El Museo Nacional de Arte (Munal) es el primer recinto museístico del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) en contar con un museo de sitio. El nuevo espacio, que consiste en dos salas de interpretación, fue abierto al público el pasado 23 de julio, ya que en esa fecha hace 37 años fue designado el antiguo Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas sede del Munal por mandato presidencial.
El museo de sitio, ubicado en la planta baja del edificio, antes del patio de los leones y debajo de la estructura que se erige como la gran escalera, permite adentrarse en las entrañas del inmueble. Hasta ahora los dos espacios se utilizaban como bodega. Héctor Palhares, coordinador de curaduría del Munal, habla en entrevista del proyecto de Carmen Gaitán, directora del museo, que ofrece una forma diferente para el público de vivir el edificio, aparte de visitar sus colecciones, que se inician con el virreinato y llegan hasta mediados del siglo XX.
El nuevo espacio comprende dos alas, una histórica, llamada Pignone, en recuerdo de la fondería florentina en la que se realizaron las fundiciones del hierro artístico y de bronce empleadas en el proyecto de edificación. La segunda, arquitectónica, se titula Coppedé, apellido de la familia italiana que se encargó de la decoración del edificio.
La sala Pignone, por medio de una línea del tiempo y repro-ducciones fotográficas, traza la historia del predio que en el siglo XVII fue un noviciado de la Compañía de Jesús. A raíz de la expulsión de esta orden religiosa de la Nueva España, ahora bajo el control del ayuntamiento, fue convertido en el hospital de San Andrés. Una fotografía del cadáver de Maximiliano de Habsburgo recuerda que en ese lugar el malogrado emperador fue embalsado por segunda ocasión.
La edificación del Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas formó parte de la infraestructura del milagro modernizador porfiriano, junto con el Palacio Postal, expresa Palhares. Esta modernización incluyó la importación de estilos europeos como el eclecticismo francés, tan visible en el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas. Para su realización Porfirio Díaz invitó a arquitectos de trayectoria internacional, como el italiano Silvio Contri. Tenía que estar a la altura de los grandes edificios de París.
El Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, proyectado en 1902, empezó su construcción dos años después de que se demolió el antiguo hospital. El inmueble sería uno de los predilectos del régimen de Díaz, ya que allí gestionarían todo lo relacionado con ferrocarriles, telégrafos, teléfonos, caminos, carreteras y puentes comerciales, explica Palhares.
La construcción del edificio tardó siete años. Díaz no lo pudo inaugurar porque renunció a la presidencia en mayo de 1911. Lo inauguró Francisco I. Madero en 1912. Contri atrajo grandes artistas de otras latitudes, como la fundidora Pignone, que hizo toda la estructura de la escalera y el barandal. La sala en cuestión comprende fotografías de Guillermo Kahlo (1871-1941), quien hizo un levantamiento de iglesias y edificios públicos.
Mediante las imágenes, el visitante se da cuenta de que el aspecto del inmueble permanece igual después de más de un siglo.
El ala arquitectónica, o Coppedé, recuerda a la familia que hizo pintura, decorados y mobiliario del antiguo palacio. Aquí se manifiesta cómo se construyó el edificio, desde la cimentación hasta la imagen actual. La idea es ayudar al visitante a reconocer elementos y símbolos –como los relieves en cerámica esmaltada con las fechas de inicio y término de la obra– al hacer su recorrido del edificio. Sin duda la decoración más sobresaliente es la pintura de carácter alegórico que decora el plafón de la sala de recepciones, ejecutada por Carlo Coppedé.
Llama la atención una ménsula que se desprendió en el terremoto de 1985 de una cornisa ubicada en el tercer piso y cayó, sin que se rompiera. Se exhibe como testigo arquitectónico de un edificio que ha sobrevivido más de un siglo, apunta Palhares. En su momento, el antiguo palacio representó un desafío de ingeniería y arquitectura.
Basta mirar el cilindro de la escalera, debajo del cual el visitante puede ver el ensamblaje de la herrería, diseñado así para que la escalinata corriera entre cada piso porque había áreas del palacio a las que no entraba el público.