Por Jesús Michel Narváez
Creado en 1944 , el Fondo Monetario Internacional ha impuesto medidas de “austeridad” –no republicana, por supuesto- a los países en desarrollo e inclusive en los desarrollados y obligado a que las clases sociales estén más alejadas unas de las otras.
Sin duda, y de ellos han pruebas, sus medidas son draconianas y ha ocasionado que muchas naciones no alcancen su desarrollo.
Sin embargo, como organización global, después de 1976 y de la desaparición del sistema de cambio fijo, toma un papel preponderante ante países en desarrollo y crisis financieras.
Pero descalificar a sus expertos –no son ángeles de la caridad- y calificar de inmoral al organismo, es una forma de rechazar opiniones que cuentan con el consenso de sus asociados.
El FMI le otorgó a México una línea de crédito flexible por 80 mil millones de dólares y le ha permitido al país sortear las crisis internas, como la de 1994. Sin el respaldo del organismo multilateral, muchos países habrían quebrado. No significa que el respaldo que brinda sea gratuito y que sus políticas sean la panacea para el desarrollo.
No obstante, sus acciones otorgan estabilidad al sistema financiero internacional y México, aunque no le guste a la actual administración, forma parte de esa comunidad.
Y aunque no agraden sus medidas, sí marcan la agenda no de México sino del mundo entero.
Pretender estar dentro del FMI solamente como parte de una acción globalizadora y no atender sus reglas, no responde a realidad.
Como se advierte el mínimo crecimiento económico del país lo más probable es que se tenga que usar la línea de crédito vigente y, quién sabe, si en ese momento el organismo decida hacerla efectiva o no.
Cierto: no debe marcar las agendas de ningún país, pero lo hace con conocimiento de causa a fin de evitar crisis recurrentes.
Pelearse con el dinero, enfrentarse con la cocinera, nunca han sido acciones que convengan a nadie.
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