*Y el “Tlatoani” en Turno Saborea la Gloria del País que Gobierna
*Los Grandes Maquillistas de la Política Local, Pintan de Ineptitud
*Los Periodistas van Detrás y el Encargado de la Crónica Apunta Detalles
*Llevan los VIP Distintivo Morado Porque hay Pedigrí, hay Estatus
*Tediosos y Llenos de Mentiras, son los Eventos Presidenciales
*Previo a la Visita: las Ciudades se Maquillan; Posterior es el Olvido
Por Rafael Navarro Barrón
A propósito de la gira del presidente de la república,
Andrés Manuel López Obrador a Ciudad Juárez
Corríamos como imbéciles detrás de una comitiva de trúhanes que adulaban o cuidaban al presidente de la república en turno. El perímetro del aeropuerto era una muralla humana rodeada de soldados mexicanos, vestidos de verde olivo.
Y en la calle el operativo policial que bloquea los semáforos para lograr que la comitiva llegue rápido a los eventos previstos para la visita del señor presidente.
Así son las giras presidenciales. El periodista se prepara para aguantar los codazos de la guardia personal del presidente; aprender a apretar los dientes cuando el lente de una cámara de televisión golpeaba su cabeza; hay que aguantar los pisotones, los empujones, las agresiones verbales y el evidente ninguneo del titular del ejecutivo que ignora nuestra presencia.
¿Y los periodistas?, como zombis, atemorizados, incapaces de cuestionar al pequeñísimo dios que ha bajado del centro del país. En torno al tlatoani corren como verdaderos imbéciles al son de la gira presidencial.
El presidente se mueve en un estado casi catatónico, porque la espuma del poder obnubila su alrededor mientras saborea la gloria del país que gobierna. Las míticas deidades del Olimpo empequeñecen ante la faraónica recepción que raya en la ridiculez y la efímera fantasía.
Luego, el supremo y primer mandatario, es conducido a su vehículo de seguridad, a la moderna camioneta a prueba de balas. Allí va el presidente, preguntando al gobernador del Estado y al alcalde de la ciudad que visita, nimiedades, obviedades.
En ese dialogo presidencial los grandes maquillistas de la política local, el gobernador y el alcalde, pintan de ineptitud el abandono las ciudades sucias y abandonadas, que ahora están limpias y sus vialidades pintadas, están a tono para que las recorra el presidente y se sienta orgulloso de un México que no existe.
La prensa observa, espera la salida a toda velocidad de los potentes vehículos oficiales, mientras los elementos que cuidan al presidente hacen sus acrobacias corriendo tras las unidades del gobierno, luego abriendo las puertas y subiendo a la misma velocidad que el vehículo en movimiento.
Mientras, los reporteros, corren a un camión artrítico que siempre se retrasa y que carga el ego de quienes buscan estar cercas de los políticos: allí van los fotógrafos, los camarógrafos, el periodista encargado de la crónica mirando cada detalle; viajan en el autobús los que cubren las giras del Ejecutivo Federal. Mientras la unidad avanza, el enviado especial platica sus glorias, sus faenas, dejando ver su idolatría al poder, orgulloso del saco raído y la corbata manchada de café, que son testigos del tiempo.
Y para darle seguridad al asunto, los periodistas son marcados con una etiqueta adherible a la ropa. El color dice los eventos dónde pueden estar los reporteros. Los distintivos verdes, rojos y amarillos son para los comunicadores locales; el VIP es morado, casi exclusivo para la llamada ‘prensa nacional’. Porque aún en la prensa hay pedigrí, hay estatus.
Los eventos presidenciales son tediosos y llenos de mentiras. Los datos, estadísticas y proyecciones son abrumadores, incapaces de digerir. Es cuando el periodista se siente parte de ese sistema corrupto, que transmite mentiras y discursos llenos de demagogia.
Las ciudades se maquillan antes de que venga el presidente, después viene el olvido, la marginación, la simulación. Estamos frente a un sistema corrompido que proclama un cambio, pero que remueve las piezas para que todo siga igual, no importa que el país se derrumbe…