¡¡Vale la Pena Celebrar la Independencia!!

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

En la actualidad del nuevo milenio y bajo la coyuntura de la pandemia producida por el Covid-19, las celebraciones relativas al “16 de septiembre” o día de la Independencia se nos antojan un tanto distantes, peor, sin sentido porque puede uno percatarse que en la sociedad mexicana existe una desazón producto de la innegable crisis económica, la cual es una consecuencia colateral de la estrategia -mundial- de aislamiento, reclusión y sana distancia para combatir la enfermedad que asola al planeta.

Crisis económicas y crisis debidas a terribles enfermedades infecciosas vienen desde muy atrás, los relatos de las cultura del Creciente Fértil, las historias contenidas en el Antiguo Testamento bíblico, las crónicas de los pueblos de la “América” prehispánica y otro muchos relatos plantearon las dificultades para pueblos, estados y naciones que tuvieron la desgracia de verse afectados por los dos fenómenos arriba mencionados, que suelen ir aparejados como causa y efecto, o como dos etapas de un mismo proceso. En el caso concreto de México, en su guerra de Independencia y llamada Revolución Mexicana, ambos fenómenos político-militares estuvieron acompañados de pobreza, hambre, desnutrición y enfermedades.

No se puede entender la guerra de Independencia mexicana si no se toma en cuenta el descontento de las élites novohispanas por el préstamo forzoso que exigió la corona española para cubrir sus gastos militares en guerras que siempre perdió, amén de sostener un fasto aristocrático de una clase social que administraba mal y producía poco. La llamada “consolidación de Vales Reales” dejó, principalmente a la economía de la Nueva España, pero fue extensivo a toda la América española, en una crisis de liquidez. Los peninsulares y criollos novohispanos tuvieron que enviar a España carretadas de plata, en monedas y en barras, con lo que se afectó desde las transacciones comerciales a nivel de la calle hasta el pago en metálico para el comercio que se realizaba desde Manila, pasando por América y terminando en las casas monopolizadoras de Sevilla y otras ciudades españolas.

El grito de Dolores (1810) con el que se inició el movimiento independentista fue meditado por los conspiradores de Querétaro como un reclamo contra “el mal gobierno” que existía en el virreinato y contra la ilegitimidad de las autoridades francesas que encabezaban el gobierno allá en España, pero también fue la oportunidad para protestar por los excesos del sistema económico colonial que como ya dijimos dejó sin metálico a los americanos, para negarse a seguir con el sistema social de castas que hacía permanente la desigualdad en la Nueva España, pero también la protesta se vio como una vía para que los criollos pudieran subir a los más altos cargos de gobierno del país. Por ello es que el movimiento de independencia mexicano tuvo diversas etapas programáticas, la más radical y revolucionaria encabezada por José María Morelos y plasmada en la Constitución de Apatzingan. Estas diferencias en cuanto al tono político, el alcance de las reivindicaciones y el papel de sus directores provocó que hubiera animadversiones entre Hidalgo y Allende, entre Morelos y los hermanos Bravo, y al final de la contienda entre los guerrilleros Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero, los intelectuales como fray Servando Teresa de Mier o Ramos Arizpe y los militarotes encabezados por Agustín de Iturbide, Anastasio Bustamente y en aquellos años de 1820, el todavía muy local Antonio López de Santa Anna.

Los tres proyectos buscaron la independencia nacional, pero los tres tenían visiones distintas de lo que debía fundamentar al nuevo país; los tres grupos representaban temores, aspiraciones y posición social en medio de una muy cruenta guerra civil que se prolongó -por lo menos- once años. Por todo lo anterior y en las gestas políticas nacionales no es lo mismo celebrar septiembre de 1810 que septiembre de 1821, añorar el imperio iturbidista o poner como origen de todo a la instalación de la república federal (1824), bajo una constitución y un jefe del Poder Ejecutivo en la figura del presidente. En aquellos años y respectivamente se les llamó corriente insurgente, corriente borbónica-imperial, corriente republicana-federal. La última coronó los esfuerzos comenzados en el lejano 1808, cuando los miembros del Ayuntamiento de la Ciudad de México razonaron que a falta de autoridad legítima del reino -Carlos IV y el futuro Fernando VII apresados por los franceses- la original soberanía volvía al pueblo: era una fundamentación jurídica medieval de los burgos castellanos, y otro tanto la influencia de las razones que precipitaron el inicio de la Revolución Francesa de 1789.

Hoy ¿qué debemos celebrar del día de la Independencia? Muchas cosas, pero no evidentes. Por ejemplo, bajo la legislación novohispana el mestizo Calderón no hubiera podido ser jefe del estado en cambio un criollo como López Obrador sí, porque hubo virreyes en la América española que provenían de dicha casta. Desde luego lo último es ficción porque, primero, ello no sucedió, y porque las categorías analíticas son distintas en el siglo XVII que, en el XXI, pero sirve como ejemplo de la lucha independentista por eliminar el sistema social del virreinato fundamentado en castas; lo que sí ha pervivido es el racismo que nos es consustancial a los latinoamericanos. Algunos estudiosos sociales lo han llamado libremente como la pigmentocracia y usted, estimado lector, sabe que, en México, para las revistas sociales y el mundo de la farándula no es lo mismo un actor o actriz prieta que rubia, aunque sea güera de farmacia. El sistema colonial, lo mismo en la otrora Nueva España que en el Perú o Sudáfrica, la India o Indonesia divide socialmente a la población entre metropolitanos e indígenas (entendiéndose lo último como el habitante original de las tierras). Existen dos economías y dos estructuras de gobierno donde los metropolitanos siempre son los jefes y los colonizados los subalternos, prácticamente no hay movilidad social. En los países soberanos siguen existiendo las desigualdades, pero como dice el viejo adagio: “el dinero me blanquea” y de ello hay muchísimos ejemplos.

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