
Paul Collier. El club de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo. Editorial Debolsillo, Barcelona, España. 2010. 386 páginas.
DAVID MARKLIMO
Phillip Sands, en su libro La última colonia, habla largo y tendido del profesor Paul Collier, catedrático de economía y política pública en la Escuela Blavatnik de Gobierno de la Universidad de Oxford. Collier también es director del International Growth Centre y es con base en esa trayectoria que Sands lo cita como autoridad para explicar las consecuencias de la descolonización en África y en el Índico. Es con e se ensayo sobre la base Diego García que la obra de Collier, El Club de la Miseria, entra en el radar.
No es un libro tan actual, data, pues de 2010. Parte de un supuesto: mientras que muchos países en vías de desarrollo —en especial los latinoamericanos y los asiáticos— ya están consiguiendo encauzar sus economías y afrontan una etapa de crecimiento sostenido, existen aún mil millones de personas que forman los países más pobres del mundo, auténticos clubes de miseria. Estas naciones son africanas en su gran mayoría, y su desarrollo (social, económico y comercial) está casi estancado debido a varios males endémicos, que el autor llama trampas: los conflictos armados (guerras civiles, golpes de estado), los recursos naturales (puesto que constituyen una fuente más de problemas, en lugar de generar riqueza), la situación geográfica (en especial la falta de salida al mar, aunque también países vecinos en circunstancias igual de desesperadas) y unos gobiernos ineficaces (cuando no responsables directos de la pobreza contumaz). Estas trampas son muy difíciles de salvar y las naciones que sufren alguna (o varias) de ellas no sólo tienen problemas para subsanarlas, sino que corren el peligro de recaer en ellas y perder oportunidades de progreso.
El resultado es desolador. El libro apunta a comprender cómo es que a pesar de todos los intentos, los diversos organismos internacionales, no han conseguido sacar a esas poblaciones de la miseria y la precariedad. Collier ha escrito un libro apasionante en el que denuncia que, básicamente, la ayuda internacional no funciona porque no llega a los problemas de base. Es hora de buscar nuevas ideas.
Relacionar estos problemas nos lleva a territorios que van desde el factor climático y la dependencia de las ubicaciones geográficas propias y de los países vecinos hasta la pobreza de las infraestructuras, de los sistemas sanitarios y educativos. Collier expone datos objetivos y un estudio con planteamientos y conclusiones. Como economista especializado en África, conoce de primera mano muchas de las dificultades a las que se enfrentan los reformadores de esos países. Así, nos lleva evidencia que conduce hacia ciertas ideas que pueden resultar chocantes: desde la crítica a partes iguales a autoritarismos de izquierda y derecha hasta la defensa, cautelosa pero defensa, de las intervenciones militares de alcance preciso y limitado. Las intervenciones humanitarias, de las que tanto se ha hablado y que responden a la pregunta ética de cuánto sufrimiento estamos dispuestos a tolerar antes de actuar. El enfoque debería ser otro, pues nunca se interviene para mitigar la pobreza, se hace para defender algún oscuro interés corporativo. Quién viese El jardinero fiel, sabrá de que va el tema.
Si tratamos de mantener la objetividad al juzgar las tesis de Collier, que nos quedaremos en una aproximación algo idealista y materialista. Bien es cierto que el autor propone soluciones con la certeza de que son complicadas (y así lo admite en el libro), pero hay que tener sumo cuidado: eliminar la pobreza de estos países no puede pasar por una capitalización, algo que ya se ha demostrado que sólo beneficia a unos pocos. La responsabilidad de los analistas es encontrar modelos que conjuguen el crecimiento económico con la calidad de vida y la estabilidad social. Parece fácil, pero eso representa la asignatura pendiente. No se negará que la lectura resulta un tanto desoladora, por lo que nos dice como especie en conjunto.
África, dicen, es el futuro, por su crecimiento demográfico y su ebullición como continente. Lo trágico de nuestra situación es que no aseguramos nada. Mirar hacia otro lado ya hace tiempo que ha dejado de ser una opción.