Florecerá la Soledad,
Ricardo Stern,
Editorial Floxterra,
Ciudad de México, 2020
Por David Marklimo
Hay algo muy íntimo y tierno en escribir una carta. Se vislumbra que es un momento de introspección, donde uno cuenta aquello que le motiva, describe miedos y vislumbra esperanzas. Que se sepa, es el único medio literario donde el escritor tiene una imagen vivida y presente del lector. Hay cartas de todo tipo, quizá las más famosas sean las que ocasionaban amores del tipo córtate las venas y que los pobres carteros del mundo siempre sabían reconocer. Las particularidades de una carta son exclusivas: van dedicadas, demuestran un afán de contacto, aunque no siempre de cariño. Su lectura, por el contrario, es un asunto íntimo, que requiere de su espacio, de su reflexión y, quizá, de su comprensión. ¿Para qué nos escriben? ¿Qué es eso tan importante que nos tienen que decir? ¿Vale la pena una comunicación tan lineal?
Desde el punto de vista de la creación literaria, tendríamos que responder que si, que esas cuestiones son valiosas, tal cual se puede observar en Florecerá la Soledad, la nueva novela del paisajista Ricardo Stern, donde el intercambio epistolar del señor Albert Woolf y su hija Alexandra nos da oportunidad de echar un vistazo al México de finales del siglo XIX. Estamos, sobre todo, ante una obra de carácter intimista, con un lenguaje que evoca familiaridad, aprecio, pero que en muchos momentos no está exenta de reproches y reclamos. También es un lenguaje que evoca sorpresa, pues Albert Woolf es un inglés llegado a Chiapas en busca de mejor fortuna. Todo lo que ve le sorprende, le asombra y le resulta a años luz de lo que él conoce. Podríamos decir que Florecerá … es una novela folclórica, pero eso sólo es así en la superficie. Las cartas se nos muestran como una poderosa herramienta que nos permiten acceder tanto a la visión del mundo del padre como a la de la hija. En ese toma y daca, se pauta como la historia nacional va de la mano de la historia de las familias que integran la nación, mostrando hasta qué punto ciertos eventos, la construcción de Haciendas o la Revolución, generan repercusiones en eso que conocemos como vida íntima.
El señor Woolf, poseedor de una ambición trágica, aprenderá que la vida es una maestra muy cruel. Y es que esta novela no sólo explora la vida en el México decimonónico, o la búsqueda del perdón por parte de un padre que destruyó la vida de su hija, sino, muy especialmente, el tema de la ambición y sus consecuencias agónicas. A través de sus encuentros con distintos tipos de mujeres, su eterna insatisfacción e indecisión quedarán manifiestas; y manifiesta quedará también la represalia del destino por el “error”.
El señor Woolf es Edipo Rey, Hamlet, queriendo engañar a la vida y salirse con la suya. Sabemos que, precisamente porque no se puede, es que la situación tiene el nombre de tragedia. No importa el camino, el destino siempre llegará. En síntesis, la tragedia es evidenciar que siempre queremos más de lo que tenemos, de reconocer que el mejor juguete es el ajeno, de quedarnos siempre dudando de si lo que hemos elegido implicó demasiado sacrificio, de si hubiéramos podido tener algo mucho mejor en caso de haber retrasado la elección o si, por el contrario, hicimos bien en tomar la oportunidad cuando se presentó, y de no haberlo hecho, el resultado hubiera sido mucho peor.
Quedan unas preguntas con relación a por qué escribirle en esas circunstancias a Alexandra: ¿la cercanía de la muerte es lo que nos acerca a la búsqueda de la redención? ¿Es el arrepentimiento el primer paso al perdón? ¿En verdad, el que nos otorguen perdón nos libera? Solo la literatura es capaz de generar tantas dudas. Y solo la literatura es capaz de plasmarlas tan bellamente.
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