Un día más en la muerte
de Estados Unidos.
Gary Younge.
Traducción de
María Luisa Rodríguez Tapia.
Libros del K.O. Madrid, 2020.
Por David Marklimo
Nadie puede negar que en partes de los Estados Unidos hay un enorme encanto a las armas, una especie de enamoramiento hacia ellas. No se trata nada más de usarlas, sino de poseerlas, exhibirlas, presumirlas. Un rifle automático es la pareja que siempre quisiste para ir al baile de graduación, a la que presentarías a tus padres. Tener un arma al norte del Río Bravo es acceder a un estatus, pues.
Es lo que Gary Younge, periodista británico del The Guardian, plasmó en su extraordinaria investigación, Un día más en la muerte de Estados Unidos. Primer dato: el derecho a poseer y portar armas está recogido en la Segunda Enmienda a su Constitución. Younge escoge una fecha al azar para abordar este tema (el 23 de noviembre de 2013) y narra sobre los diez adolescentes asesinados por armas de fuego en ese día. La fecha sirve para mostrar que, en Estados Unidos, las armas de fuego son la primera causa de muerte entre la población de raza negra menor de 19 años, la segunda entre todos los menores de edad tras los accidentes de tráfico. Esto supone una media de siete decesos al día, un índice per cápita ocho veces mayor al de todo el Hemisferio Occidental (pero ya sabemos, aun así los Estados Unidos acusan a países como México, de ser violentos). Segundo dato, y uno verdaderamente espeluznante: en la sociedad estadounidense existen más probabilidades de que una persona sea disparada por un conocido —o por sí misma— antes que por un extraño.
Sin pretender entrar en detalle en cada uno de los diez casos expuestos, cabe decir que hay casos narrados de manera muy dura, como el de la muerte de Jaiden Dixon, de nueve años, asesinado por su padre. El lenguaje es durísimo, paralizante. El autor es hábil en poner este caso en primer lugar, pues con él ya arrastra al lector a una vorágine de tristeza y desespero. Y de incomprensión absoluta. ¿Por qué la violencia? ¿Por qué ese amor fanático a las armas y ese desprecio a los seres queridos? El libro es difícil de digerir, porque habla de niños asesinados, vidas rotas con todo un futuro por delante. Es complicado leer este libro, avanzar página tras página, sin caer en un pozo de tristeza; es muy intrincado seguir su lectura y mantenerse en ella sin romperse.
Pero es un libro necesario, no cabe duda. La habilidad del autor se demuestra, a partir de cada una de las diez historias, en dar una visión ampliada del mundo que engloba las armas y analizar qué lleva a una sociedad a encontrarse en esta situación; así, habla no solo de las muertes, sino de familias desestructuradas, de vidas en las calles. Así, en esta investigación sobre sus muertes, el autor introduce pinceladas de una cultura y unas leyes que permiten ampliamente la tenencia y posesión de armas.
Younge elude situarse en una situación equidistante y, amparándose en datos estadísticos y casos reales, se posiciona al tratar de estos aspectos políticos y culturales de la vida en los Estados Unidos. Aquí veremos a la Asociación Nacional del Rifle (tan celosa y fanática de la segunda Enmienda), los movimientos sociales dentro de las escuelas, la fascinación de la juventud por las redes sociales y lo que ahora se conoce como youtuber, el racismo y la segregación urbana (los guetos de Detroit o Chicago, por ejemplo), pero sobre todo lo que encontramos en esta obra es un periodismo de altísimo nivel.
Younge consigue que nos metamos en la piel de esas familias afectadas por las prematuras muertes y, a la vez, hilvanar e integrar los diferentes aspectos colaterales de las tragedias ocurridas. El relato se sostiene, pues más allá de la particular historia narrada, es el sentimiento de desolación, injusticia y facilidad de que ocurra de nuevo el que sobrevuela toda la narración y hace evidente que el control de armas debe ser mucho más riguroso y que, donde hay armas, habrá muertes. Se trata, de una discusión antigua: la libertad sin responsabilidad no es más que puro libertinaje gandalla. Entender al fin que la ley del ojo por ojo, sólo deja ciego al mundo.