Por Alberto F. Mena Mallén
¿Tiene más problemas en su vida diaria que antes? Es posible que sí y al observar alrededor se encuentran.
Quiere ir al trabajo. Va en auto propio. Qué le parece el tráfico que existe actualmente en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
Cree que las autoridades han hecho algo para solucionar este asunto del transporte. Solo remiendos, dicen los usuarios.
Si se traslada en transporte público, ¿qué piensa? Que va hasta el tope y que ya no es cómodo. Qué si es barato, pues sí, pero incómodo totalmente. Va de los municipios del Estado de México a la capital del país a trabajar, ¿qué le parece el servicio que le prestan los transportistas autorizados por el gobierno? Malo, no, destartalado, sucio y caro, con choferes mal educados y muchos de ellos con problemas de adicción, son las quejas.
Y si le agrega la inseguridad, tanto en la Ciudad de México y en el Estado de México, ¡ya ni que decir! Las pláticas entre amigos, conocidos, familiares, en siempre la misma. Llévate un celular viejo y poco dinero por si hay atracos en los chimecos o las combis, porque ya hasta en éstos sucede. Y la frase diaria: “Qué Dios te bendiga”, porque nunca se sabe uno si regresará a casa.
¿Cómo ve la verificación vehicular? Pura sacadera de dinero, desde que comenzó este programa. Ya reconocieron en el gobierno capitalino que hubo errores en la programación de las computadoras por lo que se rechazó hasta vehículos nuevos y le dieron la calcomanía uno. Una experiencia es con un auto 2015, por lo que el propietario hubo de registrarse en el Estado de México, aunque tuviera que pagar toda la tenencia de ese año, ya que después sólo se cubren los derechos, que ya aumentaron de precio.
Y a pesar de ser vehículos nuevos o recientes, los ciudadanos prefieren pagar “la ayudadita” que cuesta cerca de 700 pesos, (incluida la verificación), en lo verificentros, para evitar que sean rechazados, no sea la de malas y quieran sacar para el desayuno, explican, como sucede con los “tamarindos”, que sólo están en las calles para ver a quien se fastidian, -para su mochada al jefe-, en lugar de desatorar los constantes nudos viales que se forman en muchas de las intersecciones, porque todos quieren llegar rápido a sus destinos, sobre todo en horas pico.
Los capitalinos también se quejan de la carestía. Cuando va al súper o al mercadito, todos los días suben de precio los productos y mejor se abstienen de comprarlos ya que están inalcanzables. Dicen que las nueces o almendras, por ejemplo, andan rondando más de los 300 pesos por kilogramo y no se diga de los pistaches o piñones que su precio sube más de los 300, incluso llegan a los mil pesos el kilogramo.
Sólo cuando los comercios ponen de gancho algunas ofertas es cuando hay la oportunidad de adquirir ciertos artículos, como el aguacate, que ronda por lo regular los 40 pesos, y eso que somos productores. La carne, es otro ejemplo, ya rebasó los cien pesos por kilo.
Mientras el ciudadano se queja, la autoridad presume que la inflación anual va a la baja, cuando en la realidad las amas de casa se enfrentan con precios constantes al alza; hasta los mismos empleados de las tiendas cuando se les pregunta por los precios, siempre señalan que van hacia arriba.
En los medios de comunicación se señala que, en los últimos dos años en México, la inflación se ha colocado fuera del objetivo del Banco Central, aunque dicen que dicha inflación va a la baja, lo que se espera con inquietud y esperanza en Andrés Manuel López Obrador.
Las medicinas es otro caso. Si la salud anda mal y hay que adquirir medicamentos o utilizar los servicios médicos, y tiene la posibilidad de acudir a los servicios públicos, ¿qué pasa? Que las personas acuden a una consulta familiar y en muchos de los casos sólo dan “aspirinas” o algo semejante para el dolor, o quizá medicinas para la presión o la diabetes, pero cuando se va con un médico privado y receta algún medicamento más reciente, debe comprarse fuera porque en la seguridad social no lo hay. Y por supuesto muy caros. Muchas familias gastan un alto porcentaje de sus ingresos. Y qué decir de las especialidades, inalcanzables, mejor morirse que lograr vivir en el intento.
En otro medio de comunicación, el presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado de la República, Patricio Martínez García, afirmó que un medicamento oftálmico de neomicina, tiene un valor aproximado en el mercado de 456 pesos, lo que implica que un kilo de neomicina tiene un costo de 140 millones de pesos, en contraparte, el kilo de oro cuesta 789 mil 369 pesos, algo intolerable.
Citan que México es una de las naciones que tienen los precios en medicinas más elevados del mundo y se califica de ineficaz la intervención de la Secretaría de Economía en la regulación de precios en el mercado. El legislador propuso una iniciativa con proyecto de decreto para dotar de atribuciones a esta dependencia para que fije los precios máximos de venta al público, de las medicinas controladas por 14 o 15 principales empresas farmacéuticas internacionales.
Hasta con la familia existen problemas. Que los hijos no quieren estudiar o trabajar; que los hermanos ya no se salen de las casas de los padres porque la vida afuera es muy cara; ya no se quieren casar para no tener responsabilidades. En un puente peatonal de Tlalnepantla, un señor de edad avanzada estaba pidiendo ayuda económica para poder continuar con su protesta en el sentido de solicitarles a los diputados legislen para evitar que existan abusos constantes en contra de este sector de la población. El señor explicó que no solo en el gobierno municipal estatal o federal, buscan sus propios beneficios sin importarles a las personas y dijo que los abogados son unos pillos, porque se prestan, por ejemplo, para despojarlos de propiedades.
Y sí hay problemas hasta en la vida diaria que no tan fácilmente se resuelven, sobre todo los económicos, pero hay muchos que corresponde a las autoridades solucionar.