Por Itzel Toledo García
El confinamiento debido al COVID-19 ha implicado a nivel global la modificación de la vida diaria para millones de personas en términos laborales y familiares. En este contexto, muchos han pasado de realizar sus actividades de manera física a virtual. De enero a abril de 2020 hemos visto un gradual aumento alrededor del mundo en el número de oficinistas que trabajan en casa, profesores que deben dar clases en línea, psicólogos dando terapia por videoconferencia, movimientos por el cambio climático que se han adaptado a acciones en internet, fiestas de cumpleaños y conciertos virtuales y un largo etcétera.
Estas modificaciones han sido más sencillas para algunas personas que para otras, esto ha dependido de las condiciones personales; por ejemplo, para algunos laborar en casa no ha sido un problema porque ya tenían una oficina en su hogar, mientras que para otros ha implicado adaptar partes de su casa y hacerlas oficina, ya sea tomando el comedor o un sillón, para estas actividades de lunes a viernes. Otro ejemplo: para algunos profesores se ha vuelto imperativo obtener un celular o una computadora con la capacidad para ofrecer clases en línea, igualmente para algunos estudiantes ha sido un reto poder seguir las clases sin las condiciones para hacerlo por falta de internet o aparatos electrónicos.
La mayoría de las veces, los empleadores no han ofrecido las herramientas para hacer la transición a lo virtual, asumen que sus empleados cuentan con los dispositivos necesarios y un espacio para trabajar. Tampoco han considerado las condiciones personales de los trabajadores, se asume que las personas pueden continuar con las “urgentes” labores de oficina como si no se estuviera atravesando por una pandemia mundial en la que diariamente fallecen miles de personas, de quienes familiares y amistades no pueden despedirse pues sus cuerpos son enterrados o incinerados de inmediato. Los empleadores tampoco consideran que este periodo implica para muchas personas tener que cuidar de hijos, progenitores y la salud física y mental propia y familiar. Actividades que, en la mayoría de los casos, recaen en las mujeres.
Además, millones de personas han perdido sus trabajos o parte de su salario, lo cual complica el acceso a las condiciones básicas de vida como son la vivienda y alimentación. También son muchos los pequeños y medianos empresarios que no están seguros de poder reabrir sus negocios una vez que termine el confinamiento. Lamentablemente, no todos los gobiernos ofrecen un seguro de desempleo o programas para ayudar a solventar esta crisis que tiene implicaciones económicas y sociales, tampoco hay muchos gobiernos que se estén asegurando de que las empresas respeten los contratos laborales o que las personas en la economía informal puedan sobrellevar este periodo.
El confinamiento ha permitido a algunas personas emprender proyectos como cuidar de su jardín, aprender algún idioma, retomar la lectura de una novela o colorear libros, para otras sobrevivir el día a día es un reto enorme, sobre todo para quienes tienen enfermedades mentales o para los que se encuentran en contextos de violencia familiar y/o de pareja.
En estos días también son muchas las personas que se ocupan de ayudar en el bienestar de los demás: hay quienes que tienen impresoras 3D y crean caretas para personal médico de hospitales mientras otros hacen mascarillas para sí mismos, familiares, vecinos o amigos; hay los que organizan el envío de productos alimenticios a domicilio y los que enseñan por medio de videos formas para preparar platillos o hacer un huerto. Otros hacen memes y tiktoks que alegran diariamente a un número incontable de personas.
Mientras millones se adaptan a la virtualidad, doctoras, enfermeros y cuidadores trabajan largas jornadas en las que hacen todo por mantener al mayor número de personas con vida y el personal de limpieza se encarga de mantener los sistemas de salud y transporte con las medidas de higiene necesarias. Además, investigadoras trabajan arduamente para encontrar una vacuna y políticas consideran la aplicación de programas públicos para solventar la situación. Por otra parte, trabajadores agrícolas y ganaderos, así como transportistas, cajeros, repartidores y otros más se aseguran de que el resto de la población tenga acceso a los servicios esenciales. Para estos trabajadores la presente cotidianidad es extrema porque están más expuestos a infectarse y no pueden dejar de trabajar. Por eso, en tanto nos sea posible, debemos seguir las indicaciones de las autoridades sanitarias que nos piden que nos quedemos en casa las semanas que sean necesarias para no esparcir más el COVID-19.
En el futuro, necesitaremos apelar a nivel global para tener mejores cotidianidades. Esto implicará mejorar las condiciones laborales y salariales para los trabajadores de los sectores de salud, alimenticio, transporte y de limpieza; responsabilidad empresarial hacia los empleados; mayores gastos en investigación; inversión en proyectos culturales; políticas públicas con perspectiva de género y un largo etcétera. Condiciones que serán de utilidad para enfrentar este tipo de emergencias internacionales.