Por Emilio Hill B.
Ícono de una Era Dorada, personaje de múltiples caras. Desde aquel actor protector de perseguidos políticos: los llamados Diez de Hollywood al poner a Dalton Trumbo como guionista principal de Spartacus (Stanley Kubrick, 1960) luego de que el escritor tuvo que vivir a salto de mata al ser perseguido por el gobierno estadounidense y así ser reivindicado, hasta el apacible anciano sospechoso de haber cometido abuso sexual en contra de una famosa actriz décadas atrás.
“Cautivos del Mal (Vincente Minelli, 1952), El Loco del Pelo Rojo (Minelli, 1956) o bien obras de otro tono como Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino (Richard Fleicher, 1954) por tan solo mencionar tres filmes de la muy amplia filmografía del histrión son parte del imaginario colectivo social y cinematográfico.
Trabajó con la mayoría de directores que dieron un lenguaje visual y narrativo al Hollywood de la post guerra: Edward Dmytrik –también perseguido en el Macartismo) Howard Hawks, Billy Wilder.
Su rostro fue parte de una Era, una generación de hombres y mujeres de la post guerra que no se detenían ante la corrección política y formaron una era basada en la dureza combinada con la elegancia. Sin faltar cierto cinismo humorístico.
Padre de otro ícono hollywodense -Michael Douglas-, Kirk el patriarca se va a los 103 años. Nació el 9 de diciembre en Nueva York en 1916 y murió el 5 de febrero pasado. Con él se va el rostro emblemático de una era. La de los héroes que sin CGI, construían la leyenda. Aquella que da el celuloide y la inmortalidad.
Al momento de publicar estas líneas en Misión, la ganadora del Oscar por Mejor Actriz y Actriz de Soporte, ya se conocerá. Para el caso del análisis que esta semana nos ocupa el resultado no es muy diferente.
Porque de manera independiente a las ternas que tienen Charlize Theron y Margot Robbie por Mejor Actriz y Actriz de reparto respectivamente en Bombshell (El Escándalo/ Ray Roach, 2019) el filme tiene sus lecturas, que sobrepasan lo obvio: la más absoluta corrección política.
Roach retoma una historia reciente, el escándalo de marras que da título al filme, por lo menos en su traducción en español, es un lamento muy ascético y cuidadoso de un caso –o varios- de acoso sexual en la cadena Fox News.
Los protagonistas del numerito que trascendió al mundo de la política son: la presentadora Gretchen Carlson (Nicole Kidman, ignoradísima en las nominaciones al Oscar) quien tuvo que aguantar al CEO del poderoso medio de comunicación Roger Ailes (un excepcional John Lithgow) y sus prosaicos devaneos sexuales. El despedido de la periodista genera una demanda millonaria y no solo eso, sino desnuda los tejes y manejes del canal para apuntalar a Trump –a pesar de sus cometarios machistas en contra de la comunicadora- en las encuestas presidenciales.
La investigación de una colega de Gretchen, la pragmática Megyn Kelly (ahí sí la nominadísima Charlize Theron), apuntala el espinoso asunto a nivel nacional. Pero las periodistas, no contaban con la astucia y el arribismo de la novata reportera de medio pelo Kayla (Margot –prófuga del Guasón- Robbie), quien está dispuesta a hacer lo que sea para tener cuadro en pantalla a costa de lo que sea. La actriz, pelea por la terna de rol de soporte en el Oscar.
En este punto, no solo la Kidman es la gran ignorada de premiaciones sino también el recientemente exonerado Donald Trump, quien fácil pudo competir con ventaja en actor de comedia –aunque sea involuntaria- en varias premiaciones, ya que el largometraje usa material documental.
A grandes rasgos, son las líneas argumentales de El Escándalo. Y todo parece ir muy bien; el problema surge con la evidente vocación de corrección política del filme: el universo de la ficción del mundillo periodístico enfatizado en la redacción, con sus chismarajos y reporteros de pantalón de mezclilla y camisa a cuadros con corbata, un mundo femenino asertivo y correcto, en contraposición con personajes masculinos que viven en la baba, para enfatizar a –en la narración- a las colegas mujeres.
Y sobre todo, el aire de cine de apariencia liberal que de vez en cuando permea Hollywood. Más parece un panfleto del Partido Demócrata, contra los republicanos.
El filme fluye bien, es entretenido, pero se engolosina en sus vicios. No tiene la fuerza de Todos los hombres del Presidente (Alan J. Pakula, 1976), pero si pretende servirse del género de personajes reporteriles. Vaya, ni siquiera goza de la sutil parodia de Spotlight (Tom McCarthy, 2015) y sus personajes femeninos son ascéticos. Se equivoca en la naturaleza.
La película por otro lado, juega con romper la cuarta pared y tiene buenos momentos de tensión, aunque la historia es más compleja y tiene más matices de los que presenta la pantalla: Ayles murió poco después de que concluye el tiempo en el que se desarrolla el filme y el escándalo como tal lo dio a conocer un diario estadounidense cosa que se menciona de manera muy sutil en el largometraje.
Como ficción –basada en un hecho real- pasa muy bien la prueba, pero hasta ahí. El filme es demasiado bien intencionado para ser veraz.
No le falta valentía, pero le sobre corrección.
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