Humberto Ortega, hermano de Daniel Ortega: ‘No habrá sucesores a su poder dictatorial; tras su muerte deberán convocarse elecciones’

Humberto Ortega, 77 años, es hermano del dictador nicaragüense Daniel Ortega, 78 años. Ambos se integraron en su adolescencia a la guerrilla contra Somoza y luego se convirtieron en comandantes sandinistas. Ambos dirigieron el régimen que gobernó a Nicaragua durante los años 80, Humberto como jefe del Ejército y Daniel como presidente.

Este binomio de poder comenzó a fracturarse en 1990, cuando Humberto Ortega se mantuvo al frente del Ejército en el gobierno de doña Violeta, y Daniel Ortega encabezaba una oposición violenta y radical.

Tras su salida del Ejército, en 1995, Humberto Ortega, de quien se presume maneja negocios millonarios, se dedicó a escribir libros de historia y promover lo que él llama “centrismo humanista”, una corriente de pensamiento que define como acercar posiciones para “contraer acuerdos en beneficio de todos”.

Sus opiniones, ocasionalmente expuestas en el nicaragüense diario La Prensa, agitan las aguas de la política nicaragüense por controversiales o porque sus propuestas de solución a la crisis resultan, al menos “sospechosas”, viniendo de quien vienen.

Humberto Ortega ha mostrado su desacuerdo con muchas de las acciones de su hermano, más que con intención de confrontarlo, para aconsejarlo en estrategias para sobrevivir en el poder. Los hermanos Ortega no son antagónicos, sino que tienen distintas visiones de cómo administrar el poder. Él dice no ser enemigo del régimen nicaragüense ni de la oposición, “aunque tengo puntos de vista encontrados con ellos”.

A pesar de los públicos choques entre ellos (Daniel Ortega lo ha llamado “traidor” e “instrumento de Estados Unidos”) el dictador nicaragüense ha acudido a visitarlo un par de veces en su residencia, donde convalece de complicaciones cardiacas.

En esta amplia entrevista con Infobae, Humberto Ortega relata la particular relación que mantiene con su hermano y dictador de Nicaragua: Daniel Ortega, expone su criterio sobre lo que sucedería en Nicaragua ante su muerte y las salidas que él vislumbra a la crisis que vive el país.

-¿Cómo está de salud? ¿Podría explicarnos su condición médica?

-He tenido eventos cardiovasculares graves, en el contexto del tenso y polarizado conflicto político y social, el Covid, del año 2018. Fui ingresado de urgencia en el Hospital Vivian Pellas, de Managua. Posteriormente, desde diciembre del año pasado, sufro nuevos eventos.

-¿Operaciones a corazón abierto?

-No. Operación a corazón abierto fue en el año 2000, en Costa Rica. Ahora no fue un infarto ni una amenaza de infarto. Fue lo que se llama medicamente “insuficiencia cardíaca”, que igual te puede matar porque no te permite respirar. Ya estoy de alta en mi hogar, acá en Managua. Me siento bastante restablecido y animado, en la dinámica personal y política.

-La última vez que se supo de un encuentro entre usted y su hermano Daniel, fue precisamente por una gravedad médica. ¿Han vuelto a encontrarse?

-A raíz de mi enfermedad, el presidente Daniel, mi hermano, restablece sus encuentros con mi persona, y ahora la comunicación es más natural, fluida. Lo que ha sido constructivo, oportuno, para intercambios acerca de la compleja y difícil crisis mundial en desarrollo. Intercambiamos puntos de vista, animados en contribuir en la superación de la crisis, los serios problemas que aquejan a toda Nicaragua, en particular desde el año 2018.

-Sin embargo, Daniel Ortega parece estar siguiendo una dirección contraria a sus consejos.

-Lo importante es que estamos conversando, aunque no coincidamos en todo. Porque antes no conversábamos. Ahora estamos conversando, cada uno con su punto de vista y sin tensión alguna.

