Por Arturo Lino Guzmán
Las ex haciendas en nuestro país son consideradas un emblema por ser parte de la historia, de la identidad nacional y aunque estén ligadas al poder, a la injusticia y la explotación, han sido parte de la vida social, económica y política de México. Su esplendor, así como su desarrollo en todo el territorio nacional, dejó una honda huella que el paso del tiempo no podrá borrar.
Desde sus orígenes en el Siglo XVIII, las haciendas tuvieron una evolución y su aparición se debió a la necesidad de atender las diferentes actividades agrícolas, ganaderas y mineras, pero los diferentes mercados de otros productos en los siguientes siglos fueron sofisticando la construcción de éstas y como símbolos de poder se diseñaron para atender la producción del pulque, del tequila, del henequén, del carbón, del café, del cacao, para el azúcar (ingenios), de cereales y hasta de metales, que dieron riqueza y poder a familias españolas y criollas; sólo a unos cuantos de la clase dominante que poseían grandes extensiones de tierra y eran dueños y amos de vidas.
En cada etapa de la historia hay antecedentes de las haciendas y de acuerdo a reportes históricos en el tercer tercio del Siglo XVIII y casi todo el Siglo XIX existían en todo el país, poco más de 5 mil 800, pero su auge lo tuvieron en el Siglo XX, a tal grado que se contabilizaron 8 mil 430 nuevas construcciones, pues en tan sólo los primeros 10 años de ese periodo se construían a razón de casi 21 haciendas por mes, lo que generó una enorme concentración de riqueza en unas cuantas manos y enorme pobreza en la mayoría de la población que estaba al servicio de los hacendados que decidían la economía, el mercado y la política regionales.
Todas estas haciendas se complementaron con un número poco mayor de ranchos y fincas, donde se desarrollaban actividades agropecuarias, básicamente, y cumplían un rol en la economía regional con buenos resultados.
Ustedes, amables lectores, se preguntarán a qué viene todo este recuento y qué tiene que ver con el turismo. La respuesta es sencilla: la semana pasada nuestra compañera Susana Vega publicó un interesante reportaje en las páginas de Misión Política sobre el rescate de haciendas pulqueras en el Estado de México y constató un nuevo tour que creó un colectivo de jóvenes emprendedores en Axapusco que trata de que se conozca la historia de estas fabulosas propiedades.
Las haciendas guardan información valiosa de lo que fueron, del carácter de la sociedad en su época, pero además sus vestigios forman parte del acervo cultural del país ya que nos permite imaginar cómo era la vida en ese entonces, pero a la vez son un atractivo turístico de gran valor.
En la actualidad, algunas haciendas se remodelaron y acondicionaron para convertirlas en hoteles –unos de lujo, boutiques y otros más se adaptaron sin tantas pretensiones-; otras fueron semi-rescatadas y se conservan en relativo buen estado, en donde todavía se aprecia su estructura original e incluso se conservan muebles y objetos de su época que son exhibidos como reliquias y que constituyen un atractivo del destino donde se encuentran, pero muchas otras se abandonaron y quedaron tristemente en ruinas o destruidas.
Hoy apenas existen unos cientos de esas haciendas rescatadas para diversos usos o fines y que forman parte del patrimonio histórico de México independientemente de su carácter por las que fueron concebidas y quizás a lo reprobable de su sistema de trabajo, que crearon condiciones de pobreza extremas, pero los hechos históricos se pueden ignorar, ocultar, callar, pero no destruir.
Su valor radica en que son un vestigio, como posiblemente lo sean las zonas arqueológicas, que guardan información del acontecer de un periodo de la historia nacional, por lo que se sabe y hay conocimiento de que, así como existen vestigios prehispánicos, sin ser rescatados y estudiados, también hay cientos de haciendas que están en ruinas y que deberían ser rescatadas para generar productos turísticos locales y que pueden detonar la economía de la región.
A la llegada de los conquistadores, en muchos actos de barbarie y de la sinrazón, se destruyeron magníficas pirámides, construcciones formidables, invaluables que se perdieron para siempre, pero no destruyeron la esencia de nuestras culturas. Destruir en sí las obras ya edificadas para construir sobre ellas algo nuevo son actos reprobables por lo que en el caso de las haciendas dejarlas en el abandono, no cambiará la historia.
Sería deseable un plan de rescate y difusión para poner en contexto el valor histórico de las haciendas en todo el país, así como lo hacen los jóvenes de la zona de San Juan Teotihuacán, Estado de México.
Con la intervención de organismos financieros, que aporten los recursos y créditos recuperables, es factible que muchos más dueños de haciendas se sumen a estas acciones para que se brinde la oportunidad de detonar el turismo, se conviertan en polos de desarrollo económico y se generen oportunidades de empleo para la población local.