Asamblea, Michael Hardt
y Antonio Negri,
editorial AKAL,
448 páginas.
Por David Marklimo
Michael Hardt y Antonio Negri conforman una extraña pareja: un teórico literario y un teórico marxista; un filósofo político y pensador estrella, un estadounidense y un italiano. Dos concepciones del mundo muy diferentes, que han dado al pensamiento político una célebre trilogía (Imperio, Multitud y Commonwealth), que ahora se ha convertido en tetralogía con la publicación de Asamblea.
Hardt y Negri parten de una premisa: vivimos en una época donde han estallado los movimientos sociales sin líderes, horizontales y masivos, de capacidades de estrategia política y de toma de decisiones que conducen a cambios de calados, duraderos y democráticos. Así, según Negri y Hardt, estamos viviendo un periodo de creciente “hegemonía de las fuerzas de la resistencia”, destinado a “destruir el Estado”, vaciando su poder, instalando contrapesos, abriendo un “proceso constituyente” que dará como resultado una democracia más directa, casi de carácter asambleario.
El espíritu asambleario es una especie de ensamblaje político, donde confluyen formas federales de asociación que permitan combinar autonomía y capacidad de cooperación: “más que modelos, las asambleas deben ser entendidas como síntoma del crecimiento del deseo político para los nuevos modos de participación democrática y de producción decisional”, dicen.
Con este ejercicio, refuerzan su hipótesis de que estamos ante la construcción de un nuevo sujeto político. En sí, esta construcción parte de la interioridad de lo político en lo socio-económico, en la inmanencia de la multitud, entendida esta como la heredera la masa a la que hacían referencia los marxistas en el siglo XX. El conflicto es como sigue: la multitud es antagónica con el Imperio y el capital (sinónimos todos ellos de los conceptos que diario vemos en los diarios o en las conferencias del Presidente de la República: finanzas, monedas y administración neoliberal), está unida en su diversidad, acorazada de autonomía, enraizada en el trabajo inmaterial y cognitivo, articulada por la cooperación, la producción social y la “puesta en común”, es decir el cuidado, la gestión de lo común y la revalorización de lo público.
No hay un actor político al que identificar. No hay un líder. Es una multitud subjetiva: un terreno de lucha. Muchos especialistas consideran esta afirmación un poco optimista, pues al entender a los movimientos sociales como algo sin cabeza se les condena a un principio de articulación similar al acto de ensamblar, lo que les restaría fuerza y posibilidades de participar en la agenda política.
Evidentemente, la capacidad cooperativa de los nuevos movimientos sociales abre el debate para abordar bajo nuevas miradas el mercado laboral: ¿producir o crear es sinónimo de generar valor?
Bajo la mirada de Hardt y Negri parece necesario invertir los roles de la multitud y el liderazgo en las organizaciones políticas: los líderes deben limitarse a la acción táctica, de corto plazo, mientras que es la multitud la que debe definir la estrategia. Estamos entrando, así, a la época en la que es posible que los patos les tiren a las escopetas.