Hace tres meses, el viaje de Bruselas a Varsovia implicaba un vuelo directo de dos horas, además de los desplazamientos hacia y desde los aeropuertos de las ciudades europeas.
Después de que la pandemia del coronavirus (Covid-19) cerró las fronteras y dejó en tierra a la mayoría de las aeronaves, este viaje de mil 300 kilómetros aproximadamente a través de Europa multiplicó por siete su duración e implicó la cancelación de un avión, viajes en trenes y en automóvil… e incluso cruzar a pie un puesto de control fronterizo antes inexistente.
Los confinamientos para frenar la propagación del virus han asestado un duro golpe a la movilidad en toda Europa, aunque se están levantando las restricciones y el panorama podría mejorar para algunos viajeros en los próximos días.
El viaje desde Bruselas a mi ciudad natal de Varsovia comenzó con un contratiempo antes incluso de empezar.
El 9 de junio me comunicaron que mi vuelo a Fráncfort, programado para la mañana siguiente, había sido cancelado después de que quebró la empresa encargada de la gestión de equipajes en el aeropuerto de Bruselas. Así, se fueron por la borda mis planes originales de volar a Berlín pasando por Fráncfort y tomar un tren a la frontera germano-polaca.
Al menos 17 de los 16 países de la zona Schegen han impuesto controles de emergencia por el coronavirus / Foto: Reuters
Decidí entonces reservar billetes de la operadora de trenes alemana Deutsche Bahn de Bruselas a Berlín y emprendí el viaje la mañana siguiente, alrededor de las 9 de la mañana, con una conexión en Colonia, donde los andenes de la estación estaban insólitamente vacíos. El viaje a Berlín duró casi siete horas.
Era obligatorio llevar mascarillas en el tren, y los vagones y las estaciones estaban llenas de carteles que recordaban a los viajeros que debían permanecer separados por lo menos 1.5 metros.
No había controles especiales cuando el tren cruzó de Bélgica a Alemania, pero al menos 17 de los 26 países de la zona Schengen han impuesto controles de emergencia debido al coronavirus.
Después de otro cambio en la estación de Hauptbahnhof, en Berlín, un tren vespertino me llevó a Fráncfort del Óder, una localidad fronteriza alemana.
Tuve que caminar dos kilómetros hasta la mitad del puente que cruza el Óder, que marca la frontera. Los guardias fronterizos polacos habían montado una carpa para el control de los pasajeros.
Después de un control de temperatura y de echar un vistazo a mi identificación y a los documentos que confirmaban el viaje de negocios, ya estaba dentro del país.
Desde Slubice, hay unos 470 kilómetros hasta la capital polaca. Conducir por las nuevas autopistas subvencionadas por la UE me llevó más de cuatro horas y, al caer la noche, llegué a Varsovia unos minutos antes de la medianoche, unas 15 horas después de haber partido.