Por Jesús Michel Narváez
Cierto: engañó a 30 millones con su verdad.
Tiene razón el Ciudadano Presidente cuando sostiene que nunca engañó y que durante la campaña, la del año pasado, habló permanentemente de la lucha contra la corrupción, de que cancelaría la mal llamada reforma educativa, que frenaría el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, que construiría una nueva refinería “para dejar de ser dependientes” en la compra de gasolinas; que cambiaría el régimen político, que vendería el avión presidencial, que por el “bien de todos, primero los pobres”.
Y también le asiste la razón cuando afirma: si ya sabían cómo soy y que pienso y propongo, por qué se extrañan de mis decisiones.
Es decir, para qué tantos brincos estando el suelo tan parejo.
Su verdad, la que siempre mantiene cual si fuera la única existente, está llevando al país a un rumbo incierto.
En lo económico, las cosas no marchan bien. En lo social, hay reclamos no atendidos. En lo político, es gobierno de un solo hombre.
Es la autocracia en pleno.
Si bien es un comunicador nato y exitoso, hay que decirlo con todas sus palabras: no siempre –caso nunca, para no ser excesivo- tiene la razón. No escucha. Oye, pero no escucha. Y cuando lo hace, encuentra el camino para evadir la curva.
Es de los que van derecho y no me quito. Topa con pared y comienza a derribarla aunque en ello le vaya la vida.
Andrés Manuel López no entiende, no quiere entender, que la fortaleza de una nación es su poder económico.
Recordarle lo que ocurrió durante la campaña de Bill Clinton en la que derrotó a George Bush, padre, quien gozaba de una popularidad y aceptación del 90 por ciento, no es ocioso: Es la economía, estúpido.
Sin economía fuerte de poco sirven los regalos en efectivo a quienes no producen. Así de claro o más.
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