Inexistente Dignidad

Punto de Vista

Por Jesús Michel Narváez

El valor de los tomadores de decisiones es saber lo que hacen y frente a sus jefes, que no todos son expertos en la materia, defienden sus propuestas y desafían al poderoso. Defienden su dignidad, porque es algo que no está en venta y por tanto no se puede comprar.

En el sector público son escasos los funcionarios de todos los niveles que están decididos a enfrentar a su jefe inmediato cuando no entiende lo que se debe o se tiene que hacer. Hay un nutrido grupo que encajarían en la definición de agachones o defensores del hueso y la chuleta.

Quienes se respetan a sí mismos y saben que sus conocimientos serán valores en cualquier parte en donde se les contrate, salen airosos del encargo oficial y en sus cartas de presentación siempre estará presente la actitud de dignidad.

El primer funcionario que abandonó el barco cuyo capitán es el presidente López, fue Germán Martínez. No es santo de mi devoción pero admito que su carta de renuncia necesito de la testosterona suficiente para plasmar sus razones para irse. “No quiero ser un florero más”, lo que significó no ser un director de adorno. Se fue y seguramente debe estar tranquilo con su conciencia, aunque haya traicionado sus principios, aquellos que lo amamantaron durante su estancia en el PAN, partido que incluso jefaturó hasta que las derrotas electorales lo alcanzaron.

Poco después, Carlos Urzúa, un reconocido economista y cuyas relaciones con el mundo global financiero le permitieron renegociar parte de la deuda externa y al mismo tiempo controló el abuso de recursos para Pemex, decidió bajarse del proyecto reformador porque el ciudadano Presidente, su jefe y vecino en Palacio Nacional, no entendió qué significa el Plan Nacional de Desarrollo. La dignidad se impuso y no defendió como un “perro el peso”, sino su capacidad de reflexionar.

Se han ido otros pero se han desconocido sus razones. Simplemente no estuvieron de acuerdo con algunas decisiones y prefirieron fijarse en nuevos horizontes.

Dos casos son de llamar la atención: el de Javier Jiménez Espriú, quien se convirtió  en florero como titular de la Secretaría de Comunicaciones. Le correspondía el proyecto del Tren Maya y se lo quitó Fonatur; tenía que revisar y aprobar el Tren Transísmico y se lo dieron a la iniciativa privada; estaba obligado a terminar el tren interurbano México-Toluca y lo dejó sin avances. Y para colmo lo relacionaron con los presuntos sobornos de Odebrecht.

Renunció por voluntad propia o por las presiones, solamente él y el Presidente lo saben.

Y el caso patético de Arturo Herrera Gutiérrez pasará a la historia por haber arrojado la dignidad al drenaje profundo. La exhibición que le aplicó el presidente López en la mañanera del miércoles pasado es digna  como ejemplo de lo que no se debe hacer aunque el jefe sea la máxima figura del globo terráqueo –que no lo es, por supuesto pero cree que sí-, porque ser desacreditado en público solamente lo acepta el indigno. Leas usted: Si fuese el cubrebocas una opción para la reactivación de la economía, pues me lo pongo de inmediato, pero no es así. Yo sigo las recomendaciones de los médicos, de los científicos. Palabras divinas y devastadoras. Suficientes para decir: ¡Basta de humillaciones en público! Pero Herrera agachó la cabeza.

Supuestamente Herrera es un producto de la Universidad de Nueva York, en donde se doctoró, cuya mística de enseñanza es una: la razón la tienen quienes se gradúan, no los que los contratan. Claro si se revisan sus anteriores estudios podría entenderse. Se licenció en economía por la UAM y obtuvo la maestría en El Colegio de México. Le pesa, sin duda, la licenciatura.

Con un mínimo de dignidad, Arturo Herrera habría presentado su renuncia. Y todo por un cubrebocas.

E-mail: jesusmichel11@hotmail.com, Twitter: @jesusmichelMx, Facebook: Jesus Michel y en Misión, Periodismo sin Regaños martes y jueves de 16 a 17 horas por ABC-Radio en el 760 de AM.

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