enfrentó a Juan Álvarez quien en su afán de consolidar su cacicazgo empujó y presiono para que al final de cuentas se creara el estado de Guerrero; a Benito Juárez le tocó el sumun del tiempo de los gobernadores-caciques estatales, comandantes de guardias estatales, y opositores políticos que buscaban la presidencia de la república, se las tuvo que ver con varios de ellos en las figuras del oblicuo y guanajuatense Manuel Doblado, el bronco de Nuevo León Santiago Vidaurri que no quería perder el manejo de las aduanas fronterizas en Coahuila y Tamaulipas enriquecidas por los impuestos a la importanción/exporación de algodón confederado a Europa. (¡¡la estatal semejanza con la actualidad es mera coincidencia!!). Finalmente ya en tiempos del porifirato, el general Díaz cooptó a algunos gobernadores, si eran más rejegos los atrajo a la Ciudad de México, a los más independientes los eliminó; en los segundos veinte años de su dictadura los gobernadores le debían el puesto y la permanencia al presidente, se volvieron cortesanos como décadas después y durante las décadas del priísmo, la disciplina hacia el jefe de la nación provocó un inmovilismo. Cuando algún gobernador comenzaba a dar problemas o era demasiado ineficiente, simplemente el titular estatal renunciaba por motivos de salud.
¿Cuántos gobernadores no fueron cambiados durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari? Muchos y la lista es nutrida en los casos de Chiapas; existe en Cuernavaca una avenida que se llama Gobernadores y que hace décadas tenía los bustos de tan insignes funcionarios. El pueblo lo ha llamado el paseo de los ladrones. Como se relata en la novela de Enrique Serna, “El vendedor de silencio”, el periodista Carlos Denegri tenía un archivo con información de las tropelías de los ejecutivos estatales y ello no se acabó en 1970.
¿Qué gobernador estatal en el México contemporáneo resiste una auditoría independiente y seria? Todo el mundo sabe de su enriquecimiento y el pueblo padece muchas de sus obras públicas innecesarias que cuestan por igual a los presupuestos otorgados por la federación como a los generados localmente…y ahora se presentan como paladines de la transparencia y el compromiso para con el dinero público.
El actual enfrentamiento entre algunos gobernadores y el Ejecutivo Federal no es el primero en tiempos recientes, Salinas y Zedillo lo tuvieron. Ahora, dado el clima de crispación política se hace más evidente por la irrestricta cobertura que le dan los medios, y el aprovechamiento que les otorgan los partidos políticos de oposición, especialmente el PAN y Movimiento Ciudadano. Las entidades constitucionalmente tienen derecho a recibir partidas del presupuesto federal que deben ser puntualmente ejercidas y luego auditadas; las entidades tienen como reto generar sus propios recursos fiscales en el cobro de impuestos, el predial es uno de ellos. Lo que no se vale es jugar con el muy peligroso argumento del pacto federal, ya sea bajo la óptica de lo que marca la constitución o respecto al tema fiscal. Y conociendo la manera como los mexicanos copiamos lo peor de aquello que queremos imitar, léase España o EU, además se está entrando a un terreno ya minado por el poder del narcotráfico en su aspecto de dominio de grandes segmentos de la república y su innegable importancia económica como los desarrollos inmobiliarios, donde los gobernadores estatales suelen hacer grandes negocios. El gobierno federal debe poner de su parte, no tensar más la liga, remitir los presupuestos que les corresponden a los estados y vigilar su exacto cumplimiento; voltear al otro lado nos vuelve a llevar a estadios que nunca se han ido de opacidad y despilfarro y el enfrentamiento empobrecerá más al pueblo.