-¿La animadversión o la tirantez que hubo entre ustedes ya desapareció?

-Esa tirantez ha habido en diferentes etapas de la lucha y ha sido al calor de la misma. Mi relación, como persona, como hermano, familia o como político, ha sido en general, respetuosa lo que no quiere decir que no haya sido tensa por puntos de vista encontrados.

-Me llama la atención que en nuestra conversación previa usted dijo: “No quiero morirme antes…” ¿Teme morir?

-Un accidente en el conflicto por la hegemonía puede desatar la hecatombe, la destrucción mutua, el cataclismo de la naturaleza y nuestra especie humana. Entonces morir en esta coyuntura, nos impide contribuir en la solución de esta, en el instante de la debacle, o en el interregno que requiera el acuerdo entre las potencias para asegurar la paz con una hegemonía compartida entre las potencias.

-¿Usted espera que su opinión sea tomada en cuenta por las potencias en conflicto? ¿No le resulta muy pretencioso?

-Yo no espero que las potencias escuchen las angustias de alguien como yo o alguien como usted. Porque ni siquiera escuchan a sus propios aliados y gobiernos. Pero, tenemos el deber de hacer esfuerzos para ir sumando ruegos como los hace el Papa, tratando, en primer lugar, de resolver los asuntos que nos aquejan. No pretendo que me escuchen, o que me llamen. No. Lo que pretendo es hacer un llamado de angustia, una reflexión pública porque soy conocido internacionalmente.

Humberto Ortega, entonces jefe del Ejército sandinista, junto a Fidel Castro, poco después de la toma del poder en Nicaragua. (Cortesía)

-Ha planteado que el mundo sufre los estragos de un nuevo reparto. ¿Cómo considera que afecta a Nicaragua ese nuevo reparto mundial?

-Nos afecta directamente si nos alineamos a cualquiera de los bloques del poder mundial, carentes de la dignidad nacional que en nuestra historia forjan las luchas patrióticas como lo hace Augusto César Sandino. Crudamente el pragmatismo se impone y es inevitable, necesario, que nuestro pequeño país, se integre a cualquiera de los bloques en pugna, y mantenga reservas justificables con los Estados Unidos, la potencia que históricamente nos ha maltratado, al reducirnos en el pasado a un país con pueblo, territorio y gobierno, pero sin la “supremacía ni la independencia” que son elementos constitutivos de la soberanía. Igual sucede con otros pueblos del mundo que han sido humillados hasta el presente por la imperial China, Rusia.

-¿Cuán beneficiosa o perjudicial es la alineación del régimen de su hermano con Rusia o China, y de enfrentamiento con Estados Unidos?

-Debemos sostener relaciones de mutuo beneficio con cualquiera de dichas potencias. Y, la decisión de tener una integración más profunda con Rusia o China no debe conllevar a chocar con los Estados Unidos, potencia con la cual tenemos grandes ventajas y beneficios en el marco de los tratados económicos y comerciales en vigor. No caer en trampa de los extremistas que alientan el ataque permanente y frontal a los Estados Unidos para provocar una reacción imperial en el tenso conflicto mundial, que podría ser pretexto para golpes quirúrgicos, para suplantar gobiernos del Alba, Nicaragua en particular. Por tal motivo he alertado esa posibilidad. Y, llamativamente en el poder en Washington, algunos procuran una solución pragmática con el gobierno de Daniel Ortega, en la incierta dinámica del día a día o de cara al proceso electoral de Nicaragua en el 2026.

-¿Golpes quirúrgicos? ¿Se refiere a operaciones parecidas a la que realizó Estados Unidos con Noriega en Panamá en 1989?

-Exactamente. Pero, más que eso, serían golpes para suplantar el poder establecido, y no para iniciar con esto un proceso anárquico o una guerra de resistencia como la que tuvimos en el pasado. Estados Unidos no quiere problemas aquí en la región de tipo anárquico y mucho menos guerra prolongada. Simplemente sería como sacar una muela que les está estorbando, conservando intacta la dentadura. Sacar la pieza más descompuesta.

