*Como te ves me vi y Como me ves te Verás… si Llegas a mi Edad
*Fijan Para Adultos Mayores en Centros Comerciales y Restaurantes
*A los Jóvenes, Trato de Reyes, Porque Ellos sí Consumen Bebidas
Por Joel Armendáriz
Seis meses y dos semanas después de haber iniciado la pandemia del coronavirus –en febrero no se conocía el nombre de Covid-19- y en pleno proceso de reapertura de comercios, negocios, empresas, industria y servicios, los adultos mayores son tratados con displicencia por quienes tienen el “derecho” de permitir o no el ingreso a súper mercados y restaurantes, en cuyos establecimientos les fijan horario para realizar sus comprar o para reservar una mesa y comer.
Un caso notable es el de Sam’s. Ahí, las cancerberas encargadas de impedir el ingreso de dos personas, aunque se trate de mayores de edad ¡y vaya que son mayores! Impiden que una pareja entre y le recitan la letanía empresarial:
“Adultos mayores en pareja de 7 a 10:30 de la mañana”.
¿Cuál es la razón de fijarles horario mientras a quienes no han vivido lo que los septuagenarios les permiten el libre paso y en pareja?
No existe una regulación oficial, por lo menos en la capital del país, que establezca aquella norma. Se impone por los kilos de las “cadeneras” ubicadas en las puertas de cada una de las tiendas Sam’s.
Los adultos mayores, por no decir viejos –dicen que se trasgreden los derechos humanos al llamarlos así- son vistos por los empleados, (la mayoría jóvenes que prefiere quitarse el cubre bocas y asistir a reuniones multitudinarias en lugar de guardar la sana distancia), con desdén Los apresuran para que hagan sus compras. Son incapaces de tener paciencia y escucharlos cuando, por ejemplo, dicen: no, mejor muéstreme aquellos zapatos.
Y qué decir en los restaurantes cuando están leyendo las cartas en donde se ofrecen los “suculentos” platillos de la casa. Los meseros, las meseras, las hostess, los cantineros, los garroteros etcétera, los presionan para que “pidan ya, porque está llegando más gente”.
Actitudes desagradables por decir lo menos. De acuerdo con la normatividad (aquí sí existe), de las autoridades capitalinas, en los restaurantes solamente se dará servicios en el 40 por ciento del espacio destinado a los comensales. Las mesas deben estar separadas cuando menos 2 metros por los cuatro lados o por lo redondo; debe haber ventanas abiertas y no usar el aire acondicionado.
A los viejos, que se beben una botella de vino y comen aquello que sus dentaduras les permiten, se les presiona y se les informa que a las 18 horas se cierra el servicio. A los jóvenes que llegan acompañados de bellas y sinuosas mujeres, se les consiente. ¿Sabe por qué?… ¡por qué ellos sí beben!
Quienes más han padecido el encierro, el aislamiento voluntario, son los adultos mayores. Salvo aquellos que se ven obligados a salir de sus hogares para buscar el pan de cada día para la familia, la inmensa mayoría ha entendido que sus vidas están en juego si no comprenden que el contagio del Covid-19 está a la vuelta de la esquina.
Ahora que han semiabierto los restaurantes y las cadenas de supermercados ofertan productos que en mayo y junio escaseaban, poco es el personal que atiende a los viejos y quienes lo hacen no muestran respeto ni consideración alguna.
No se diga de tiendas en donde las telas son el negocio. Una cadena, La Parisina, despidió a muchos de sus empleados y ahora cuenta con un mínimo de personal para atender a los cientos de personas que acuden para comprar cortinas, tapetes, manteles, telas en general para sábanas y demás.
Hay que hacer colas de hasta dos horas para obtener un turno y después tardar otro tanto para que el personaje que las atiende las escuche.
Porque todos, hombres y mujeres entradas en años, preguntan si tienen de aquella tela pero en color azul… o de un ancho mayor al de 120… o si hay organza… los y las empleadas muestran su “hartazgo” y sugieren “mi compañera los puede atender”.
¿Por qué aquellos que frisan el séptimo piso no merecen respeto de los jóvenes?
Si los que se ganan el salario por atender a los clientes están “hartos de la pandemia” hay que imaginar lo que ha sido para los adultos mayores haber estado encerrados después de vivir en plena libertad.
Nada mejor para describir el encierro que la canción aquella de “aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión”.
A ciencia cierta, nadie sabe responder por la actitud de aquellos que no quieren a los viejos. Cuando se pregunta quién es el gerente de turno, la respuesta es invariablemente la misma: “salió un momento, pero no tarda”.
Ese no tarda se convierte en el tiempo perdido. Las manecillas de los relojes avanzan, el sol se esconde, la luna aparece y los pájaros duermen y el gerente de turno no regresa.
¡Porque nunca se fue!
Simplemente no quiso ser el blanco de reclamos de unos “viejos que apenas si consumen”.
Alguien, alguna autoridad debería observar el trato que se les da a los adultos mayores. Duele ver cómo las bien alimentadas cancerberas les fijan horario. Lástima observar el cuchicheo entre meseros y las miradas de reojo a la mesa “24” en donde comen dos ancianos.
Nada más ilustrativo que la sabiduría popular: Como te ves me vi y como me ves te verás… a lo que habría que añadir: si es que llegas a mi edad.