*Hubo un Sargento que fue Palero de un Futuro Emperador
*Se Cumplen 199 Años de la Consumación de la Independencia
* Los Diputados Constituyente Participaron en la Coronación
*Casa Mata, la Abdicación, el Exilio y el Fusilamiento
Por Nidia Marín
Siempre ha habido Píos mañosos en México. Hubo uno apellidado Marcha. Era un sargento que, como palero de Agustín de Iturbide, al final lograría que lo declararan emperador y lo coronaran.
Pero vamos por partes. El próximo domingo 27 de este septiembre de 2020 se cumplen 199 años de que Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, nacido en Valladolid (hoy Morelia Michoacán) capital del virreinato de la Nueva España ingresó triunfante a la Ciudad de México al frente del Ejército de las Tres Garantías.
Era el día del cumpleaños de Agustín, un triunfador a sus 38 años. El país le sonreía, el mundo no lo merecía. Todo le iba bien, encabezaba una columna de 16,134 hombres, 7,955 caballos y 68 piezas de artillería. Estaba feliz, sobre todo cuando entre fanfarrias la gente se apretujaba para verlo, ya fuera en el Paseo de Bucareli, donde inició a desfilar o en Calvario y Corpus Christi (calles que después se transformarían en la Avenida Juárez).
Pero al llegar al Convento de San Francisco, ubicado cerca de la calle de Plateros (hoy Madero) el consumador de la Independencia descendió de su caballo negro y bajo un arco florido recibió las llaves de la Ciudad de México, entregadas por sus regidores.
Aquel hombre ganador se acomodó las colas del frac militar, y las doradas charreteras, junto las botas que calzaba, se quitó el sombrero con tres plumas, escuchó el doblar de las campanas y las salvas en su honor. Era el fin de la guerra 11 años después de que el cura Miguel Hidalgo y Costilla incitara a la rebelión.
El país le sonreía, el mundo no lo merecía. Todo iba bien para Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, nacido en Valladolid (hoy Morelia Michoacán) capital del virreinato de la Nueva España.
No Todo estaba escrito. Las promesas del Virrey Apodaca de nombrarlo emperador no fructificaron. Sobrevino el rechazo de la familia real de España a que hubiera un imperio en México por lo que, tras presidir la regencia del país por un tiempo, el 16 de mayo de 1822 el sargento Pío Marcha acompañado de la tropa del regimiento de Celaya armó una ventolera en las calles, “Iturbide azuzó a la plebe” (donde habremos visto eso) para que lo proclamaran emperador.
Y así fue. Dos días después fue coronado como Agustín Primero en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
Dice David Carbajal López, de la Universidad de Guadalajara, en su trabajo “Una liturgia de ruptura: el ceremonial de consagración y coronación de Agustín I”, que:
“Los diputados del Congreso Constituyente de 1822 -en un evidente deseo de separarse de la tradición hispánica- retomaron de manera original el ceremonial utilizado por el emperador Napoleón I para la consagración y coronación del emperador constitucional Agustín I. Paradójicamente, ello no evitó que tuviera la aceptación de este último, que se mostró de momento fiel -muy fiel cabría decir- a la nueva situación generada por la Independencia, hasta el punto de sacrificar el seguimiento estricto de los rituales litúrgicos romanos”.
Un verso del poema de Francisco Ortega “A Iturbide en su Coronación” dice:
“¡Pudiste prestar fácil oído/ a falaz ambición, y el lauro eterno/ que tu frente ciñera,/ por la venda trocar que vil te ofrece/ la lisonja rastrera/ que pérfida y astuta te adormece!”
Ya después llegaría la orden de disolución del Congreso Constituyente, el Plan de Casa Mata, la adhesión de diversos militares a este plan, por lo que el 20 de marzo de 1823 Iturbide abdicó al trono de México y se dirigió a Veracruz para embarcarse al exilio.
Dicen que en el extranjero se enteró de un supuesto intento de reconquista de las colonias españolas, por lo que regresó a México en mayo de 1824 y escribió su lápida.
A los 41 años fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824. Dicen que previo a su ejecución don Agustín repartió entre los soldados que se encontraban presentes, incluido el pelotón de fusilamiento, las onzas de oro que llevaba consigo.
¿Y Pío?
Seguramente, como todos los que ha habido, ya había recibido el pago por sus servicios.