Mark Thompson. Sin Palabras: ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Ed. Debate, Barcelona, España, 2018. 464 páginas.
DAVID MARKLIMO
En el mundo en que vivimos, existe una paradoja: una persona dispone de la mayor cantidad de información posible sobre cualquier tema, pero decide informarse en sitios que fomentan la desinformación. A esta paradoja hay que sumarle otra: ante tantos medios de comunicación alternativos, contando en ellos a las redes sociales, los grandes tomadores de decisión (políticos, empresarios) tienen serias dificultades para comunicar sus ideas, para expresarse con claridad, con sencillez.
Mark Thompson, presidente de The New York Times, ex director general de la BBC y catedrático de retórica en la Universidad de Oxford, ha escrito un ensayo sobre estas paradojas, Sin palabras, ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política? Para él, el uso del lenguaje es una de las más graves amenazas a la democracia. No es algo precisamente de ahora. Ya Tucídides señaló el cambio en el lenguaje como un factor clave en la caída de Atenas al convertir la democracia en disfuncional y alentar la demagogia. Platón, incluso, puso en boca de Giorgias cómo manipular a la gente mediante la utilización de la palabra. Hoy en día, con los cambios políticos, sociales y tecnológicos la amenaza se ha vuelto mucho más visible y evidente.
La forma en que abordamos y discutimos las cuestiones que nos afectan a todos debería ser uno de los síntomas sobre la salud de la democracia, pero hay pocos estudios sobre ello. La hipótesis central de Thompson es que, además, la retórica política no ha hecho más que contribuir al voto populista. Dos factores para ello: el discurso político ha adaptado un lenguaje técnico para expresar sus posturas, ideas y acciones. Eso no sólo distanció de la ciudadanía de la clase política, sino que plantó la raíz de que ésta solamente proponía cosas que beneficiaban a una minoría. Por contra, el liderazgo populista se presenta como autentico: viste, piensa y habla como la mayoría de la gente. Es fácil entenderlo, aunque reduzca a lugares comunes la gran complejidad del mundo. Así, Sin palabras nos muestra cómo el lenguaje público está perdiendo su capacidad real de explicar y conectar con la gente, y cómo se abre una ominosa brecha entre los gobernantes y los gobernados.
Al decir lo que la gente quiere escuchar, Thompson recuerda cómo los nazis llegaron al poder utilizando un lenguaje muy cínico en relación con la política, y cómo hicieron uso de la propaganda de masas, descubriendo que la gente se cree las palabras sin cuestionar las cosas. Esto, salvando las grandísimas diferencias entre la situación de Alemania en la década de los 30 del siglo pasado con los Estados Unidos de hoy, le recordaba a Donald Trump. El problema en Occidente es que los políticos han hecho promesas que no pueden cumplir, demostrando su falta de respeto por el público. Por ejemplo, en el debate sobre el Brexit, nadie habló de los aspectos positivos de la Unión Europea y de cómo esta ha traído paz a un territorio que ocasionó dos guerras mundiales. Algo parecido ocurre con el comercio internacional nadie, explican, por qué y que tiene de bueno. El papel de la política, como pedagogía -es decir, como la capacidad de explicar y entender las cosas-, pues, se ha perdido.
La salida a estas paradojas que comentábamos al principio tiene que ver con la educación, enseñar lenguaje, literatura, retórica, porque cuando alguien se enfrenta a cómo entender el mundo y a cómo explicárselo a otra persona se ve obligado a abrirse a otras perspectivas. De la lectura de Sin palabras, hay unas cinco buenas lecciones para cualquier gobernante:
- Si se dice una cosa y se hace otra, la opinión pública desconfiará.
- A la ciudadanía hay que tratarla siempre como a una persona adulta. Hay que compartir con la gente parte de lo que se piensa de verdad sobre políticas concretas, incluidos los sacrificios delicados que les esperan.
- No se debe esconder la realidad debajo de la alfombra. Negar los hechos por conveniencia ideológica conduce a tragedias.
- Destilar unas políticas públicas complejas en lenguaje llano es difícil, pero hay que hacerlo. En gran medida, el gobierno moderno es comunicación.
- El don de escuchar de verdad es igual de importante para el orador que cualquier talento relacionado con el habla. Si se escucha al público es más fácil comunicar.
El libro de Thompson es una lectura recomendable para cualquiera interesado en la deriva del debate público hacia una suerte de república de las emociones más primarias, donde -como dijera alguna vez el gran Eulalio Ferrer- son más importantes las frases publicitarias que las ideas articuladas.