Añorando al Hombre Fuerte

Manuel Arias Maldonado.

“NOSTALGIA DEL SOBERANO”.

Editorial:

Los Libros de la Catarata, 2020

Por David Marklimo

Hace cosa de dos años y medio, el profesor de la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado, escribió un artículo en el diario El País donde hablaba que la democracia, como sistema político, se ha visto envuelta en una serie de riesgos al aceptar que cierto contenido teológico o mítico circule. En ese texto, alertaba de una lucha entre distintas tribus, algunas de las cuales son más propensas a demandar la aparición de un líder autoritario y transformar la democracia en un sistema iliberal, como Hungría, por ejemplo.

Con esa tesis tan sugerente, es que se han construido las bases de este libro, Nostalgia del Soberano. La primera, la idea para construir ese clima de nostalgia es la discusión sobre la soberanía, encarnada según el imaginario en la existencia autónoma de un poder prácticamente sin límites, se encarna no solo en la figura periclitada de los reyes absolutos, sino también en las aspiraciones más o menos revolucionarias que tratan de ejercer el mando de forma unitaria en nombre de una supuesta voluntad popular. Por ello, sostiene Arias, toda discusión sobre la soberanía puede llevar a la implantación de un régimen autoritario. En estricto sentido, por ejemplo, no cambió mucho la Revolución Francesa: antes se tenía al Rey Luis XVI y después a Maximiliano Robespierre. Conoce al nuevo jefe, es igual que el viejo jefe, solían cantar los Who.

Ahora bien, en el siglo XXI, hablar del líder autoritario es gratuito. La crisis económica y la debacle de los bancos en el 2008, crearon un nuevo espacio en las relaciones sociales que ya se encontraban sometidas a la doble presión ejercida por la globalización y la digitalización. Huelga decir que la atomización no es ninguna novedad. A lo largo del siglo XX, pensadores de la talla de Rawls y Habermas buscaron una ética universal, aplicable a todo cuerpo social. Se buscaban símbolos comunes para explicar la gran Teoría de la Democracia. Ahora, la globalización ha abierto una inesperada brecha entre las ciudades y el mundo rural, fuertes y débiles, conocedores e ignorantes. Así que aquí estamos, en un mundo donde se pone de relieve “la contraposición entre un pueblo virtuoso y una élite corrupta que ha puesto la democracia al servicio de sus intereses”, pervirtiendo así la idea de un gobierno popular, un gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo. Viene, entonces, la gran pregunta: ¿quién es el protagonista de la democracia? O, si se prefiere: ¿quién es el sujeto de la democracia? Toda Constitución democrática define que dicha responsabilidad recae, precisamente en ese pueblo, pero el liberalismo democrático recela de los sujetos colectivos y sitúa en su centro al ciudadano, retratado simultáneamente como titular de derechos y votante democrático. Individuo autónomo capaz de dar sentido a su vida y tomar decisiones responsables, es él quien crea opinión y contribuye a formar mayorías electorales que hacen posible el gobierno.

Ante esta disyuntiva, lo primero es reconocer que nos encontramos ante un problema sin solución inmediata. En este mundo, no puede salvarse la distancia entre la conciencia individual y la comunidad política, porque precisamente la política es una empresa colectiva que requiere de ciudadanos autónomos (y por ello Arias Maldonado entiende a la persona capaz de comprometerse con los asuntos públicos sin perder su individualidad por el camino, ni frustrarse cuando los dictados de su conciencia no coinciden con las decisiones mayoritarias). La tragedia es que ahora mismo no contamos, pese a vivir en la era de las redes sociales, con canales de participación digital capaces de remediar este desastre. Así nos va.

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