Pedro de Alvarado y el Salto de Garrocha de las Olimpiadas

Por Nidia Marín

Vivimos la etapa de los pedestales vacíos, de la amputación de la memoria. Siempre hay grupos para destruir y brillan por su ausencia aquellos para construir, porque les cortan las alas a punta de abolir fideicomisos.

El radicalismo de quienes conocen poco, pero se irritan mucho, o por lo menos dicen que se enfurecen contra tirios y troyanos, está dejando a los países sin referentes de sus historias, para bien o para mal y ajenos de atractivos (turísticos también, por cierto), sin aquellos próceres y a veces villanos que han pululado y en ocasiones predominado en la historia de las naciones.

Esta es una moda que actualmente van adoptando en diversos países. Son de alguna manera los nuevos iconoclastas, lo mismo los que derrumbaron el vergonzoso Muro de Berlín en 1989, que quienes derribaron las estatuas de Lenin en Rusia, o los que hicieron destrozo y medio y siguen haciéndolo desde hace tres años en diversas ciudades de Estados Unidos. También en Reino Unido, Italia, Francia, Nueva Zelanda, Bélgica y otros lugares del mundo.

El caso de Cristóbal Colón llama la atención. Han dicho que es símbolo del racismo. Así, en Estados Unidos, específicamente en Saint Paul, Minneapolis una estatua fue derribada, mientras otra en Boston, Massachusetts fue decapitada. Otras que fueron a dar al suelo fueron en Minnesota, Florida y Virginia.

Nadie se salva. Hay suficiente irritación en contra de todos, del lado que estén, estuvieron y desean estar.

En el caso de la Ciudad de México, recientemente, la estatua de la víctima preferida, de el “tírenle al negro” de hoy, es decir de Cristóbal Colón, fue retirada de su pedestal, para evitar estropicios el lunes en el 528 aniversario del descubrimiento de América

Sí, porque se recordaban los destrozos ocurridos en 1992 cuando se cumplía el quinto centenario del Descubrimiento de América. Aquel día, integrantes de grupos indigenistas marcharon, se treparon al monumento, le metieron la mano a don Cristóbal por debajo del faldón (para ver si de verdad era Colón o colín), lo pintarrajearon, mientras los menonitas y su “¿no quere queso?” huían despavoridos por la glorieta.

Hoy la acción preventiva de las autoridades estuvo bien, pero la explicación posterior a cargo de doña Claudia no fue digna de una científica, aunque sí una tontejada, como tantas otras de los jefes de gobierno y hasta mandatarios para salir del paso. En fin…

Y como de pasada se llevó entre las frases al conquistador Alvarado, para muchos quedó la duda: ¿Y por qué se llama Puente de Alvarado, la calle del muy posible borrón a la historia que se avecina en la Ciudad de México, tras la crítica de la señora Sheinbaum? Difícilmente se podrá salvar de los anarcos y compañía, aunque estos no sean los indigenistas de otros tiempos.

Hay que decir que Pedro de Alvarado tenía cara de hijo de la… ya saben y… lo era.

Aquel día que le dio fama, los conquistadores huían de Tenochtitlan cargados de oro, joyas y demás, por la calzada de mayor antiguedad de América (la hoy llamada México-Tacuba) construida por los aztecas sobre el lago y con varios puentes de tablas para cruzar.

Esa lluviosa noche, mientras cruzaban por uno de los puentes, una mujer salió con su cántaro por agua y vio a quienes huían. Al tiempo que los tablones se derruían, ella avisaba a los pobladores. Y empezó la batalla. ¿Resultado? Una matanza de ambos lados.

Dicen que Alvarado peleaba en la retaguardia, tratando de detener a los atacantes, pero al llegar al tablado que se encontraba donde hoy es la calle de Puente de Alvarado, cayó muerta su yegua, al tiempo que se derrumbaba la estructura de madera.

Ante ello, don Pedro, “tomó su lanza y la apoyó muy lejos sobre piedras, tesoros perdidos, caballos y soldados muertos, y como todo un atleta olímpico salto hasta el otro lado de la calzada”.

Aseguran que ahí nació “este súper salto que ejecutara el conquistador (que hoy conocemos como salto de garrocha) y que dice la leyenda, no ha podido ser superado en las competencias olímpicas mundiales”.

Es cierto que dicho salto se utilizaba durante las guerras de los tiempos de la conquista y posteriores, para librar obstáculos, cruzar ríos y demás, pero de eso a que de ahí haya surgido el salto de garrocha o de pértiga que actualmente se realiza como parte de los deportes en los Juegos Olímpicos, hay un mundo de diferencia, Por cierto, que la medalla de oro en esa disciplina hace 52 años, en México 68, la obtuvo el estadunidense Bob Seagren.

Como fuere, pues, don Pedro la libró (y con los siglos hasta nombre de calle tuvo, porque no cualquiera…) pero la escapada de aquellos continuó hasta llegar a Popotla, donde ya lo saben, las lágrimas de don Hernán salpicaron el ahuehuete de la Noche Triste.

Y la historia se escribió. Seguramente el feroz don Pedro anhelaba que en México le pusieran su nombre a una calle. ¡Por favor! ¡Basta de destructivas babosadas!

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