*Una Exitosa Historia que Exhibe hoy Lastimosa Decadencia
*Dos Balas Acabaron con la Prometedora Generación Tricolor
*Y los Nuevos Rostros del PRI se Graduaron en Sustraer Recursos
*El “Star” del Templete Terminó por Enterrar al Nuevo Priismo
*Sin Mantenimiento, el Revolucionario Institucional Luce Desgastado
Por Joel Armendáriz
Corrían los tiempos de iniciar la búsqueda de personajes que alcanzaran los cargos de representación popular. Eran los momentos en que las figuras emanadas de la Revolución Mexicana –y que sentían que el país les pertenecía- completaban el ciclo que se adjudicaron de manera directa. Cuando Miguel Alemán Valdés se convirtió en el primer civil en llegar a la Presidencia de la República, los caudillos fueron enterrados y para siempre.
Con un solo partido de oposición real (el PAN) y los satélites del PRI: PPS y PARM, el que llegó a ser considerado el “partido más fuerte del Continente” hizo lo que debía para permanecer en el poder: crear buenos cuadros, nuevas generaciones de políticos.
Con Luis Echeverría Álvarez dio comienzo la “era de los jóvenes”. Desde su campaña incorporó a quienes estimaba podrían representar el futuro del partido.
Así nacieron los jilgueros en las personas de Fidel Herrera Beltrán, Carlos Armando Biebrich, Manlio Fabio Beltrones, Tulio Hernández, Dante Delgado, José Murat, Sami David, Heladio Ramírez, Mariano González, Beatriz Paredes, Jorge Canedo, Humberto Hernández, Roberto Madrazo, entre medio centenar que llegarían a ser gobernadores, senadores, diputados y miembros de diferentes gabinetes.
Una generación que cumplió con la encomienda: mantener al PRI en el gobierno federal y en la totalidad de los gobiernos estatales además de controlar mayoritariamente el Congreso de la Unión, los Congresos locales y el 90 por ciento de las presidencias municipales en el territorio nacional.
Una generación que aprendió a hacer política desde el Instituto de Capacitación Política del tricolor donde hicieron méritos: lo mismo pegaban carteles que organizaban mítines en los que loaban al candidato presidencial. Los sectores del PRI: Obrero, Campesino y Popular conformaban el ejército en la estructura político-electoral y nadie les ganaba en organización, acarreo, movilizaciones y convocatorias.
Eran los tiempos en los que Alfonso Martínez Domínguez presidía el CEN del PRI, Augusto Gómez Villanueva lideraba la CNC, Fidel Velázquez a la CTM y Renaldo Guzmán Orozco al frente de la CNOP. Era el momento del “destape” de Luis Echeverría, secretario de Gobernación y a quien postuló la Confederación Nacional Campesina.
A finales de 1969 se conoció quien sería el candidato a la Presidencia. Y comenzaba la “nueva era del PRI” después de que Gustavo Díaz Ordaz cayó de la gracia de los mexicanos por el inolvidable 2 de octubre de 1968.
Echeverría formó un equipo de trabajo con características juveniles. Sin embargo, los impulsores de los que serían gobernadores o senadores o diputados eran los dirigentes de los sectores. Ellos se encargaban de coordinar las actividades durante las giras para conseguir el voto bajo el lema “Arriba y Adelante”.
Esa generación logró sus metas y solamente tres de los jóvenes buscaron ser candidatos a la Presidencia de la República. Uno logró la candidatura: Roberto Madrazo Pintado, los otros, Manlio Fabio Beltrones y Fidel Herrera quedaron a la vera de la vía por la cual circula el ferrocarril de las decisiones.
EL TIEMPO DE LOS CAMBIOS
Si bien desde 1970 se creó la nueva generación de políticos emanados del PRI, al finalizar el siglo XX ya se advertía cansancio entre los militantes. No obstante ello, los dos últimos de aquella camada en protestar como gobernador fue Fidel Herrera. Gobernó Veracruz entre 2004 y 2010. Diría que era el último de aquella brillante generación.
Después de aquel medio centenar de jóvenes que hicieron política en y dentro del PRI, las dirigencias del partido abandonaron la capacitación y perdieron el contacto con quienes querían ingresar al partido para aprender. Salvo honrosas excepciones, no surgieron líderes estatales ni locales menos aún nacionales.
El que pintaba para encabezar a la nueva generación fue asesinado en marzo de 1994. Candidato por decisión presidencial –como se hacía y se hace-, Luis Donaldo Colosio no logró, empero, ser candidato de unidad y se vio obligado a mostrar que él era el futuro Presidente de México hasta que… dos balas disparadas por Mario Aburto durante un mitin en Lomas Taurinas, una zona marginada de Tijuana.
Los que acompañaban al malogrado candidato y conformaban la “nueva élite” política en el poder, terminaron convertidos en las “viudas de Colosio”.
