El PRI Jamás Logró Concentrar el Poder de los Otros Poderes

*Con el PAN, se Alteraron los

Acomodos y Ganó el Pasado

*Morena y su Caudillo Excluyeron

a Todas las “Fuerzas Vivas”

*Sheinbaum Abre las Puertas y

Rompe el Círculo del Mentor

 

Las Cuotas del Poder

 

POR EZEQUIEL GAYTÁN 

 

Aproximarse al fenómeno del uso poder en una sociedad es comprender que su estudio inicia bajo el axioma de reconocerlo como el lubricante de las relaciones sociales que fortalece el pacto social. Es un factor inevitable e ineludible a la condición humana. De ahí que va de la mano de la autoridad, el mando y la obediencia. Léase, el poder es la capacidad de una persona física o moral que nos obliga voluntaria o involuntariamente a hacer algo o no. 

 

Más aún, el poder es genéticamente adaptativo en los seres humanos. Es decir, si no tuviésemos deseos de poder en el ácido desoxirribonucleico (ADN) no hubiésemos sobrevivido como especie. De ahí que los comportamientos de los seres humanos son biopsicosociales. Es decir, por un lado, son naturales y por el otro aprendidos. Dicha combinación nos lleva a entender que la ambición y lucha por el poder es consubstancial a la humanidad. Consecuentemente todos los seres humanos ambicionamos cierto poder y, a la vez, nos subordinamos a otro poder. Lo que se manifiesta desde la ambición desmedida e inescrupulosa por alcanzarlo, hasta verlo como algo vergonzante. Empero, lo que es un hecho es que el uso del poder es placentero.

 

Si pensamos en el poder del Estado, por ejemplo, lo vemos materializado en su forma de gobierno y su organización. En el caso mexicano, con la Constitución de 1917, el poder y su uso fue concebido como liberal y dividido. Es decir, bajo la idea de acotar el poder presidencial mediante el equilibrio de poderes y sus contrapesos, en el legislativo y en el judicial. Sin embargo, en la práctica lo que aconteció, desde la tercera década del siglo pasado fue la implantación de un sistema presidencialista omnímodo que subordinó desde el poder ejecutivo a los partidos políticos, al activismo de la sociedad civil, al federalismo y al sector privado. 

 

Lo interesante del caso es que ni el Partido Revolucionario Institucional, ni los presidentes de ese partido, cuando eran prácticamente supremos, tuvieron todo el poder. Lo desearon e intentaron concentrarlo en una sola persona por un lapso de seis años, pero no lo lograron. Rápidamente aprendieron que existen otros poderes, que en México se denominaron fuerzas vivas que se manifestaban de diversas maneras y que reclamaban cuotas de poder.

 

Los obreros agrupados en las centrales, los campesinos con sus confederaciones, los burócratas de base y los gremios de profesionales lograron posicionarse en algunas instituciones de la República y se apoderaron de plazas, puestos y cargos (eso que despectivamente se llamaba “hueso”) y lo gozaban, además, de ocupar cargos en las diputaciones, senadurías, gobernaturas y en el gabinete. En otras palabras, las cuotas de poder eran personificaciones de los grupos de opinión que, de ser el caso, se convertían en grupos de presión y ejercían acomodos políticos en las estructuras gubernamentales y cultivaban, consecuentemente, su pequeño poder. Más aún, organizaciones como las de los empresarios o las iglesias o los medios de comunicación también tenían cabida en ese sistema político, pues sus voceros tenían cierto picaporte con los secretarios de Estado y lograban prebendas que permitieron, nos guste o no, que progresara el país.

ERAN RECLAMOS DE 

GRUPOS FORMALES

Las cuotas del poder eran reclamos de grupos formales que, al tener cabida en el sistema político mexicano, engrasaban la maquinaria priista, pues el secreto – por decirlo de alguna manera – consistía en dar cabida a todos y a todos darles juego. Sobre todo, porque ese juego se desarrollaba legítimamente con un gran número de leyes no escritas en las que algo quedaba claro: el presidente mandaba y su labor consistía en mantener el equilibrio de poderes. La obediencia era bien vista y la desobediencia era arriesgarse a que el titular del poder ejecutivo dispusiera de dos colaboradores altamente eficaces; los secretarios de Gobernación y de Hacienda.  Cabe hacer notar, para fines de este artículo, que las fuerzas armadas eran y son totalmente leales a quien ocupe la titularidad del Poder Ejecutivo. Ergo, dichas fuerzas, a la vez, gozaban y gozan su participación pues también tienen sus cuotas de poder.   

