Por Jesús Michel Narváez
Cada mañana se escucha su voz y el tono es el mismo: la corrupción rampante que acabó con el país.
“Tenemos las pruebas y las vamos a mostrar”, dice al referirse a la ilegalidad en la operación de las estancias infantiles.
No las ha mostrado.
El presidente de la Comisión Reguladora de Hidrocarburos tiene conflicto de intereses y ya lo está investigando la Secretaría de la Función Pública.
Le niega el derecho de audiencia.
Los expresidentes Calderón y Zedillo se pasaron de tueste –palabras, palabras menos- con el tráfico de influencias. Jamás presentó documentación que acreditara su dicho e incluso se disculpó con su verdugo en las elecciones de 2006.
Habla de la corrupción en el Poder Judicial de la Federación pero no lo demuestra.
Se opone a los organismos autónomos porque no se apegan a la legalidad y la corrupción ya los corroyó. No dice ni cuándo ni cómo.
Desacata la suspensión ordenada por la Corte sobre la Ley de Remuneraciones de los Servidores Públicos e insiste en que nadie debe ganar más que él.
Cancela el NAIM y México pierde miles de millones de pesos, pero dice que no pasa nada y que tendrá dinero suficiente para cubrir todos sus programas.
Habla del inicio del Tren Maya y del Aeropuerto de Santa Lucía y aún no hay proyectos ejecutivos ni fecha de inicio mucho menos los permisos oficiales –que los obtendrá, por supuesto- del impacto ambiental y del uso del suelo. Tampoco están los permisos de operación.
Afirma que se detuvo miles de huachicoleros pero no hay una cifra oficial que proporcione la Fiscalía General de la República.
¿Dónde está la realidad?
¡En el discurso!
Mucho ruido y pocas nueces. ¿O no?
Ya sabe a quién me refiero.
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