Por Jesús Michel Narváez
Sin regalar aplausos, hay que reconocer que Porfirio Muñoz Ledo le produce sarpullido no solamente al presidente López Obrador sino al general Luis Rodríguez Bucio, y por supuesto a la pléyade de admiradores y colaboradores sumisos como Mario Delgado, Ricardo Monreal, Tatiana Clouthier, Yeidckol Polevnsky, Alfonso Durazo, Julio Scherer, Dolores Padierna, y Jesús Ramírez Cuevas, Rosario Piedra Ibarra y un largo etcétera.
Sus declaraciones, congruentes con su independencia que lo ha llevado a romper con el partido que le dio lo que le permitió avanzar, cambiar al PARM para cumplir su objetivo de ser candidato presidencial, fundar el PRD y terminar en Morena, sobre el actuar de la Guardia Nacional irritó al habitante de Palacio Nacional y, por supuesto, a todo el gabinete, a una buena parte de los diputados y senadores guinda, que hoy lo miran como el “conservador” lo que significa “adversario del presidente”.
Fuerte afirmación de que Morena no tiene estructura de “movimiento social” y más aún exponer que carece de libertad para pensar.
Junto a las afirmaciones del todavía diputado por Morena se suman las denuncias de los reporteros críticos que acuden a las mañaneras de no permitírseles el ingreso para formular sus preguntas.
Añádale que en lugar de buscar soluciones a la carencia de medicamentos contra el cáncer que reclaman los niños con la enfermedad, el presidente prefiere buscar culpables antes de resolver el problema.
Un coctel que configura una sola situación: la imposición de decisiones, de conductas y desprecio a las críticas y reclamos.
¿Y qué resulta de la combinación?
El tejido para la dictadura imperfecta.
Porque cuestionar la palabra divina es atentar contra a quien se le ha “concedido” la representación de la verdad.
Y de esto es lo que Porfirio ha osado hablar durante las últimas 48 horas por habérsele negado el uso de la palabra para opinar, frente a la presidenta de la CNDH, la pérdida de autonomía del organismo.
Genio y figura, hasta la sepultura. Así es Muñoz Ledo.
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