Y entonces los vientos soplaron en otra dirección: el nacimiento del “Nuevo PRI” con rostros juveniles, preparados, la mayoría alcanzó los gobiernos de sus entidades y el mexiquense Enrique Peña Nieto se convirtió en la figura de la naciente generación.
Allí estaban Ismael Hernández Deras, en Durango; Roberto Borge Angulo, en Quintana Roo; Eugenio Hernández Flores, en Tamaulipas; José Olvera, en Hidalgo; Javier Duarte de Ochoa, en Veracruz; y César Duarte, de Chihuahua.
Eran los “nuevos rostros del PRI”.
Para desgracia de Enrique Peña Nieto, quien logró que su partido recuperara la Presidencia de la República después de 12 años -la llamada docena trágica- que el PAN con Vicente Fox se la arrebató por primera ocasión y Felipe Calderón impidió que Roberto Madrazo se cruzara la banda tricolor, sus compañeros gobernadores, aquellos con los que se reunía para festejar cualquier cosa, salieron graduados en el arte de sustraer recursos públicos, aliarse con criminales, apoyar a los opositores y darse, después de todo, a la fuga.
Los casos más sonados los representaron Duarte y Borge y recientemente Duarte Jáquez. Los tres permanecieron fugados por meses. Los otros simplemente confiaron en su suerte, como lo hizo Hernández Flores a quien lo pescaron en Quintana Roo, en donde había construido su refugio, protegido por supuesto, por Borge.
Peña Nieto, carismático, deseado por mujeres de todas las edades, un star en el templete y los mítines, permitió que la corrupción se fomentara y creciera exponencialmente, proporcionando las armas al adversario que terminó por enterrar al “nuevo priismo”: Andrés Manuel López.
En su gobierno, Peña apoyó entre otros a mandatarios como Alejandro Moreno Cárdenas (Alito) para que se convirtiera en el gobernador de Campeche; lo hizo con Ignacio Peralta en Colima; aguató la presión de Manlio Fabio Beltrones y accedió a que Claudia Pavlovich gobernara Sonora; apoyó a Quirino Ordaz para Sinaloa, impulsó a Alejandro Murat para Oaxaca y un año antes de terminar su gestión se decantó por Alfredo del Mazo Maza para el Estado de México.
NI CON CIRUGÍA HABRÁ NUEVOS
Como en las finas maquinarias, a los partidos políticos hay que darles mantenimiento y remplazar las piezas que por el uso se han desgastado.
El PRI cambió piezas durante la última década sin dar servicio a la maquinaria. Dejó que se desgastara. No hubo cambio de rumbo (aceite) y menos restricciones para el abuso del acelerador (el latrocinio).
Hurgar entre la militancia tricolor, entre sus gobernadores, entre sus legisladores para encontrar el Vellocino de Oro y éste a su vez hallar al personaje que le permita ocupar el Trono perdido en el tiempo y espacio, será inútil.
Imposible ubicar al “líder” que conduzca la nave del PRI con sus 91 años a cuestas y con padecimientos crónicos que no tienen cura.
A ninguno de los que quieren pronosticar el futuro halagüeño no lo mejora ni la cirugía plástica. Porque están plenamente identificados por los ciudadanos y les conocen hasta el modo de andar.
Perdió lo más importante como partido: la guía política que buscaba hacer realidad los postulados de la sacrosanta y casi moribunda Revolución Mexicana. Sus dirigentes no supieron y no saben qué fue el PRI en la construcción de los sólidos pilares que aún mantienen de pie muchas de las instituciones que no se pueden borrar con una cuarta transformación. No entendieron cómo vender las buenas obras que, con mucho, superan la tragedia de la corrupción.
La sed de justicia que abordó como tema de campaña Colosio, se mantiene. La presa, que contiene las aguas de la sabiduría y la acción concertada, está seca.
Alejandro Moreno Cárdenas es un dirigente más. No un líder. Su equipo de trabajo tampoco tiene liderazgo y se deja avasallara por los “elogios desmedidos” que se hacen al actual presidente del CEN.
Desde el momento en que Beatriz Paredes completó su gestión 2007-2011, el PRI ha tenido 10 presidentes (2 mujeres) interinos que nunca supieron recuperar la confianza de los ciudadanos a pesar de formar buena parte de ellos y ellas de la “nueva generación”.
Hoy en el PRI desaparecieron también los ideólogos. Hay recitadores de frases, no creadores. Sin personas que sepan llegarle a la gente más allá de la demagogia barata, la nave tricolor parece tener decidido su destino: el hundimiento del mayor partido que haya existido en la historia de México.
Los nuevos rostros ya son viejos. Los que ahora surjan, si es que brotan de la tierra después de regarlos durante largo tiempo, tendrán que esperar mejores tiempos para cantar victoria y que los militantes se sientan comprometidos con su partido.
Porque la generación de cuadros se acabó.
Y si existen aquellos que creen que el PRI puede ser la salvación del país y de los mexicanos, estarán obligados a la virtud de Job: la paciencia. Y confiar en que habrá un mañana después de hoy.
Si todavía tienen partido para entonces.