Por Jesús Michel Narváez
Esta vez no fueron cientos. Fue un lobo solitario. Y en su intento por colocar un artefacto explosivo -no confirmada la información- murió. Lo mismo ocurrió con un agente policiaco.
Sí, el Capitolio, sede del Congreso de los Estados Unidos se ha vuelto un apetitoso blanco de los supremacistas que todavía admiran y siguen a Donald Trump.
En solamente 88 días el portentoso edificio ha sido atacado en dos ocasiones. Habían pasado 206 baños sin que nadie osara intentar siquiera cometer un delito en el Capitolio. Pero un gobierno que dividió al país -algo similar a lo que ocurre en México- despertó la ira de sus seguidores cuando fue echado de la Casa Blanca, no con dispararon, no con un golpe de Estado. Lo corrieron los votos de los ciudadanos que estaban hartos de la prepotencia, la filosofía de la guerra, la negación por entender que la Unión Americana está compuesta por inmigrantes.
Apenas reaparición hace unos días para anunciar su nuevo sitio web -con el dinero que tiene puede hacer eso y otras cosas más- y ya se registró oro asalto al Capitolio. Las locuras de la amenaza naranja permearon en esa clase social que busca imitar el pensamiento de Hitler y se considera aria. Es decir, pura. Y todos son blancos sin, supuestamente, sangre de otras razas. Son pensamientos racistas que solamente pueden tener los ignorantes.
Joe Biden, el demócrata que desplazó al republicano, declaró que el nuevo ataque le “rompió el corazón” y, eso se interpreta por los analistas estadounidenses, como una advertencia de lo que podría pasar con un endurecimiento en la política de libertades que ejercen los ciudadanos norteamericanos.
Si la democracia más sólida del mundo moderno corre riesgos por el fanatismo de quienes quieren a un presidente amenazante y hablador, como vecinos per saecula saeculorum, hay que poner las barbas a remojar.
Sin ánimo de amarrar navajas con el presidente López -lo cual creo imposible-, sus de acciones gobierno, hasta ahora por lo menos, están encaminadas a imponer un régimen en donde no haya contrapesos, con un suprapoder que le permita aplastar a todos aquellos que no comulgan con su proyecto político. No se trata de escribir en el aire. Hay que revisar cómo sometió al Poder Legislativo e intenta hacer lo mismo con el Judicial, aunque se ha topado con un muro que, si se lo propone, lo derribará con facilidad.
A los mexicanos nos ha costado décadas y miles de millones de pesos construir una Nación en la que la DEMOCRACIA sea la guía para los conductores de la enorme responsabilidad que implica gobernarla. Destruir lo que funciona no deja de ser una imposición. Corregir lo que no sirve o está podrido, no requiere enterrar a las instituciones no afines.
Un asalto la Corte no es descabellado ante la independencia que han mostrado los jueces y magistrados federales. Con los ministros hay división, pero tienen en común la obligación primigenia de ser garantes de la constitucionalidad.
El Capitolio resistió. ¿Resistirá la estructura del Estado el intento de sepultar la Democracia para imponer un régimen totalitario?
La pregunta la dejo en el aire.
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