Por Miguel Tirado Rasso
En un contexto de popularidad inédito, podríamos afirmar, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, cumplió los primeros cien días de su administración. Fluctuando en un rango entre el 67 y el 85 por ciento, la popularidad actual del mandatario mejoró los números de la, ya de por sí, alta aprobación registrada tras su triunfo electoral. Aún más, según especialistas en temas estadísticos, el cálculo es que ésta se mantenga elevada un buen rato más.
Su habilidad en el manejo de medios, lo hace inmune a los riesgos de la sobre exposición de la que saca provecho para mejorar su rating, como lo demuestran sus números, contra todo pronóstico. Y es que, el secreto es el juego en sus conferencias de prensa cotidianas, en las que pone agenda, comunica lo que desea puntualizar y, generalmente, es generoso al atender las preguntas de los periodistas, aunque las batee, sea evasivo, no se comprometa ni proporcione información que sustente sus afirmaciones. Carismático, suele ofrecer para el día siguiente la información requerida, pendiente que se pierde con la nueva temática que ocupa la siguiente “mañanera”.
A cien días de su mandato, su gobierno se acentúa en la polémica. Algunas ocasiones provocadas por sus decisiones o sus comentarios y otras, por la actuación de colaboradores, que, buscando quedar bien con su jefe, provocan enfrentamientos inconvenientes e innecesarios, como es el caso de los abucheos “espontáneos” a los gobernadores de oposición, anfitriones en las giras de trabajo del jefe del Ejecutivo.
Está claro que AMLO no necesita enfatizar su popularidad ante los mandatarios locales y, menos, incurrir en descortesías con quién lo está recibiendo en su estado, pero algunos dirigentes de Morena, no piensan lo mismo, y suponen que todavía están en campaña y no se acostumbran a ser gobierno. Por ahí ha circulado un documento con el logotipo de Morena, denominado ”Manual para eventos del señor presidente en estados de oposición”, en el que se instruye, como obligatorio, a los asistentes a estos actos a emitir sonidos y gritos de desaprobación cuando se anuncie la intervención del mandatario estatal de la oposición y “apoyar con porras y manifestaciones de alegría”, al presidente López Obrador, cuando le toque hablar.
Aunque la presidenta de Morena, Yeidkol Polevski, negó la autoría del documento, en todas las giras del primer mandatario por entidades gobernadas por la oposición, el común denominador, han sido los gritos de desaprobación y rechifla al ejecutivo local, por un lado, y aplausos y porras para el fundador de Morena, por el otro. Precisamente, como lo indica el manual. Esta práctica ha dado lugar a justificados reclamos de los gobernadores afectados, hasta el grado de que alguno se abstuvo de acompañar al presidente en el acto público programado, lo que al parecer motivó, finalmente, una reacción de desaprobación de este perverso ritual, de parte del presidente López Obrador.
A cien días de su gobierno y habiendo recorrido toda la República ya como presidente de todos los mexicanos, morenistas o no, no cabe que se insista en enfrentamientos estériles que dividan a la población, compliquen la gobernanza y dificulten el desarrollo del país. Bastantes problemas existen ya, para aderezarlos con ocurrencias de política barata, qué a la larga, pueden tener un alto costo. AMLO declaró el fin de semana, en Jalisco, que los conflictos generados por los abucheos a los gobernadores lo han dejado fastidiado. Y en su particular estilo, señaló: “…hay que dejar a un lado los rencores… ya chole la politiquería; la grilla ya me tiene hasta el…copete.”
Esperemos, por el bien del país, que el Presidente meta al orden a esos colaboradores que, lejos de ayudarle, provocan una polarización aún mayor de la que ya existe, y que no permita más esa práctica desgastante del abucheo. A fin de cuentas, esos gobernadores son legítimos, porque también los eligió el pueblo. Ese pueblo sabio o no tanto.
Marzo 14 de 2019