Por Emilio Hill
Es un hecho, Familia de Medianoche ( Luke Lorentzen, 2019) juega con el espectador. No lo reta tal vez, pero muestra sus mejores trampas, sus juegos cinematográficos. Por principio a nivel genérico es un documental, pero el asunto es más complejo.
En términos testimoniales, incluso de hipótesis documental, el largometraje, que tuvo su gira, por decirlo de algún modo, en varios festivales internacionales y nacionales, cuenta las gracias y desgracias de la familia Ochoa, dueños de una ambulancia en la CDMX.
Este asunto es pretexto para que se pueda ver –de manera superficial- la vida nocturna, desde su lado oscuro en la ciudad: accidentes, un drogadicto que agrede a su pequeña hija, una chica, próxima estudiante de comunicación, que muere en lo que parece ser un accidente doméstico, la extorsión de la policía. En fin.
Por otro lado, pero en el mismo matiz de análisis, el filme muestra las interacciones familiares de los Ochoa: el padre de familia – Fernando- taciturno y ligeramente mezquino en su parquedad, que soporta de manera estoica los devaneos de líder de su hijo adolescente Juan, quien ve a la cámara cada vez que habla por teléfono con sus varias novias –reales o imaginarias- y toma el rol de jefe de patrulla y el de su hermano Josué, un niño rollizo de once años, quien es la conciencia crítica de la familia. Este último es tal vez el personaje –así en tono de relato fílmico- más complejo.
Pero soterrada en la hipótesis de la película de Lorentzen, hay algo que se percibe: Sí, está el testimonio social de la ciudad, las profundas relaciones familiares de los Ochoa, con una madre ausente, pero también, el relato fílmico en su más puro significado.
Es pues la hibridez de género: los casos en los que se involucra la familia, la necesidad de cobrar aun en los momentos más dramáticos sus servicios y la interacción familiar con Josué, que odia la escuela, ante los reclamos de su hermano mayor, convierten a Familia de Medianoche en un relato cinematográfico dentro del género médico. Incluso tiene tono de film noir.
Familia de Medianoche, es la comprobación de que los caminos del documental actual, caminan no solo en el testimonio social sino en el de la narrativa y universo cinematográfico. Cuando uno ve los casos, la imagen de una ficción con las mismas –así en cursivas- historias surge.
Un ejemplo de lo anterior, es El Charro de Toluquilla (Villalobos, 2016), sobre un cantante de música ranchera, en bares de una pequeña comunidad cercana a Guadalajara, que padece SIDA. El filme vulnera en su discurso a las masculinidades mal entendidas pero profundas y a su vez es una comedia ranchera bizarra.
En un momento estelar de Familia de Medianoche, Josué se impone a su familia – padre y hermano- que quieren comer tacos con poco dinero. El niño les hace ver que es mejor comprar atún y “llenarse”.
En la vida real el momento puede ser dramático. A nivel cinematográfico, está cargado de humor. Es el cine, pues.