Sobre el Tiempo y el Poder

Por David Marklimo

No es fácil encontrarse con un libro que aborde temas nuevos. Este sin duda lo es: cómo las distintas nociones del tiempo condicionan el ejercicio del poder político. La idea, hasta donde podemos ver, parte del mundo de la Física: “al igual que la gravedad curva la luz, el poder curva el tiempo”. Sobre esta idea, el aclamado historiador Christopher Clark, autor del célebre Sonámbulos, cómo Europa fue a la guerra en 1914, se desenvuelve, revela “lo que ocurre cuando la conciencia del tiempo converge a través de la lente de una estructura de poder”. Más claramente: cómo los estados manejan la conciencia histórica para asentar sus políticas, aunque no hagan explícitos esos discursos.

Para analizar esta especie de experimento, Clark se sirve de cuatro figuras clave de la historia de Alemania (Federico Guillermo de Brandemburgo-Prusia, Federico el Grande, Otto von Bismarck y Adolf Hitler). Clark muestra que Federico Guillermo rechazaba el concepto de continuidad con el pasado y por el contrario creía que un soberano debía liberar al Estado de los enredos de la tradición para poder elegir libremente entre distintos futuros posibles.

Expone que Federico el Grande abandonó ese paradigma en aras de una visión neoclásica de la historia donde el soberano y el Estado trascienden por completo el tiempo, y que Bismarck estaba convencido de que el deber de un estadista consistía en preservar la permanencia intemporal del Estado en medio del torrente de cambios históricos. Señala que Hitler no aspiraba a revolucionar la historia como Stalin y Mussolini, sino que pretendía eludirla del todo, haciendo hincapié en los arquetipos raciales y en un futuro pronosticado de forma profética.

Se nos ofrece un análisis de cuatro momentos de la Historia de Alemania con la relación poder / tiempo / temporalidad. ¿Es aplicable esta relación a los demás Estados? Es posible, porque no existe eso tan vago como la excepcionalidad de la que se cacareaban los nazis. Si hay, evidentemente, una relación entre la centralidad del Estado y el trauma, por ejemplo. Es curioso este último concepto si lo aplicamos a nuestro país: ¿ya superó México el shock de haber perdido la mitad de su territorio en el siglo XIX? Dependiendo de la respuesta valdría preguntarse si los Estados Unidos representan una amenaza para nuestro país o si, por el contrario, son nuestro aliado.

Clark se interroga sobre la forma en que los detentadores del poder justifican sus actitudes y acciones a través de argumentos y conductas reglas específicas. Al lado de la historicidad —conjunto de presupuestos que expresan las interrelaciones entre pasado, presente y futuro—, aquí partimos del concepto de temporalidad, definido bellamente como la sensación intuitiva de un actor político de la textura del tiempo experimentado. ¿Sin conocer las reglas del tiempo en que se dieron los hechos, es posible juzgar el pasado? Más: ¿cómo embona, entonces, ese pasado con lo que hoy se quiere construir? El siglo XXI, víctima del presentismo y carente de estadistas, es un siglo raro. Por una parte, tenemos voces que reclaman el valor de lo antiguo, eso que llamamos parcamente extrema derecha, que no saben qué hacer muy bien con la modernidad y que ven en el pasado un modelo eficaz. Por otro lado, tenemos voces que reclaman soterrar banderas y caminar unidos con fronteras más coherentes y menos físicas. Falta un liderazgo en torno al cual se sintetice la línea cronológica del momento.

Tiempo y poder, Christopher Clark. Traducción de Alejandro Pradera. Galaxia Gutenberg, 2019. 296 páginas.

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