El Hijo de su Blockbuster

La Tiendita de los Horrores

Por Emilio Hill

Hijo de la Oscuridad (BrightBurn, David Yarovesky, 2019) nunca ostenta ningún tipo de pretensiones. Se muestra como un blockbuster de medio pelo que se regodea y sirve en algunos aspectos sobreentendidos de la cultura pop. Podría ser su principal defecto, pero de hecho es su más clara virtud.

Porque la receta, que es convencional y se disfraza de anti fórmula, funciona de manera correcta, casi ascética. No propone ni descubre nada, pero su minutero trabaja sin reproche.

En medio del boom genérico sobre héroes, Hijo de la Oscuridad, toma lo más convencional y práctico de los personajes que forman esta mitología y si bien no lo reconstruye, por lo menos se atreve a armar un irónico chistecito.

Lo hace de manera discreta y a la vez muy clara. La intención es que el público objetivo –el fiel seguidor de la cultura pop- se sienta atraído por la mediana audacia de la sinopsis.

Hay también un ascético respeto genérico a las formas. Esto le da valor estético al filme. Un claro ejemplo de los resultados que se logran si se entiende a la cultura pop.

Una pareja de granjeros, Los Breyer  (Elizabeth Banks y David Denman), adoptan a un bebé, que llegó a la tierra por medio de un meteorito. El niño, que no es frutito de sus entrañas, se convierte en la alegría del hogar.  Pero cuando cumple los trece años, se vuelve respondón, majadero y algo satánico. Nada que no haya visto quien ha convivido con adolescentes.

El querubín, interpretado por un sólido Jackson A. Dunn, como el berrinchudo púber que para colmo se llama Brandon, empieza a jalar parejo con los miembros de la familia hasta que sus padres empiezan a sospechar que algo anda mal con el peque.

Para desgracia de la amable y amorosa pareja, el chavo no es de los llamados niños índigos, sino que está destinado a ocasionar el caos en el pueblo bicicletero que habita.

De anécdota, más bien sencilla, la película se da sus exquisiteces por su clara vocación supermancesca y bíblica. Incluso le hace un claro homenaje estético a lo realizado por John Carpenter y su Halloween (1978), con la estética de casas de madera y palurdos habitantes.

Aunque intención buscada de manera clara, e incluso insistente, lo anterior le da un rigor genérico al filme, que pasa de una deconstrucción del cine de súper héroes al horror-terror más convencional. Lo que no quiere decir fallido.

Por momentos recuerda incluso a La Profecía (The Omen, Richard Donner, 1976). Y hasta a novelas de querubines malévolos como El Ángel Malvado, de Taylor Caldwell. No se puede dejar de citar el filme de Macaulay Culkin The Godd con (Joseph Ruben, 1993), donde el otrora pobre angelito le hace la vida de cuadritos al ñoñazo de Elijah Wood antes de convertirse en Frodo.

El filme de Yarovesky tiene la virtud de respetar los géneros que toca. De hecho, los homenajea, nunca los vulnera. Ni siquiera el héroe visto desde su lado oscuro es un punto audaz del guion. Pero esto sirve para que la película funcione para el espectador de manera cómoda y relajada.

En realidad, el filme se compone de tres discretos actos: la presentación de los amorosos padres, el descubrimiento de la maldad del rey del hogar y un final que no elude una posible secuela.

El filme es producido por James Gunn, director estrella de Guardianes de la Galaxia y compadre del director, asunto que comentó orgulloso en una conferencia de prensa antes de la proyección a medios del filme, así es que tiene la garantía del entretenimiento pop, un poco gratuito, pero puerto seguro.

Para verse sin grandes pretensiones. No se le puede escatimar que uno pasa un buen rato. Y hasta ahí.

 

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