Lo Sublime y Horroroso en el México Contemporáneo

Las Revueltas de Silvestre

*Los Músicos del País y sus Composiciones

*Exposiciones de Nuestros Grandes Pintores

*Y “las Cocinas” Utilizadas por Los Zetas 

Por Silvestre Villegas Revueltas

En días pasados tuve la oportunidad de visitar algunos museos, de asistir a un concierto de la filarmónica de la UNAM y de visitar algunas poblaciones de Baja California, como Ensenada cuya ubicación mezcla un paisaje de sierra y mar y en otro panorama, una campiña que se asemeja a la lombarda o de Burdeos y que en México es asiento de compañías vitivinícolas en el Valle de Guadalupe. En los tres casos, la experiencia estética me mostró como a los demás participantes en su observación, que nuestro país ha sido y es capaz de producir los mejores ejemplos artísticos de la experiencia humana.

El Museo de San Carlos ha estado exponiendo diversos lienzos que se agrupan artísticamente en la corriente denominada como el “Barroco Novohispano” reproduciendo a través de muchas imágenes pasajes del Antiguo Testamento de la Biblia; lo anterior demostraba y demuestra que los pintores americanos estaban produciendo pintura, música, arquitectura y literatura del mismo nivel de profesionalismo que sus contrapartes europeas en los siglos XVI al XVIII: situación que nunca fue aceptada por los metropolitanos españoles, ni por la posterior investigación académica hasta los años de 1950. La otra exposición se ubica en el Museo Carrillo Gil, al sur de la Ciudad de México que muestra los cuadros de los muralistas mexicanos: Rivera, Siqueiros, Orozco, Revueltas, Chávez Morado entre otros. Semejante exposición no se inauguró en Santiago de Chile debido al cruento golpe de estado perpetrado por el miserable Augusto Pinochet, pero el espectador mexicano puede leer y escuchar los trabajos de los diplomáticos mexicanos y del curador de la exposición por salvar semejantes tesoros pertenecientes a la nación mexicana. Finalmente, en el Museo del Chopo, muy cerca del edificio del PRI, se está exhibiendo un trabajo muy interesante sobre la Ciudad de México en los años de 1950 y 1960. Para los que les gustó la película “Roma” de Cuarón o para aquellos como yo que vivimos la capital por esos años, la exposición es una delicia por las múltiples fotos que dan cuenta de una ciudad más limpia, más ordenada, con diseño arquitectónico que lo mismo puede apreciarse en los mercados de Granaditas, la Merced que los modernos Plaza Satélite y el Pedregal de San Ángel. Es muy interesante ver los carteles publicitarios del “Súper Bee” y de la “Combi”, ambos autos muy utilizados para el “reventón” con los amigos y las novias; la exposición termina con un muestrario de discos, carteles y objetos que lo mismo tratan los momentos del rock mexicano, poco del 68 y muy interesante los diseños de ropajes religiosos del experimento de la iglesia católica de la liberación ubicada en la ciudad de Cuernavaca y el abad Lemercier.

Por lo que respecta a la música es conveniente señalar que en la Ciudad de México y a lo largo del año, tres orquestas de gran formato deleitan al público con sus conciertos: la Orquesta Sinfónica Nacional, la de la UNAM y la de la Ciudad de México, amén de las correspondientes a instituciones como el IPN, el Conservatorio y la Escuela Nacional Preparatoria. En Ciudad Universitaria se pudo escuchar de Silvestre Revueltas sus obras tituladas “Sensemaya” y “La noche de los mayas”. Ambas partituras se inscriben dentro del ambiente postrevolucionario de los años 1930 que subrayaba las raíces nacionalistas, frente a tres proyectos ideológicos-culturales que no gustaban a los gobiernos mexicanos: el fascismo europeo, el socialismo soviético y el imperialismo estadounidense. Los tres frentes se mostraban agresivos frente a programas nacionales que, como el mexicano, no querían ser absorbidos por cualquiera de los bandos en pugna. El público en la Sala Netzahualcóyotl verdaderamente se emocionó con la sonoridad de la obra, especialmente con todas las percusiones y ello me recordó dos experiencias similares con públicos distintos: uno en Berlín y otro en Los Ángeles. Es conveniente recalcar que si la música mexicana tuvo su etapa nacionalista en las obras de Moncayo, Chávez, Blas Galindo, Revueltas, y por qué no, hoy también con Arturo Márquez y sus danzones, los músicos del país han continuado experimentado con sonidos y formas de composición hasta llegar a muy complejas composiciones, modernísimas, de no fácil acceso, pero que igual a los pintores novohispanos arriba mencionados nos colocan al mismo nivel de lo que se está produciendo a nivel mundial en la música sinfónica.

Desgraciadamente debemos redondear este artículo con el lado oscuro que ha vivido la población mexicana en estos últimos, por lo menos veinte años. Hace días salió a la luz pública una investigación periodística que da cuenta de “las cocinas” que utilizaban Los Zetas para desaparecer a sus víctimas en el estado de Tamaulipas. Si bien la curiosidad internacional ha provocado que se publiquen libros como “Los hornos de Hitler”, la realidad mexicana ha llegado a tales niveles, ya no digamos de violencia, sino de saña y genuino daño cerebral, que lo reseñado por los investigadores de “las cocinas”, lo relatado por los familiares que buscan entre cientos de kilos de osamentas algo que los pueda identificar con su pariente desaparecido. Ello nos debe hacer reflexionar acerca de qué produjo semejante clima de terror, quiénes han sido los responsables de que se hayan cometido semejantes crímenes, quiénes se beneficiaron de cerrar los ojos, dejar pasar y no escuchar a los familiares de las víctimas o de los especialistas que previeron o han estado analizando los resultados de una realidad terrorífica que en algunas regiones del país ha sobrepasado los crímenes de lesa humanidad perpetrados en Afganistán o Siria. No es un secreto para nuestros lectores que un robo es un robo, lo mismo una pulsera que un BMW, y que un daño a la integridad física de cualquier mexicano debe ser castigado con severidad; no se debe claudicar en el combate contra este tipo de terrorismo que se ceba en el transporte público, y que curiosamente vive confortablemente en el lavado de dinero que la ciudadanía identifica con toda rapidez.

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