Por Silvestre Villegas Revueltas
Cuando en el siglo XIX mexicano y en la correspondencia particular, igual que en los editoriales de periódico, individuos de tinte conservador o liberal como Teodosio Lares o José María Lafragua, acusaron de que se implementaban o se desechaban reformas escudándose en “el espíritu de partido”, aquellas acciones realizadas por políticos y militares en lugar de buscar el bien común solamente se dirigían a incrementar el beneficio personal y en su defecto o complemento para empoderar y engrandecer a su camarilla. Lo anterior descrito no solo era y es privativo de México, sino en la actualidad es el denominador en el juego de partidos que no necesariamente significan prácticas democráticas en países como España, Argentina, Israel, Estados Unidos o Brasil.
Como ejemplo actual de lo que en su esencia es “el espíritu de partido”, el día en que se escriben las presentes líneas se ha anunciado que el rey de España dio por terminadas las consultas con los líderes de los partidos políticos, y al no haber voluntad para sumar alguna mayoría se convocará a nuevas elecciones generales para el mes de noviembre: será la cuarta vez en el corto periodo de cuatro años. A Sánchez, los Populares y la derecha ibera le están cobrando la manera como llegó al poder sustituyendo a un ya desgastado Mariano Rajoy; los nacionalistas ven en el líder del PSOE un manipulador que no está dispuesto a ir más allá de lo conveniente en el tema que interesa a vascos y catalanes. Finalmente, y con razón, el líder de Unidas-Podemos se siente utilizado porque a pesar de que los necesitan para hacer una mayoría de gobierno, han sido desplazados porque en la óptica del premier español, el radicalismo que Pablo Iglesias, Echenique y Errejón propugnan le es a Sánchez en extremo desagradable y peligroso: opinión compartida por el equipo que rodea a la corona de España.
El espíritu de partido que nutre a la clase política española ha desvirtuado a la democracia, la ha desgastado frente a una ciudadanía harta de sus veleidades y ha puesto en peligro la construcción de una madurez política que venía siendo ejemplo para los gobiernos y partidos en Hispanoamérica. El caso español tiene sus parecidos europeos en la lucha partidista que sucede en Italia, Polonia y Grecia porque los casos en Francia y la Gran Bretaña son de naturaleza distinta.
En la actualidad la Asamblea Nacional Francesa está compuesta por diputados bajo cuarenta banderas distintas, que van desde los viejos comunistas y los nacionalistas corsos hasta los centristas, La República en Marcha del presiden Emmanuel Macron y Movimiento Demócrata, finalmente los opuestos como el izquierdista Francia Insumisa o el protofascista Frente Nacional. Esta caleidoscópica reunión de partidos franceses, muchos de reciente creación, son el resultado del desencanto frente a los históricos De gaullistas de centro y derecha y el antiguo Partido Socialista Francés. El bipartidismo que se construyó en Francia después de la Segunda Guerra Mundial paulatinamente quedó en el descrédito, porque los sucesivos presidentes y sus respectivos gobiernos no pudieron resolver los problemas socioeconómicos resultantes del mundo neoliberal como las privatizaciones de empresas públicas, la perdida generalizada de los beneficios laborales y lo que significa una migración masiva proveniente de países no pertenecientes a la tradicional Europa cristiana.
En tanto, por lo que se refiere a “Inglaterra”, país en extremo tradicionalista y conocedor de su historia nacional, el juego de partidos ha sido muy estable: torys vs whigs, luego conservadores contra liberales, y ya en el siglo XX conservadores frente a laboristas. A partir de los años de 1990 se unió una tercera opción que todavía se llaman “liberal-democrats” que siempre ha estado en absoluta minoría salvo un par de años atrás y de manera breve. Igual que en otros países europeos, la masiva inmigración y el rechazo a las políticas de la Unión Europea fortaleció al Partido Nacional Británico y más recientemente a UKIP que semejante a otras formaciones europeas tiene un discurso señalado de extrema derecha, nacionalista y populista. Una cosa más, desde los últimos años de Winston Churchill, hacia 1950, en varias ocasiones los torys ingleses han maniobrado para que el Partido Conservador y luego la Cámara de los Comunes le quiten su confianza a diversos primeros ministros de sus mismas filas: los casos de Margaret Thatcher y Teresa May son muy ilustrativos y reflejan perfectamente el llamado espíritu de partido, pero en lo referente a los asuntos internos de la formación política.
En cuanto al caso mexicano, la conformación de MORENA y la llegada de López Obrador a la presidencia, tiene similitudes y diferencias respecto al tratamiento de un partido personalista que defenderá las decisiones del presidente con razones y sin ellas. Trump se le encaramó al partido Republicano, Macron se catapultó con La República en Marcha, Salvini con el movimiento Cinco Estrellas y así podríamos seguirle con candidatos luego presidentes que surgieron a partir de nuevos partidos políticos como en Guatemala, Ecuador, Dinamarca, República Checa, etcétera. Muchos de ellos han sido criticados por su inexperiencia, han sido criticados porque diversas medidas afectan intereses muy longevos, se les ha atacado de populistas porque han denunciado, desde la izquierda, centro y derecha, las ganancias multimillonarias y la mayor desigualdad generada a partir del tiempo de la dupla: Reagan-Thatcher, o sea el neoliberalismo que es una realidad muy anterior a las diatribas lopezobradoristas. ¿Por qué a nivel mundial muchos pueblos le han dado la espalda a los partidos tradicionales? Porque el desencanto respecto a los últimos provocó el surgimiento de nuevas propuestas partidistas, que no políticas o planes de desarrollo, ambas de tiempo atrás que ya fueron formuladas, pero quedaron en el tintero. Sus gobiernos no supieron responder a los problemas nacionales y los deseos de sus respectivas ciudadanías: el caso más representativo se ha dado en la Argentina, que ya han ensayado muy diversas opciones de gobierno con resultados francamente limitados, por decir lo menos. Construir un partido no es cosa fácil y que lo digan el expresidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala que tiraron la toalla a las primeras de cambio.