-Usted habló de las elecciones en Nicaragua para el 2026. ¿Cómo se puede esperar unas elecciones con una dictadura que ni siquiera permite las manifestaciones religiosas en las calles?

-En mi consideración solamente hay una vía para resolver el empantanamiento del conflicto, que se ahondó en la crisis del 2018. Ese camino es buscar como sentar a las partes, altamente polarizadas y llenas de desconfianzas por las acciones mutuas que se recelan y se cuestionan. A todo gobierno se le carga mayor responsabilidad. Que haya conciencia profunda en el actual grupo de poder de la desviación del proceso democrático.

-¿Y cómo espera usted que Daniel Ortega propicie una apertura democrática que con seguridad lo va a sacar del poder y lo puede llevar ante los tribunales por los crímenes que ha cometido?

-Correcto. El modelo que más le conviene a Nicaragua, es la república…

-Insisto: ¿Cómo espera usted que Daniel Ortega dé un paso al frente hacia la república si está en modo sobrevivencia y la república significaría, digamos en términos metafóricos, la soga que lo ahorcaría?

-Aquí quedaron muchas heridas abiertas, pero aun así hemos llegado hasta el año 2018, que, mal que bien, funcionaba cierta paz, cierta tolerancia, cierto desarrollo. Algunos han optado por un camino totalitario para imponer un modelo, un sistema que no tiene cabida en Nicaragua. Que nos es viable, lo intentan y fracasan y terminan borrados de la historia.

Daniel y Humberto Ortega Saavedra, junto con su ya fallecida madre, doña Lidia Saavedra. (Cortesía)

-¿Considera que la dictadura de Daniel Ortega es un caso exitoso o fracasado?

-Después de más de 100 años de guerra terrible, el logro más grande ha sido que de alguna otra manera hemos sentido el beneficio de la paz. Y hemos sentido que con ella se mueve mejor la economía y se lucha mejor contra la pobreza.

Lo que ha pasado aquí es que hay tendencias en el actual agrupamiento sandinista que quedó al frente de los más radicales, dogmáticos, al lado de Daniel con Tomás Borge, en particular, que creen que el mejor modelo para vencer la pobreza es un Estado bondadoso sin tomar en cuenta que no se da lo que no se puede producir, y que se vuelve entonces un Estado corrupto y parasitario que el pueblo recoge lo que le dan, pero no está de acuerdo con esa manera.

Aquí lo que hay es una lucha ideológica. Eso es lo que hace difícil el problema con este grupo. La médula espinal del grupo de poder es dogmática. Fue la gente más dogmática. Combatientes heroicos en su momento, pero que se formaron dogmáticamente a lo largo de la lucha. No pudieron imponer su dogmatismo porque hubo gente, como mi persona, que no comulga con ese modelo y, al contrario, empujé un modelo democrático de pluralismo político, economía mixta y no alineamiento. Pero, luego se impuso el grupo de poder más dogmático, y ese grupo junto con una serie de gente oportunista, que fueron hasta antisandinistas y somocistas, ahora son aliados de esa gente y los toleran no porque crean en ellos, sino simplemente porque les son útiles.

Yo no soy enemigo de ninguno, pero tengo puntos de vista muy encontrados de cómo se están haciendo las cosas. El quiebre entre nosotros tiene que ser político, no ideológico. Siendo pragmático, como debe ser un político, se debe dar chance a una apertura política que lleve a una solución real, como fue haber logrado que Daniel Ortega adelantara las elecciones en 1990.

