Por Jesús Michel Narváez
Hace dos décadas, Monterrey se convirtió en la primera ciudad del país en mostrar la tenebrosa nube de contaminación.
El Cerro de la Silla no se veía.
Sus habitantes, hombres y mujeres, jóvenes y adultos lloraban y no de tristeza o de alegría.
Lo hacían por los efectos de la polución.
Monterrey era y es una de las ciudades industrializadas del país y en donde las largas chimeneas arrojan humo producido por combustibles contamientantes.
Si bien la mayoría de las industrias ha cambiado sus sistemas de combustión por el gas, todavía los filtros que se usan no son suficientes para contener la polución.
Con el paso de los años las Ciudad de México le siguió las huellas.
Y superó en mucho los Imecas que registró Monterrey y lo desplazó del primer lugar.
Convertida en la zona metropolitana más grande del país, la de la capital de México no logra contener la polución.
Tampoco Monterrey y Guadalajara con sus zonas metropolitanas contienen el nocivo efecto de la contaminación.
Hasta ahora las medidas adoptadas para reducir, que no eliminar, la contaminación han sido ineficaces.
Lo sorprendente es que en municipios menos poblados y menos industrializados también se está presentando en el problema.
Mario Molina, premio Nobel de Química, ha expuesto en repetidas ocasiones, que son los automóviles los que producen el mayor grado de contaminación; sin embargo, ha quedado demostrado que los automotores por si mismos no contaminan.
Es el combustible.
Presumiblemente las gasolinas y el diésel que se consumen en México cuentan con aditivos anticontaminantes. Luego, entonces, ¿por qué los automotores son los contaminantes?
Las autoridades ambientales federales y estatales han tomado la medida de prohibir la circulación de vehículos y con ello paliar el efecto contaminante. No lo ha logrado.
¿Qué futuro nos espera si el Acuerdo de París no se aplica de acuerdo a lo firmado?
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