Por Itzel Toledo García
En el marco de las protestas por el asesinato de George Floyd (25 de mayo de 2020) se han removido estatuas en Estados Unidos, Reino Unido, Bélgica y Nueva Zelanda, y también se han anunciado los planes para remover otras. En algunas ocasiones han sido manifestantes quienes tiran las estatuas de hombres que simbolizan el racismo, la esclavitud, el imperialismo y el colonialismo, en otras han sido autoridades, universidades, asociaciones civiles y dueños los que han decidido quitarlas ya sea en solidaridad a los movimientos sociales o porque las estatuas han sido vandalizadas. Al quitar ciertas estatuas se está reconsiderando qué versión de la historia y qué orden político-social tiene un lugar en el espacio público.
En estas semanas en Estados Unidos se han derribado estatuas que conmemoraban a los soldados y líderes de la Confederación (como Appomattox, una estatua conmemorando a los soldados en Alexandria, Virginia), a actores que defendieron la segregación y se opusieron al movimiento de derechos civiles (como la de Edward W. Carmack en Nashville, Tennessee que se opuso al activismo de Ida B. Wells),a figuras importantes para la expansión de Estados Unidos a costa de pueblos indígenas (como la de Juan de Oñate en Alcalde en Nuevo México, quien fue el primer gobernador de la colonia española e hizo la guerra contra Pueblos). Además, manifestantes en Richmond, Virginia y Saint Paul, Minnesota derribaron las estatuas a Cristóbal Colón, lo que también ha llevado a autoridades locales a remover la estatua en Camden (New Jersey), Boston (Massachusetts), Wilmington (Delaware), Columbia (Carolina del Sur), Detroit (Michigan) y St. Louis (Missouri).
En Reino Unido, manifestantes en Bristol derribaron y lanzaron al puerto la estatua de Edward Colston, un importante comerciante de esclavos que era miembro de la Royal African Company entre 1680 y 1692 y que fue fundamental para el comercio de esclavos africanos en las Américas y el Caribe. Además, autoridades locales o dueños removieron las estatuas de los comerciantes de esclavos Robert Milligan y John Cass. En Ekeren, un municipio de Amberes (Bélgica), el gobierno local removió la estatua al rey Leopoldo II después de que fuera quemada. Dicho rey fundó y explotó sistemáticamente el Estado Libre del Congo, la explotación de marfil y caucho conllevó asesinatos en masa y mutilaciones frecuentes – se calculan entre cinco y diez millones de muertos entre 1885 y 1908. Por ello, se ha realizado una petición en línea para que se quiten todas sus estatuas en Bélgica para el 30 de junio. En Hamilton (Nueva Zelanda) el gobierno citadino removió la estatua de John Fane Charles Hamilton después de la petición de los maoríes Waikato Tainui. Hamilton fue un oficial naval británico que luchó contra los maoríes para expandir el poder colonial británico en el siglo XIX.
Estos episodios han llevado a reflexiones en medios de opinión pública y en la academia sobre las razones y las consecuencias de derribar estatuas y lo que esto implica para el presente, el pasado y el futuro de las sociedades. También se ha reconocido que las estatuas como tema de discusión no es algo actual, a lo largo de los siglos se han derribado estatuas y a lo largo de los 2010s hubo ya varios llamados a quitar muchas de las estatuas por conmemorar a figuras que representan el colonialismo, el imperialismo y el racismo; por ejemplo, la del empresario, colonizador y político Cecil Rhodes en la Universidad de Oxford.
Como señaló Erin L. Thompson en una entrevista con Jonah Engel Bromwich para The New York Times: “como historiadora del arte sé que la destrucción es la norma y la preservación es la rara excepción. Como humanos desde que empezamos a hacer arte hemos hecho monumentos para glorificar personas e ideas, y desde que comenzamos a hacer estatuas, otras personas han empezado a demolerlas.”
Uno de los principales debates estos días trata sobre las implicaciones para el entendimiento de nuestra historia. Los que están en contra de remover estatuas señalan que esto implica borrar la historia al quitar lo que no nos gusta de ella y que no tiene realmente implicaciones en disminuir, por ejemplo, el racismo. Sin embargo, como menciona Simon Schama en un artículo en el Financial Times, las estatuas invitan a la reverencia y no al debate de ciertas figuras en el espacio público. Además, es necesario considerar que las personas que sufren sistemáticamente el racismo tienen que ver este tipo de figuras conmemoradas en el espacio público por el que transitan diariamente.
Otro de los debates ha sido qué hacer con las estatuas una vez removidas. Algunas personas recomiendan trasladarlas a museos donde pueden generar una discusión genuina y una confrontación del pasado de los países. Otras han sugerido poner placas, indicando su lugar previo y las razones por las que fue removida, o acompañar la estatua de un monumento a las personas que sufrieron por su poder; por ejemplo, se ha apelado a que se podrían poner junto a la estatua de Colston en Bristol monumentos a los 84,000 esclavos que comercializó.
También ha habido discusiones en torno a la relación del presente con el pasado, argumentando que no es justo que desde el presente se enjuicie al pasado, cuyos valores eran distintos. Este llamado, muchas veces asociado al conservadurismo, ignora a las personas que en el mismo contexto en que se erigieron las estatuas criticaron fuertemente la esclavitud, el racismo, el colonialismo y el imperialismo.
Otro debate se ha concentrado en los costos de preservar las estatuas. Cada que una estatua es vandalizada y se restaura tiene altos costos, pero mantener las estatuas que simbolizan sistemas raciales, coloniales e imperialistas también tiene altos costos para el erario público. Por ejemplo, se calcula que en 10 años los contribuyentes en Estados Unidos pagaron al menos 40 millones de dólares para mantener sitios y monumentos a los Confederados, mientras que sitios sobre la historia africano-americana y nativo-americana se han desintegrado por falta de recursos.
Por último, hay una defensa por mantener las estatuas de actores relevantes para sistemas como el colonialismo y el imperialismo español, británico, belga, francés y estadounidense, mientras se ha celebrado mundialmente el derrocamiento de estatuas de figuras de otros sistemas político-sociales como Stalin o Hussein.
En los siguientes meses y años veremos si la remoción de estatuas durante las protestas en Reino Unido, Francia y Bélgica tiene consecuencias en otras partes del mundo. ¿Los gobiernos, las universidades y las asociaciones de otros países reconsiderarán qué estatuas deben permanecer en el espacio público? ¿Se cuestionará la historia de las estatuas y su relevancia actual? ¿Se mantendrán estatuas que simbolizan el racismo, el imperialismo y el colonialismo? ¿Se escucharán los reclamos de manifestantes para quitar estatuas o será en las manifestaciones que ya no solamente se vandalicen y decapiten, sino que se remuevan en su totalidad?