Guste o no, ese grupo de poder tiene que buscar negociación con el que permanentemente dicen es el peor enemigo de la humanidad, Estados Unidos, y lo atacan de manera visceral. Con ese tendrán que sentarse, y con ese tendrán que negociar, y con todos los que los adversan y que se odian, en particular los que han quedado beligerantes después de la crisis de 2018. Solo con esos componentes: Estados Unidos, ese grupo de poder radical, y los lideres de la oposición dispersos, e igual mente radicales y sin rumbo, solo con esos se puede buscar una salida.

-¿Qué garantías necesitaría Daniel Ortega para meterse a una negociación? Una vez dijo que un diálogo sería como darles la soga con que lo van a ahorcar él.

-Hay un momento en que uno usa esas figuras metafóricas para animar a sus bases que están débiles. Yo mismo, cuando triunfó la Revolución, en una plaza llena, en el centro de Managua, dije que en Nicaragua no se rifa el poder, que no iban a haber elecciones. Yo mismo dije eso y me atacaron. Sin embargo, yo fui el que más propicie la paz y más propicie las elecciones.

Vamos al desastre, aunque parezca que las cosas están bien. Desde la crisis de 2018, la comunicación ha estado cerrada, no se permite el ejercicio democrático a través de la imposición de un régimen policiaco, que da lugar a la tendencia autoritaria, antidemocrática del gobierno actual. Lo primero es que haya conciencia de la gravedad de seguir marchando por este rumbo y más, tomando en cuenta los peligros que se corren en el marco de los grandes (potencias). Estar jugando con estas cosas en momentos de gran tensión, es ahí que digo que podría haber golpes de sorpresa que le harían mucho daño a ese grupo de poder.

-¿Qué considera que hizo mal el régimen de su hermano antes, durante y después de la rebelión del 2018?

-Para antes de la rebelión, el régimen subestimó el profundo malestar del pueblo por las formas cada vez más autoritarias del régimen y de sus aliados anteriormente antisandinistas y corruptos. Fue poco a poco ahogando las protestas sociales y políticas, y debilitando el necesario pacto social representado en la tripartita de trabajadores, empresa privada y gobierno. Al mismo tiempo se fortaleció el acoso policial al opositor en general. Paralelamente los extremistas opositores fueron preparando protestas al margen de la ley, alentadas por los extremistas de Estados Unidos. Durante las protestas el régimen demostró sorpresa y actuó inicialmente con desaciertos que dieron lugar a excesos repugnantes, criminales desde ambos bandos. El régimen ganó tiempo, aprovechando la evidente división y ambiciones de la oposición, alargando el diálogo, que fracasa, y entonces después de varios meses de tranques rebeldes ilegales y sangrientos, el gobierno con la policía, paramilitares y el Ejército, los desmantela. Hubiera sido mejor que el Ejército actuará justa y legítimamente, evitando todo lo posteriormente sucedido.

-¿Usted sí reconoce la participación del Ejército en la represión del 2018 y cuál hubiese sido esa actuación justa y legítima del ejército?

-El pecado más grande del Ejército, injusto, que daña su imagen y profesionalismo, fue la tolerancia con civiles armados, en particular con paramilitares, que sus aparatos de seguridad e inteligencia tenían registrados, que sabían dónde estaban, sabían dónde se movían y que, incluso, toleraron que se armasen. Yo no puedo decir que el Ejército los armó. No. No tengo prueba de eso. Pero sí puedo decir que la capacidad que siempre ha tenido, desde la época de Somoza que era una de las mejores oficinas de seguridad, para que se dieran cuenta de dónde unos civiles obtenían armas, se organizaban, disparaban y mataban. Entonces para mí, el Ejército, de hecho, fue cómplice de una situación confusa que conllevó a una responsabilidad enorme de dolor y muerte.

Para mí eso fue un grave error del Ejército, que se sumó a la tendencia del Estado todo, con un gobierno al frente, de no asumir la responsabilidad que como Estado tiene ante la sociedad, y decir que la culpa, en primer lugar, es de la sociedad que se rebela o se enardece, o protesta por problemas.

