Por Enrique González Casanova
En los momentos actuales, revisar fundamentos y praxis de un sistema de economía mixta es algo que amerita una reflexión. Como indispensable punto de partida habría que mencionar la necesidad de tomar con toda seriedad las circunstancias que hoy definen el entorno mundial y nacional y no menospreciar la importancia de la apertura de los mercados y su impacto en los flujos comerciales. La organización de la economía mixta sería adecuada siempre y cuando no se pierda de vista el proceso de globalización y, a un mismo tiempo, no se desee ir contracorriente del mismo. Cualquier intento por jugar al aislamiento y a la autarquía lo único que ocasionaría sería un proceso destructivo de la producción.
Dicho esto, las economías mixtas que están vigentes -casi todas ellas en el continente asiático- han sido las que en las últimas tres o cuatro décadas pudieron registrar las tasas más elevadas de crecimiento y lograr cambios cualitativos en el desarrollo de sus respectivas sociedades si se compara su desempeño con el resto de las economías del planeta. Sus cifras han estado por encima de las de formaciones sociales que recurrieron a los principios del neoliberalismo, en algunos casos, a partir de criterios dogmáticos a ultranza.
Pero el diseño y la instrumentación de un modelo de economía mixta no se puede circunscribir a actos de fe, basados en una dudosa y endeble concepción moral, que atenta contra las dinámicas productivas y tiende a frenarlas y hacerlas caer en una situación de obsolescencia y atraso. La economía mixta en el contexto contemporáneo debe tener un proyecto lo más definido y preciso posible y también metas intermedias y finales para alcanzar en forma adecuada los objetivos propuestos.
Por tanto, el estado estaría participando con gran énfasis en el proceso productivo y lo haría de manera conjunta con los capitales privados quienes, para efectos prácticos, serían los agentes productivos directos. Mal haría el estado si se propusiese participar en la conducción directa de la producción. En este aspecto, lo sensato sería abstenerse. En cambio, su papel adquiriría relevancia sí desarrolla acciones destinadas al fomento de la ciencia y la tecnología, a la investigación de mercados reales y potenciales, a la generación de confianza y a la garantía de una legalidad fuera de duda que permitiese hablar de la vigencia plena del estado de derecho.
Un estado, ya sea conservador, liberal, neoliberal o socialdemócrata, siempre participa en el proceso productivo. Algunas veces lo hace directamente y otras de modo indirecto, empero, todo el tiempo se puede constatar su presencia. En los modelos de economía mixta, la participación estatal es más explícita y nítida y ello implica establecer compromisos explícitos y definidos con los agentes de la producción, es decir, con el capital y el trabajo. Con relación a este punto, conviene dejar de lado las tentaciones de recurrir al corporativismo, al paternalismo o al tutelaje. Todo esto se hizo en un pasado todavía reciente y las consecuencias estuvieron muy alejadas de ser benéficas. También debe entender que cualquier modelo productivo eficiente y eficaz lo es porque se avoca a la innovación en todos los sentidos. La economía contemporánea no puede basarse en visiones comunitarias, idealizaciones de situaciones pasadas, supuestas tradiciones o praxis de autosuficiencia al estilo de las promovidas por Tata Vasco en las épocas de la colonia.
Se puede entender un ejercicio retrospectivo cuando se habla de poner en marcha un modelo de economía mixta en México. Finalmente hubo uno con esas características que estuvo vigente desde mediados de la década de los treinta del siglo pasado, hasta el año de 1982. Inclusive, los tres primeros años del gobierno de Miguel De La Madrid se pretendió, sin mucho éxito, ponerlo al día antes de que se abrazara abiertamente al neoliberalismo. Sin embargo, una revisión objetiva deberá advertir que, de 1934 a 1946, la economía mixta mexicana no se abstuvo de participar en los mercados internacionales y de importar productos que eran necesarios al interior de la nación. Sólo fue después de la Segunda Guerra Mundial que el modelo fue aderezado con las tesis de Raúl Prébisch y la CEPAL relativas a la sustitución de importaciones, las cuales tendrían que haber estado sujetas a una temporalidad precisa, pero se quisieron practicar indefinidamente y ello motivó la sustracción del mercado interno a la mayoría de las importaciones con el pretexto de crear, expandir y solidificar la añorada industrialización del país.
