La Relación Capital, Trabajo y Moralidad

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

Hace poco más de diez días, uno de mis alumnos propuso como lectura semanal para el seminario de tesis que se imparte en la maestría de Historia de México, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, la encíclica Rerum Novarum que en 1891 lanzó urbi et orbi el papa León XIII. El texto de alrededor de cincuenta cuartillas versaba y versa sobre la conflictiva relación entre los empresarios/patrones, el proletariado/trabajadores y la esencial/cristiana, existencia de un mundo que debería mirar los preceptos del Nuevo Testamento como guía única en su proceder cotidiano.

El documento papal se inscribe en el marco histórico europeo, y un tanto americano, del imperialismo que las potencias del momento desarrollaron en el último cuarto del siglo XIX. Realidad política y social eminentemente conflictiva cuyos orígenes se remontaban a las reivindicaciones más radicales de la Revolución Francesa y en otra vertiente, a los cambios sociales que en combinación con las características de las relaciones laborales produjo la Revolución Industrial: ésta tuvo su primera manifestación moderna en la industria textil que nació y fue creciendo en la Gran Bretaña. Para los años de 1880 y 1900 se consolidó en los países más ricos del mundo diverso tipo de industrias, ya fuese en la industria carbonífera y sus ramas afines en la minería como la industria siderúrgica, la industria petrolera y la extracción de metales y piedras preciosas, utilizaba a millones de obreros que trabajaban en condiciones francamente de explotación por las 12 y 16 horas metidos en el subsuelo, lo cual resultaba en diversas enfermedades mortales cuyo tratamiento de ninguna manera fue asumido por la empresa dueña de la mina. Alrededor de treinta años antes, Federico Engels había escrito el medular libro titulado “La situación de la clase obrera en Inglaterra” donde daba cuenta de los cinturones de miseria que rodeaban a las ciudades británicas donde se asentaba una determinada industria. El escritor prusiano describía el hacinamiento humano que definía las chabolas de los obreros sin servicios de drenaje, sin agua potable, y carentes del suficiente carbón para mitigar los fríos europeos; las enfermedades producían una mortandad elevadísima entre infantes y mujeres parturientas. La realidad urbana opuesta en ciudades como Birmingham, Leeds, Liverpool y Cheffield era su zona céntrica a partir de la calle principal o High Street donde se ubicaban los bancos, las una vez incipientes tiendas departamentales, los hoteles y restaurantes; muy cerca de ellos los magníficos jardines y las zonas residenciales de los burgueses. Sin embargo, los más ricos, como en la visión edulcorada de Downton Abbey, la aristocracia vivía en sus palacios rodeados por bosques, lagos y flores primorosamente cuidadas.

Federico Engels, que era un burgués adinerado, describió aquellas desigualdades y afirmó que semejantes abismos sociales podrían, al menos modificarse y presumiblemente  acabarse, si se reformaba o si por medio de la Revolución proletaria/socialista cambiaba radicalmente la existente relación capital-trabajo. Por su lado el papa León XIII, condenó la lucha de clases preconizada por el marxismo pero al mismo tiempo, con una claridad meridiana, acusó a los empresarios, católicos o llanamente cristianos/protestantes de ser insensibles frente a la miseria que la riqueza empresarial provocaba: ello, debido a la explotación que definía a las relaciones laborales existentes en las últimas décadas del siglo XIX. La encíclica papal definió y protegió la existencia de la propiedad privada, señalada como tal desde el Génesis bíblico. La humanidad como un conglomerado social estaba encabezado por un patriarca, ya fuese en el ámbito de la familia o en la esfera de la empresa; abogaba por un retorno a las relaciones laborales de los gremios, éstos, como el de un reducido espacio de protección. Para que el pater familias pudiera cumplir con su función, natural, humana y cristiana (compréndase que León XIII era un liberal/conservador decimonónico y no un millenial del siglo XXI), deberían dársele las herramientas que un trabajo bien remunerado hace la vida más llevadera.

La encíclica Rerum Novarum, las propuestas del socialismo utópico como las elaboradas por George Owen, el movimiento caritativo llevado a cabo por las iglesias no-conformistas en Inglaterra o en los Estados Unidos, el liberalismo social decimonónico unido al sindicalismo moderado, y el movimiento feminista/sufragista produjeron en el siglo XX todos los beneficios que en las relaciones capital-trabajo se materializaron en las prestaciones laborales (vacaciones, aguinaldo, medicina social, reparto de utilidades, etc.) que echaron raíces en diversos países europeos, en la Argentina, Chile, Brasil y México. Semejantes beneficios laborales, que de ninguna manera ponían en riesgo las utilidades de la empresa, fueron muy bien comprendidas por los dueños del dinero en el Japón, Corea y Australia para que los trabajadores se convirtieran en leales a sus fuentes de trabajo.

Pero en porcentajes apabullantes y en diversas regiones del mundo como España, igualmente en nuestro México y en la China postmao, todas las conquistas laborales se vinieron abajo con la llegada del neoliberalismo thatcheriano, reproducido en los Estados Unidos de Ronald Reagan, y felizmente copiado por las elites económicas latinoamericanas, cuya eterna dependencia económica ha sido siempre pasmosa. El neoliberalismo, que no es otra cosa que liberalismo económico decimonónico, pero desfasado por la evolución de la relación capital/trabajo en la humanidad del siglo XX, resultó entre otras cosas en la actual precariedad laboral. Propio del neoliberalismo y como uno de sus engendros ha sido y es la contratación outsoursing, pero ello es material para otro artículo.

 

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