-¿Cuál sería para usted la salida a la crisis actual que vive Nicaragua?

-Un “reencuentro” entre todas las fuerzas de la sociedad, particularmente las políticas que están más llenas de odio y polarizadas. Para esto la iniciativa debe llevarla el régimen y el presidente Daniel Ortega en particular. El actual conflicto mundial hace más urgente tal proceso de búsqueda de acuerdo para ya y para el año electoral 2026. Los Estados Unidos pueden pragmáticamente contribuir en esta dirección.

-En algún momento Daniel Ortega lo acuso a usted de ser peón del imperio norteamericano y de haber lanzado al ejército contra las bases sandinistas en el gobierno de Doña Violeta.

-Tal ataque es injustificable. Sin mi persona al frente del Ejército de Nicaragua en la titánica transición de la guerra a la paz del nuevo gobierno de doña Violeta y Antonio Lacayo, hubiera sido imposible la gobernabilidad básica ante los esfuerzos radicales de extremistas sandinistas y opositores al gobierno de Doña Violeta de sus propias fuerzas. Incluso funcionarios del gobierno norteamericano exigían la desaparición del Ejército y de mi persona. Nuestra institución castrense, con el Código Militar juramos lealtad a la patria y no a ninguna fuerza civil partidaria, de gobierno o no, y por tanto aseguré el relevo cada cinco años de la jerarquía militar para su profesionalismo, debiendo ser no partidario. Este Ejército dio lugar al espacio político democrático, y cuando lamentablemente algunas fuerzas retiradas del Ejército, y de la contrarrevolución ya desarmada, se rearmaron y juntaron, en “recompas”, “recontras” y “revueltos”, asaltando pueblos como en Estelí, nos vimos precisados con nostalgia a combatirlos muriendo decenas de ellos y con víctimas fatales en la población y nuestras fuerzas de la Policía Nacional y del Ejército de Nicaragua. Fue hasta el año 2000 que termina dicho fenómeno, y reaparece brevemente en la crisis del año 2018.

-¿Diría que usted es opositor al gobierno de su hermano?

-No estoy ni en favor ni en contra del gobierno del presidente Daniel Ortega, ni en contra ni en favor de las fuerzas opositoras, estoy en los esfuerzos por mis ideales para una Nicaragua democrática y en paz, mi ética y moral de un antiguo luchador de nobles utopías me obliga en el esfuerzo por ayudar a mi patria a salir de la profunda crisis política que nos agobia, y que retrasa el desarrollo más potente del país. Por tal motivo desde la lucha contra Somoza impulse el pluralismo político, la economía mixta y el no alineamiento internacional. Elaboré la estrategia insurreccional que se ven obligados a aceptar las tendencias radicales del FSLN, y que aseguró el triunfo de la revolución, y el fruto más preciado de la misma: la nueva democracia, hoy en grave estancamiento. Me esmero en predicar el Centrismo político humanista, que resuelva el conflicto generando justos acuerdos nacionales.

-Daniel Ortega tiene 78 años. ¿Su muerte podría crear un vacío de poder en Nicaragua o usted ve activándose la sucesión dinástica?

-Cuando hay un poder de tipo autoritario, dictatorial como el actual, que depende muchísimo de la figura de un líder que ejerce la Presidencia, ante la ausencia de este, es muy difícil que haya una continuidad del grupo de poder inmediato. ¿Por qué razón? Porque la misma tendencia autoritaria, personalista, verticalista de mandar, ha castrado las correas de trasmisión del partido. El partido actualmente no tiene repuesto. Están ahí, no por una mística, sino por estar ahí como funcionarios, muchos queriendo hacer bien, pero más que todo, teniendo beneficios de esa participación gubernamental y política. Si falta Daniel Ortega, para mí, Humberto Ortega, no hay posibilidad de que nadie de ese grupo de poder pueda ejercer la influencia frente a un proceso…

