Por Silvestre Villegas Revueltas
Históricamente, el sentimiento humano y occidental ha creído que los males provienen del Oriente, y que mientras se queden en aquella región geográfica del mundo o se mantengan en los países más atrasados del continente africano (léase el ébola en Liberia), es una cosa que poco importa a los hedonistas y consumidores pobladores de Europa y de las capitales en el Continente Americano. Dicha prepotente actitud de ayer y hoy se reprodujo con notable eficacia cuando a fines del 2019 apareció la noticia de que otro virus en una ciudad X de China estaba infectando a la gente; pasaron los días y supimos que el epicentro era en la industrializada Wuhan, que los contagios habían iniciado en un mercado tradicional chino de carnes y legumbres, que posiblemente se debió a que los hijos del Imperio Celeste comen todo lo que se mueve en este planeta tierra. Pocos días después se informó al mundo que, de una manera eficiente, autoritaria y si se quiere nada democrática, el gobierno comunista de China a rajatabla confinó a una ciudad entera donde viven millones de seres humanos. Así comenzó lo que en poco tiempo se convirtió en una pandemia mundial.
Para enero de 2020 me encontraba yo en Madrid, multitudes de españoles se abarrotaban en la capital, ciudades provinciales y pueblos para seguir la llamada “cabalgata” de sus majestades Los Reyes Magos; la vida diaria en aquél país es una convivencia de puertas para afuera en sus miles y miles de bares, cafeterías, restaurantes, plazas públicas, paseos arbolados, senderos boscosos, etcétera. A lo largo del mes de enero los periódicos y noticieros españoles comenzaron a dar cuenta de que la “neumonía atípica china” ya se había extendido a algunos países vecinos como Corea y Japón, pero también había llegado a lugares distantes como el norte de Italia, la ciudad de Nueva York, Moscú, Barcelona y la propia Madrid; ahora sabemos, y una vez establecida la naturaleza del virus, que las autoridades sanitarias de la capital española detectaron rastros del Covid en las tomas rutinarias que se hacen a las aguas residuales de dicha ciudad.
Durante el enero español todo parecía más o menos normal, y cuando a fines de mes regresé a México todavía no había los controles que todos hemos visto por la televisión.
Aquí, en este país de Huitzilopochtli; y de la virgen de Guadalupe, muy pronto salió en las redes sociales la cumbia del coronavirus, y en los memes las coronitas para combatir al Covid, amén de muchísimos chistes referidos al virus que rápidamente se estaba expandiendo; recuerdo las terribles imágenes de los camiones del ejército italiano transportando féretros, de los cuerpos abandonados en plena vía pública en la ciudad de Guayaquil, Ecuador, y de cómo las autoridades españolas, igualmente, a rajatabla, impusieron un confinamiento total de su ciudadanía. Era ver en los noticieros las calles circundantes a la Plaza del Sol totalmente vacías cuando yo, hacía muy poco, las caminé en medio de una multitud que reía y hablaba en voz alta… lanzando millones de partículas con y sin bacterias, quizá algunas y más de lo que se sospechaba originalmente, arrojando el virus del Covid a diestra y siniestra.
Pero México está lejos, para mediados de febrero diversas voces, especialmente la oposición política, clamaba porque se cerraran los vuelos provenientes de Europa, que se cerrara la frontera del norte y del sur porque lo mismo había gringos que pudieran estar contagiados como centroamericanos en la misma condición; muchas veces presionaron a la jefa Sheinbaum para que cerrara restaurantes, bares, plazas comerciales y en fin, espacios públicos que se sabían eran los más propicios para el contagio. A nivel del gobierno federal, de los diversos gobiernos estatales y aquí en la ciudad de México, unos y otros gobernantes comunicaron que sería precipitado cerrar negocios porque se afectaría la economía de las empresas, se afectaría la economía de las personas que trabajan y ganan a diario, se perjudicaría las cadenas de suministros industriales a nivel nacional como las que fabrican partes manufacturadas que se exportan a diversos países (léase autopartes y vehículos de exportación). En fin, para el mes de marzo, se insistió que cerrar antes de lo previsto, afectaría aún más a la economía del país.
La realidad del decidido contagio, producto del coronavirus, nos llegó entre el 17 y 25 de marzo. A enclaustrarse, pero no fue a rajatabla como hicieron los chinos o españoles, sino a través del convencimiento dirigido a un pueblo (ricos y pobres) que poco entiende de los deberes ciudadanos. López Obrador, López-Gatell, Sheinbaum y demás gobernadores estatales como capitanes de empresas privadas, no pidieron más porque saben la naturaleza del pueblo mexicano. Winston Churchill les dijo a los ingleses que solamente les prometía “sangre, sudor y lágrimas”; Adolfo Hitler arengó a los alemanes en el sentido de que, si se consumaba una derrota, habría muchísimos muertos, pero lo sobrevivientes construirían un país mejor, como efectivamente sucedió con el motor europeo llamado República Federal Alemana.
¿Se imagina usted, estimado lector, que un presidente mexicano, indistintamente del color político, dijese en los medios de comunicación: el pueblo mexicano solamente debe esperar un sufrimiento atroz frente a la adversidad? No alcanzaría el papel de baño existente en toda la república.
Como toda realidad, la estrategia para combatir al Coronavirus ha sido una mezcla de luces y sombras. Nadie con tres dedos de inteligencia en la frente acepta como reales las cifras de contagiados y muertos, ni aquí ni en España. Fue un ejemplo negativo para nuestro pueblo que López Obrador y demás políticos no usaran siempre tapabocas, pero no han sido los únicos, olvidémonos de Trump y Bolsonaro, ni Putin, ni la Merkel, ni Boris Johnson, lo usaron y los reyes de España así como Sánchez se lo quitan y se lo ponen dependiendo del evento. Lo que sí es interesante es que emprendedores mexicanos, urbanos e indígenas, han puesto una industria del tapabocas, y muchos mexicanos, que no todos, lo han convertido en una pieza del vestido diario, como los calcetines.
Finalmente, la crisis económica resultante del parón debido a las restricciones que impone la pandemia; quien quiera ver más allá del Paseo de la Reforma puede consultar los índices internacionales que muestran contracciones profundísimas en las economías, lo mismo en México que en Italia, los Estados Unidos o Chile. El desempleo, que es importantísimo porque le pega a las personas y familias, es de dimensiones catastróficas y lo han registrado lo mismo el INEGI que sus contrapartes en la unión americana que en las provincias españolas. Cuando se escriben estas líneas el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, sentenció que el país exige que se trabaje en unidad, que no están en contra del gobierno federal, pero le piden que escuche a las entidades, dialoguen y haya respeto. La reunión de ambos mandatarios va en ese sentido; la pandemia del Covid es enfrentar y hacer una guerra contra un enemigo poderosísimo. En los grandes conflictos se pide, se requiere y es necesaria la unión, la solidaridad, las diferencias políticas que siempre han existido se posponen, y ello le pasó al ya mencionado Churchill, que a pesar de haber llevado una guerra donde la Gran Bretaña triunfó, perdió la elección de 1946 frente al socialista Clement Attlee porque éste durante su campaña subrayó los múltiples errores de los conservadores que llevaron a la guerra.