 

Con la llegada del Partido Acción Nacional las cuotas de poder de los actores políticos de la vida nacional se alteraron con los consecuentes desequilibrios, pero los cimientos de la vida institucional priista fueron eficaces y los cambios empezaron a modificar el sistema político. Sobre todo, porque algo les quedaba claro a los blanquiazules, era importante sentar en la mesa a los actores de las fuerzas vivas, compartir el pan y la sal y respetar, con toda proporción guardada, ciertas cuotas de poder. Léase, la distribución de los panes y los peces ya fue otra.   

 

Con la llegada de Morena al poder y la obsesión de su caudillo por sentarse en la silla del águila y asumirse como transformador de la vida nacional, excluyó a prácticamente todas las fuerzas vivas. Fue notorio su desaseo y su hipócrita fachada de demócrata. Sus intenciones de marginar a todo aquel que no fuese sumiso a su persona fueron enérgicas. Así fue marginando poco a poco a muchos actores o fuerzas vivas del sistema político. A todo mundo le quedó claro que la transformación propuesta consiste en tratar de recrear la pirámide isósceles desde el presidencialismo omnímodo sin más fuerzas vivas que las sumisas y obedientes bases populares de Morena y, al mismo tiempo, sobrealimentar a las fuerzas armadas.

LA PRIMERA MUJER

EN LA PRESIDENCIA

Hoy tenemos a una presidenta impuesta que, por las circunstancias de las relaciones con los Estados Unidos, se ve obligada a abrirle la puerta a otros actores de la vida nacional. Ella está, alegóricamente hablando, como el jamón del emparedado. Por un lado, ya entendió que las fuerzas vivas quieren sus cuotas de poder y son necesarias y, por el otro, es notorio que el hombre de Tabasco se opone a darles cabida. Él está convencido de que, aunque tramposamente su movimiento domina el Congreso y en cuestión de meses someterá al poder Judicial, México no debe abrir espacios a otras voces. El dilema está planteado y la decisión es de ella. 

 

Los actores arriba señalados fueron pacientes y, conocedores de las reglas no escritas de la vida política nacional, esperaron prudentemente a que terminara la gestión del tabasqueño. Es cierto que los empresarios tuvieron ciertos márgenes de maniobrabilidad, pero muy acotados. Ahora saben que la presidenta Sheinbaum los necesita ante los acosos y amagues del presidente norteamericano Donald Trump y muy caro venderán su amor. Los demás actores, como los sindicatos obreros y de burócratas ya no están satisfechos con las migajas morenistas que reciben y empiezan a demandar sus cuotas de poder. También se vislumbran tímidas, pero activas a las organizaciones de la sociedad civil y a ciertos gremios de profesionistas como los médicos que ven derrumbarse al sector salud.

 

El siglo XXI, con la alternancia partidista mexicana vio el fortalecimiento paulatino de una pequeña fuerza viva otrora controlada y minimizada: el crimen organizado. Un actor despreciable y que a partir del año 2018 reclamó su cuota de poder. Por increíble que parezca, la gestión del tabasqueño la concedió en el ámbito de la informalidad. Son muchas las hipótesis al respecto. Lo importante es que la actual administración desea menguarla y ya no otorgarle cuotas de poder. El problema es que no es un tema que pueda discutirse en el contexto de la política, sino en el de la confrontación violenta.     

 

Las cuotas de poder son simiente de equilibrios, pactos, acuerdos y convivencia política de cualquier sistema y régimen más o menos democrático. Entender que las fuerzas vivas no desean todo el poder, pues sus capacidades son limitadas si se les compara con las del Estado y que a la vez son necesarias en lo político, económico y social, es concebir el arte de la política como el arte del buen gobierno que conduce en favor de las mayorías, del desarrollo y con visión de futuro. Por el contrario, si lo que la actual gestión lo que desea es excluir a las fuerzas vivas y marginarlas, como lo desea el expresidente López Obrador, se corre el riesgo de pensar monocromática y unidimensionalmente, lo cual, ya lo demostró la historia, es un error político que en el mediano plazo se pagará muy caro. La presidenta Sheinbaum parece que lo está aprendiendo. Ojalá pronto pase de la teoría a la práctica.

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