-Ni Rosario Murillo…

-Nadie. Nadie. No quiero mencionar a nadie en particular. Sin Daniel no hay nadie, porque, con todo y todo, Daniel es el único líder, histórico, que aún conserva los créditos de esa lucha. Sin Daniel veo muy difícil que haya unos dos o tres que se junten. Mucho menos uno en particular, y más difícil en la familia. Hijos que no han tenido el acumulado de una lucha política. Ni Somoza pudo establecer a su hijo. Con la ausencia de Daniel sería muy frágil sostener todo lo que hasta ahora ha logrado sostener con gran esfuerzo y con enormes complejidades. No solo a nivel interno, sino también con las fuerzas aliadas de las izquierdas y los gobiernos de la región. Al único que conocen es a Daniel.

-Y el resto de las líderes sandinistas…

-Hay algunos ahí que tuvieron relevancia, que están en el gobierno, algunos que fueron miembros de la Dirección Nacional histórica, que están ahí apoyando a Daniel. Esta gente ha perdido liderazgo porque no ha sabido luchar por él. Ellos mismos se han castrado. Sandinistas que fueron de la Dirección y que en esta coyuntura ni siquiera son capaces de sacar un artículo como los que yo escribo, y sacar una crítica constructiva como la que yo he sacado, y me he expuesto ante gente radical que quisiera matarme. Yo jamás les he mostrado miedo, y jamás he dicho me voy de Nicaragua. Jamás he dicho que me voy a exiliar. Y si me quieren hacer eso, no lo voy a tolerar y voy a preferir morir defendiendo esos principios que darles el chance de que me humillen. Hay unos cuatro miembros de la Dirección (Nacional sandinista) que quedan ahí, no hablan. Tienen miedo de comunicarse con otros. Esa gente ya no son aquellos. Como decía Séneca: su poder reside en el miedo, y si no te tengo miedo tu poder sobre mi persona no sirve para nada, aunque te impongás sobre mí, incluso desaparecerme.

-Pero sería fácil concluir que a usted le protege el ser hermano de sangre de Daniel Ortega para que no tome represalias como lo haría con otros.

-No. A mí no me protege ser hermano. Para mí eso no es lo fundamental. Que seamos hermanos de sangre no quiere decir que este agrupamiento que dirige Daniel no haya tenido y tenga enormes malestares con un hombre como yo. Ha habido algunos que han llegado a pensar en eliminarme. De Daniel nunca lo he sabido, pero sí de gente que esta con él. Yo lo sé. Que te pueden envenenar, te pueden dejar ir un furgón en la carretera… Esas cosas pueden pasar. ¿Me pasaron? Pues ni modo, hasta ahí llegué. Como hermano me genera confianza que conozco a Daniel desde niño y sé que él, como individuo, es incapaz de, personalmente, actuar como asesino, y mucho menos contra un hermano suyo. Pero, en una situación alterada, este mismo grupo, con él al frente, me colocan al punto de la soga. Eso ya ha pasado. ¿Acaso no me ha dicho que soy traidor, varias veces? Y usted sabe lo que es que le digan a un hombre como yo que es traidor, entre esa gente radical que lo acompaña. En la calle me pueden decir que soy traidor, borrachos o lo que sea, y pegarme un tiro. Yo no ando con policías desde que salí del Ejército. Yo no tengo escolta del Ejército. Nunca me la dio. La escolta que yo tengo es organizada y financiada con mi propio esfuerzo. Gente sencilla. Algunos retirados de Ejército. Y son pocos. O sea, que si a mí me quieren matar es fácil.

Pero, para no aumentar la tirantez que existe, en mi caso personal, que conozco a Daniel desde niño, nunca lo he visto hacerle algo a uno de los suyos, hacerle una canallada a alguien. Daniel no es un asesino. Como un líder político, que tiene un movimiento radical, ahí sus actuaciones lo van diciendo. Y a mí se me ha acusado públicamente de traidor a la patria, de que me vendí al imperialismo y hay muchos que actualmente le dicen a Daniel que yo le ando haciendo el juego a Estados Unidos.