Al final del día, sí creció la planta industrial, aunque con enormes y costosas deficiencias porque se producía sin calidad y, eso sí, con base en la adquisición de bienes de producción intermedios que se adquirían porque su tecnología ya superada dejaba de satisfacer los requerimientos productivos y de comercialización de los países con alto desarrollo que, a su vez, eran los que fabricaban ese tipo de productos. El abuso de la sustitución de importaciones dio paso a enormes montos de contrabando y la falta de calidad terminó por nulificar una parte sustantiva de lo que se producía a nivel industrial en el país.
Por otra parte, en los años en los cuales estuvo vigente el modelo de economía mixta, poco se hizo para aminorar la brecha en la repartición del ingreso. Nada más en el periodo de 1934-1940 y en el de 1964-1970, hubo mejoras en ese rubro. En los demás, la constante fue la concentración del ingreso en sectores minoritarios de la población.
Tampoco hubo cuentas gratas en lo referente a los aspectos del desarrollo científico y tecnológico. El destacado crecimiento del PIB de 1954 A 1970, no favoreció estos aspectos básicos para la vida de una nación que aspira a mejoras en lo cuantitativo y lo cualitativo. Al final de la presidencia de José López Portillo, el modelo de economía mixta mostraba un atraso visible en todo los que tenía que ver con investigación y desarrollo.
Es cierto que la economía mixta amplió la planta productiva y contribuyó al crecimiento dinámico del sector terciario, empero, no tuvo capacidad alguna para mejorar la producción agrícola y pecuaria y dejó el trágico legado de una clase dirigente económica que en buena medida terminó por ser parásita de los recursos públicos incapaz en términos generales de establecer por sí misma criterios productivos viables y útiles para modernizar al país.
Esto lleva a señalar que la pretensión de poner en marcha un modelo de economía mixta que sería una recreación de los paradigmas vigentes de 1934 a 1982 inclusive, es algo que carece de fundamentos porque no posee una visión coherente y realista. Con sus fortalezas, debilidades, logros y fracasos, la estructura productiva y de servicios de esos años obedecía a un conjunto específico de relaciones e interacciones de tiempo y espacio únicas e irrepetibles. Todas ellas se combinaban y conjugaban para definir el entorno imperante en esos años. Algunas de las variables más importantes fueron la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, la alianza con Estados Unidos, los primeros años de la posguerra y, por supuesto, la Guerra Fría.
En el frente interno, hubo una mutación que hizo que México dejara de ser un país cuya población vivía mayoritariamente en el agro, para convertirse en una nación fundamental e irreversiblemente urbana a partir de 1961. Esa transición significó oportunidades y también nuevos y agudos problemas, algunos de ellos sin resolución hasta el día de hoy. Salvo este último aspecto, el resto de las variables se han disipado o, en el mejor de los casos, se han reestructurado como, por ejemplo, lo es el caso de la relación con Estados Unidos.
El mundo contemporáneo aún vive la posguerra fría y los efectos de la casi total desaparición del “socialismo real” (no se debe olvidar que el modelo de economía mixta fue, en su tiempo, una de las alternativas para contrarrestar al socialismo). También se vive el desarrollo acelerado y exponencial de la globalización y con ella una reconfiguración del planeta que, más allá de si se está o no de acuerdo en la forma como se ha llevado a cabo, afecta a todos los sectores sociales de todas las sociedades del planeta. La globalización ha dinamizado las expresiones científicas y tecnológicas, ha deconstruido la producción y la generación de servicios y, particularmente, ha contribuido a mediatizar a la sociedad mundial con base en la vastedad y alcance de las tecnologías de la información. Sin duda, el escenario presente se separa radicalmente del que prevaleció de 1945 a 1992 inclusive.
Mención especial requiere la ola democratizadora de los últimos cuarenta y cinco años, pero también, el asedio a esta forma de organización económica, política, social y cultural por expresiones que, surgidas del propio seno democrático, hoy amenazan con condicionarlo para favorecer intereses extremadamente particulares o de plano destruirlo.
Entonces, si bien es factible pensar , si es el caso, poner en marcha un sistema de economía mixta, también lo es que su eventual éxito estará circunscrito a apreciar con objetividad y frialdad y sin fanatismos cuáles son y cómo influyen los condicionamientos contemporáneos.