El expresidente Alan García ha fallecido en un hospital limeño a causa del disparo en la cabeza con el que intentó evitar ser arrestado por supuestos delitos de corrupción vinculados al caso Odebrecht. La noticia estremeció a los peruanos. Nacido el 23 de mayo de 1949, García pareció por mucho tiempo estar más allá de las contigencias políticas. Nadie en su partido, el aprista, esperaba este desenlace. Alan, como lo conocían propios y extraños, decidió el camino del suicidio cuando la policía llegó a su casa. Los atendió con amabilidad y pidió unos minutos para hacer una llamada telefónica. Entró a una habitación y cerró la puerta. Luego se escuchó el ruido de descarga de un revolver. Lo encontraron sentado. La sangre brotaba de su cráneo. Lo llevaron de urgencia a la clnica Casimiro Ulloa. Los médicos no pudieron hacer nada.
Fue la figura excluyente del aprismo (socialdemocracia) de los últimos 50 años. “Yo me llamo Perú pues mi raza peruana con la sangre y el alma pinto los colores de mi pabellón”, solía cantar con impostada voz de barítono y hasta se daba el lujo de bailar. Esos eran los rasgos salientes de su carisma. El otro, la locuacidad. Con esos atributos se convirtió en 1985 y a los 35 años en el mandatario más joven de la historia de su país. Le tocó enfrentar la hiperinflación, el problema de la deuda externa y a Sendero Luminoso. Su gestión terminó en el desastre que abrió las fuertas al fujimorismo. El régimen de Alberto Fujimori (1990-2000), que él había ayudado a hacer realidad para impedir el triunfo electoral de Mario Vargas Llosa, lo envió al exilio. Al retornar, en 2001, se prometió no volver a tropezar con la misma piedra. “Gobernaré para todos”, prometió. La segunda presidencia, iniciada en 2006, fue depurada de cualquier veleidad de izquierdista. Al abandonar el poder no dejó legado.
Su suerte política se oscureció por completo cuando quedó ligado a la trama que tiene un mismo denominador en casi toda la clase política peruana: la constructora brasileña Odebrecht. García se encontraba bajo investigación por lavado de dinero y tráfico de influencias. En noviembre pasado trató de refugiarse en la embajada uruguaya en Lima. Montevideo le denegó el derecho de asilo. Salió de allí humillado pero disimuló su derrota detrás de una máscara de confianza. Aseguró que demostraría su inocencia ante los tribunales para “terminar con este culebrón”. Ante las dudas periodísticas siempre se mostró enfático. “Ningún documento me menciona. Puedo decirles que yo para robar no nací. Sé que muchos peruanos no lo creen porque así se ha repetido y es la manera de criminalizar a un político que les ganó dos veces a sus adversarios. El dinero le interesa a otra gente, a lan García no”.