-Usted dice que Daniel Ortega no es un asesino, contrario a lo que piensan muchas personas. ¿Usted lo exime de los asesinatos y crímenes que se le achacan?

-No, no. Mire, yo no soy juez. Ni soy autoridad moral o religiosa para eximir o condenar a nadie. Daniel Ortega al frente de una función pública tiene responsabilidad de Estado y como presidente responde a lo pésimo, a lo malo, y de lo bueno y lo bien hecho de su gestión. Yo no eximo a Daniel Ortega de su actuación en los diferentes momentos. Como tampoco eximo a ninguno de la derecha, de los opositores, de todos los excesos que se cometieron cuando, queriendo aprovechar el malestar del pueblo quisieron montar una insurrección sin rumbo y que dio lugar, igualmente, a crímenes horrendos. Simplemente no soy juez, no soy dios para andar eximiendo o condenando a nadie, pero si tengo derecho a expresar mi protesta de los personeros que están en cargos públicos o en la actividad política en la oposición. Tengo el derecho y el deber.

-¿Qué cree usted entonces que pasaría en Nicaragua ante la muerte de Daniel Ortega?

-Ante una ausencia repentina de Daniel Ortega, habría primero un enorme desconcierto e imposibilidad, para mí, de que la parte civil del gobierno y el partido pueda asumir un poder sólido. Las instituciones sandinistas en el gobierno o el partido no tendrían, a mi modo de ver, la capacidad, para llenar ese vacío. Lo único que puede resolver ese vacío, y que no haya una anarquía y un caos en el país es el Ejército. En primer lugar, el Ejército. Coordinado con la Policía Nacional. Y buscar una salida en el corto plazo, quizás un año o menos, para convocar a un proceso electoral, ya sea el programado para el 2026…. Ese sería. Generar las condicione para que haya ese proceso. Al poder civil, del gobierno y el partido, no le veo capacidad de llenar ese vacío, ni a lo inmediato ni en el mediano plazo, sino simplemente funcionar en el marco de una transición que la va a dirigir el gobierno con las fuerzas de seguridad, la Policía, y un proceso luego de negociaciones y alianzas, dando margen a la sociedad civil a que se pongan de acuerdo en una salida en las elecciones para el 2026. Eso lo miraría bien Estados Unidos y lo mirarían bien los países del Alba.

-Muchos opositores creen que usted y otros dirigentes históricos del sandinismo son responsables de crímenes y de la situación actual de crisis que vive el país. ¿Estaría usted dispuesto a someterse a la justicia si tuviese las garantías de un juicio imparcial?

-Abrir heridas ya sanadas en las distintas amnistías a lo largo de la historia, sería desastroso para la estabilidad del país. En el presente se podría crear una Comisión de la Verdad para dilucidar los crímenes acontecidos desde la guerra de la década de 1980. Y, el primer condenado por el alto Tribunal de La Haya, en Países Bajos es el gobierno de los Estados Unidos por su guerra contra Nicaragua, tribunal internacional que Estados Unidos no reconoce, negándose a indemnizar a Nicaragua por más de 18 mil millones de dólares. Igualmente seríamos procesados los sandinistas y los opositores al gobierno, tanto los contrarrevolucionarios en armas o los civiles en labor de desestabilización política, como el diario La Prensa, Iglesias, el Vaticano con el reaccionario Papa Juan Pablo II, y quienes alentaron los crímenes de alfabetizadores, minado de puertos, bloqueos económicos, la crisis del 2018, todos crímenes de lesa humanidad. Entonces procedamos desde ya a hacerlo, y Nicaragua estallará en mil pedazos antes de que pudiese desatarse el cataclismo universal.

(Agencias)

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