Por Jesús Michel Narváez
Endiosado por sus “vastos conocimientos” en epidemiología, comenzó a diseñar la estrategia que “aplanaría” la curva de contagios del Covid-19, reconocidos a partir del 28 de febrero. En aquella fecha, al darse a conocer el primer fallecimiento de una persona infectada por el letal virus, se informó oficialmente que México estaba preparado desde “hace tres meses” –la pandemia comenzó dos meses antes en China-, para hacerle frente al enemigo invisible.
Lo expresó el presidente López y después como ave canora que repite lo que escuchó, el doctor Hugo López-Gatell inició el largo y desgastante proceso de “informar” apoyándose con diapositivas cómo se pronosticaba la presencia del coronavirus.
Día tras día daba a conocer el comportamiento y estimaba la fecha del “pico” y a partir de ahí la curva se aplanaría. La estimación de muertes alcanzaba la alarmante cifra de 8 mil personas. Con el paso de los días y sin que la curva se aplanara, se escondieron muertos porque, se dijo, habrían muerto de neumonía atípica.
Las restricciones para los ciudadanos fueron severas: sana distancia, no salir de las casas, cierre de actividades no esenciales, escasas pruebas para determinar si la persona se había contagiado o si era asintomática; cierre de escuelas, de cines, de teatros, de oficinas gubernamentales y privadas; suspensión del Metro en un centenar de estaciones, abatimiento de corridas del Metrobús, calles clausuradas y comedida presencia policíaca, para difundir la necesidad de no salir de casa.
López-Gatell se opuso al uso del cubrebocas “porque no sirve de nada” y anunció que el sistema hospitalario estaba en condiciones de recibir a todos aquellos que requirieran atención médica; no había camas suficientes y menos ventiladores. Se importaron de China y Estados Unidos para cubrir parte de la demanda.
El epidemiólogo, vocero sanitario para la pandemia, actuó por encima de las facultades otorgadas al Consejo de Salubridad General, en donde presumiblemente se tomaron todas las decisiones para enfrentar la crisis. Instauró el semáforo con el cual debían atenderse las indicaciones surgidas desde Palacio Nacional: rojo, naranja, amarillo y verde. Hace dos semanas se decidió pasar del rojo al naranja.
Los resultados están a la vista: rebrote de los contagios por el desdén de los ciudadanos que no acataron las recomendaciones, hecho que propició ríos de gente en calles de la Ciudad de México y de otras capitales del país y orilló al doctor López-Gatell a culpar a los gobiernos estatales de falta de control.
El consentido de Palacio Nacional desde febrero y hasta la fecha, ganó batallas: la imposición de medidas y el acatamiento voluntario. Pero perdió la guerra. El número de fallecidos se acerca los 40 mil y el vocero cambia su estimación y reconoce que podrían ser 70 u 80 mil los que mueran por el letal contagio.
Sus pronósticos fallaron de todas, todas. Sus fecha para el “pico” fueron cambiadas cinco veces y contando. La capacidad hospitalaria ha sido rebasada en diversas partes del país e incluso en la Ciudad de México aunque no se reconozca; el personal sanitario ha sido insuficiente no obstante la contratación de 23 mil personas y los 6 mil médicos cubanos. La muerte acecha cotidianamente en los hospitales y fuera de ellos.
Y López-Gatell culpa a los ciudadanos. Las voces que reclaman su dimisión van como los números de fallecidos: al alza.
López-Gatell perdió la guerra y a miles de sus soldados que lo obedecieron ciegamente.
Aquí se lo escribí: los reflectores llegan a quemar a las figuras… ¡de cera! porque tienen pies de barro.
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